Adam:
Dos emociones muy contradictorios me abarcaron por completo, la primera y la que más lograba confundirme es la de intranquilidad; nerviosismo, mientras que la segunda se hacía llamar como felicidad. Aunque estos dos sentimientos son muy revolucionados y pueden lograr que una persona actué de una manera u otra, yo solo me he mantenido con incredulidad, estupefacto y asustado. Las manos no han dejado de temblarme, todo mi cuerpo no ha dejado de temblar por aquella noticia que me tomó improvisto.
¿Tener un hijo? Siquiera había llegado a pensar en la probabilidad de tener uno ¿Cómo lo cuidaría cuando no tengo ni un trabajo estable para mantenerme? ¿Si no soy bueno? ¿Si se enferma y le llega a pasar algo peor? Mi mente está en un furioso vaivén de emociones y sentimientos, mis suposiciones se están convirtiendo estos momentos en un verdadero martirio. No tengo un minuto para pensar con claridad y tener la mente fría para esta situación.
La mirada de Erika esta fija en mí, expectante para ver mi primera reacción. Su vista esta nublada; cristalina, apunto de desmoronarse al no encontrar respuestas de mi parte. No cabe preguntar si me encargaré del niño, es más que obvio que lo cuidaré, además, tampoco me alejaré de ella por si se lo pregunta. Abro la boca pero la cierro al instante al no saber qué contestar.
A los minutos logro aterrizar de mi ensoñación e inhalo y exhalo para hablar.
— ¿Cómo? —musito y masajeo el puente de mi nariz. Escucho como bufa y sube y baja su pie derecho en un gesto nervioso.
—no hace falta decir como sucedió todo, tú lo sabes —indica con un toque de amargura. Yo alejo la mano de mi rostro y la diviso, sintiendo como mis mejillas se sobrecargan con un intenso color rojizo.
—lo sé.
— ¿no estas molesto? —cuestiona con temor. Frunzo el ceño rápidamente y me tenso.
—no ¿Por qué lo estaría?
—no sé, no sabía cómo ibas a reaccionar. A mí me costó asimilarlo todo, supuse que hoy era el mejor momento para decírtelo.
—podía reaccionar de cualquier modo, pero no me enfadaría, no es culpa tuya, es de ambos. ¿Desde cuándo lo sabes?
—desde hace unas tres semanas —contesta y gracias a la brisa, sus vellos se elevan. Erika se estremece y baja la cabeza para luego cruzarse de brazos y frotar las palmas de sus manos por sus antebrazos.
—Oh —es lo único que respondo. Después de darle tantas vueltas al asunto solo deseo una cosa, ser el padre que todo niño merece tener, aun así, cuando solo tengo diecinueve años de edad. —entonces... Seremos los mejores padres que pueda tener.
Elena:
Al ser una de las primeras personas que culminó el examen, el profesor se tomó la molestia de corregírmelo. Por ende, aquí me encuentro, a un lado de su escritorio observando como lee detalladamente la evaluación y frunce el ceño de vez en cuando, me está poniendo de nervios. ¿No me puede colocar un diez y entregármelo? No es mucho pedir, sería un inmenso regalo de cumpleaños.
—señorita ¿me puede hacer un favor? —pregunta Alexander, el maestro. Deja mi hoja sobre el escritorio para poder concentrarse en mí. Realizo un mohín y me obligo a resguardar mi amargura y ansiedad aun lado.
—Depende —vacilo. Él sonríe, dejando a demostrar sus blanquecinos dientes y el modo en que achica sus ojos color avellana. Para tener treinta y cinco años de edad no se encuentra para nada mal
—es bueno escucharlo. Si quiera que corrija su examen con rapidez, porque no crea que no me doy cuenta de lo desesperada que esta para que termine y se lo entregue ¿puede chequear que ningún alumno se copie del otro? Así mi atención estaría centrada en una sola cosa a la vez. —Evito soltar una carcajada ante su petición.
—Sí, puedo hacerlo —intento no darle sarcasmo a las últimas dos palabras dichas. Alexander asiente con una sonrisa y vuelve a tomar mi hoja y seguir revisándola, yo por mi parte, doy media vuelta y escaneo lentamente a cada estudiante. La mayoría están resolviendo con rapidez, dejando apreciar que saben cada una de las respuestas. Sin embargo, la otra gran parte parece un ventilador.
Me acerco a bella, que se encuentra en la misma facultad que yo y veo como intenta tomar una pequeña ficha del piso. Al percatarse de mi cercanía, se sobresalta y escucho como su ritmo cardiaco se acelera. Piensa que la delataré. Tomo el pedazo de cartón donde yacen todas las respuestas del examen y se la tiendo con una sonrisa jocosa. Ella respira con profundidad al entender el motivo de mis acciones y articula un 'gracias' con sus labios.
Así sucesivamente, ayudo a aquellas personas que la necesitan. Estamos en evaluaciones finales y sería muy malo que alguien reprobara cuando estamos en momentos decisivos. Inclusive, Rebecca necesitaba de mi ayuda y yo se la di, no puedo molestarme con ella o tenerle rencor cuando me salvó la vida en una ocasión. Me di cuenta que aunque sea una perra o una chica vil, no puedo juzgarla, es su vida y queda por parte de ella si lo que hace está bien o mal. Me alivia de sobremanera saber que entre Rebecca y yo no hay disgustos, cada quien por su parte contando que a la hora de una mano ella o yo estamos para ayudarnos.