En ocasiones solemos pasar por situaciones angustiantes; cuando esto sucede encontramos en las promesas de Dios las fuerzas para sobreponernos. También se suele dar lo opuesto, hay momentos reconfortantes y es alentador. Cuando esto último sucede deseamos que nuestros días sean siempre así.
En ninguno de los dos casos las situaciones van a ser eternas, en la primera en que nos encontramos angustiados, al terminar, sentiremos alivio de poderlas superar y en el segundo caso, cuando son momentos reconfortantes, cuando ésta finalice, sentiremos la frustración de no poderlas haberlas sostenido.
En momentos de abundancia queremos que nuestra vida en este planeta no se termine. Cuando en cambio es todo lo contrario, al pasar momentos de carencias o de debilidad esperamos que el reino de Dios no tarde en llegar.
Sea cual fuese el caso en que nos encontremos en estos instantes podemos entender claramente que nuestros días devendrán irremediablemente al momento de la venida de nuestro Salvador, su venida en el fin de los tiempos.
Sea temprano aquel día o sea lejano debemos cobrar conciencia para estar preparados. Las escrituras no dejarán de cumplirse.
«Luego añadió Jesús, dirigiéndose a la multitud: Cuando ustedes ven que se levanta una nube en el occidente, enseguida dicen: “Va a llover” y así sucede. Y cuando sopla el viento del sur, dicen: “Va a hacer calor” y así sucede. ¡Hipócritas! Ustedes saben interpretar la apariencia de la tierra y del cielo. ¿Cómo es que no saben interpretar el tiempo actual?»
Las señales dadas diariamente nos ubican en algún lugar de las escrituras; tenemos que ser consecuentes con nuestras obras para que nos sobrevenga desprevenidos.
Desde tiempos inmemoriales los hombres se preguntaban estas mismas cosas y pasaban por situaciones similares, intentaban resolver los misterios de nuestro mundo y de nuestra consciencia; es cierto que las condiciones eran muy distintas, pero se preguntaban lo mismo que hoy nos preguntamos.
En nuestros tiempos es mucho más evidente; las noticias de un extremo del mundo llegan al otro en contados minutos. La modernidad nos da claras luces de lo que acontece a diario. Las respuestas que se dan en aquel otro lugar son corroboradas en este otro extremo del planeta.
Todo nos conduce inexorablemente a un final, así como al hombre le llega la muerte de forma similar le llega el final al planeta tierra pues es de la misma naturaleza del hombre.
Nuestra generación tras dos milenios va encontrando sentido a todo lo que en las sagradas escrituras nos revela.
En lo que concierne a los tiempos del fin y en general respecto a nuestro tiempo se debe entender esta premisa; el tiempo de Dios no es cronológico. Para Dios Padre eterno no transcurre el tiempo como el de los hombres que se terminará y que no sucede así con la eternidad de Dios Padre que todo lo creó.
Dios creó todo lo visible e invisible y el tiempo es de su completo dominio pues es soberano de toda la creación.
Entonces el tiempo cronológico está asociado al tiempo de cada ciclo de los hombres, tiempo de siembra y de cosecha, tiempo de frío y de calor en las estaciones del año y todo tiempo resurge nuevamente en un nuevo día, en un año venidero…
El tiempo transcurre de forma secuencial para los hombres, es decir un acontecimiento en la misma línea de otro para finalmente retomar en un tiempo nuevo dentro de las secuencias de la historia de la humanidad.
El hombre no puede resolver algo en cuanto a estos ciclos.
No solo no tiene el control de los ciclos tampoco de los patrones que subyacen su secuencialidad; es decir, un evento ocurre y transcurrido un determinado número de ciclos el patrón ha cambiado o evolucionado. De esto tampoco tiene pleno control.
Encontramos en las santas escrituras “para Dios un día es como mil años y mil años como un día”.
Siendo Dios creador de todo, un evento en los hombres que transcurren uno luego de otro de forma lineal; podría Dios evidenciar alguno de estos patrones o ser uno que capte su atención de forma inusitada.
Su diestra tiene plena autoridad y poder para que bajo su control sea de sumo necesario sea llevado conforme a su voluntad.
«Cuando Jesús llegó a la región de Gadara, que está a la otra orilla del lago, dos hombres que tenían demonios salieron de entre las tumbas. Eran tan peligrosos que nadie podía pasar por ese camino. Cuando los dos hombres se acercaron a Jesús, los demonios gritaron:
—¡Jesús, Hijo de Dios!, ¿qué vas a hacernos? ¿Vas a castigarnos antes del juicio final?
No muy lejos de allí había muchos cerdos, y los demonios le suplicaron a Jesús:
—Si nos sacas de estos hombres, déjanos entrar en esos cerdos.
Jesús les dijo:
—Entren en ellos.
Los demonios salieron de los dos hombres y entraron en los cerdos. Entonces todos los cerdos corrieron sin parar, hasta que cayeron en el lago, donde se ahogaron.»
Tanto Jesús, el hijo de Dios y los demonios están bajo la voluntad del creador; no pueden transgredir su mandato. Es de notar que eso lo sabe perfectamente el demonio que, con autoridad en la tierra, ante Jesús implora no ser castigado antes del juicio final; entonces, Jesús al escucharlo accede.