Es una apuesta 2

Si así será todo el verano

—Pasajeros del vuelo 142, favor de abrochar sus cinturones y apagar sus celulares —dice una voz que pronto me envuelve, invitándome a seguir sus instrucciones al pie de la letra.

Después de unos minutos comienzo a sentir el aire acondicionado perforando mi piel, por lo que decido cerrar mi chamarra y cruzar los brazos en un intento por atrapar el calor que alcanzo a emanar.

—Se les pide de la manera más atenta que coloquen los espaldares de sus sillas en posición vertical, pues el avión está próximo a despegar —instruye la misma voz a través de los parlantes—. Se les desea un excelente vuelo, gracias por elegir viajar con nosotros.

Las luces del aeropuerto pronto comienzan a perderse en la inmensidad de la noche para abrirle paso a una ciudad que se asemeja a las estrellas. Conforme más subimos, más claro se torna el plan con el que fue construida.

Pronto alcanzo a distinguir patrones, conjuntos, incluso algunas inconsistencias... Justo como si fueran constelaciones.

Cuando regreso al respaldo de mi asiento doy un fuerte suspiro antes de cerrar los ojos. En el tiempo que los pensamientos comienzan a abrumarme, mi pulgar se encarga de viajar por la tela de mi chamarra, experimentando con su textura en un intento por olvidar cualquier otra sensación que pueda pedir mi mente.

Lo más difícil del aquí y el ahora es que cuesta demasiado no especular acerca de lo que está por venir. Sin embargo, lo más intrusivo es recordar lo que se hizo y ya no se puede cambiar.

[...]

3 semanas antes

—¡Nos graduamos! —gritó Jade a todo pulmón antes de colgarse de mis hombros, arrugando su diploma por completo contra mi espalda.

Aunque la toga se atoró múltiples veces bajo mis pies, alcancé a devolverle el abrazo sin tropiezos. En nuestras sonrisas se proyectaban el alivio y las ganas de correr al restaurante donde nos reuniríamos para el festejo.

Honestamente, fue una de las tardes más especiales de mi vida, pues por primera vez me sonreían mis dos padres desde las gradas mientras Alonso sostenía la cámara y, tanto Jade como Fernanda tomaban mi mano para evidenciar el vínculo que compartimos durante todos estos años.

Sin embargo, nada de eso me hacía olvidar la otra sonrisa que quería encontrar.

Después de una ceremonia que se alargó por más de dos horas, algunas familias fuimos al Clan de Alberto, donde básicamente nos atascamos de comida chatarra y bebimos más refresco que nunca en nuestra vida. Ahí disfrutamos sin parar hasta que nos dieron las 6 de la tarde y llegó la hora de despedirnos.

—Nos vamos a ver antes de que te vayas, ¿entendido? —me amenazó Jade casi con lágrimas en los ojos.

Yo simplemente asentí y la abracé con fuerza.

—Sabes que vendré a visitarte cada verano, ¿cierto? —confirmé intentando buscar una sonrisa genuina.

—¿Verano? —abrió demasiado los ojos, dejando entrever una clara tristeza—. Estás loca, quiero otoño, Navidad, Semana Santa...

—¿Estás consciente de que Europa no queda a dos horas, cierto? —pregunté rodando los ojos, con un gran hueco en el pecho que amenazaba con absorber todo a su alrededor. Y no solo por el hecho de que no vería a mi amiga por un largo tiempo, sino porque ni siquiera me sentía yo misma pensando en dar un cambio tan drástico a mi vida.

«¿En verdad debía subirme a ese avión?»

—Estoy demasiado consciente, gracias —dijo sin poder evitar que se le quebrara la voz—. Además, no entiendo por qué te vas tan pronto si tus clases comienzan hasta septiembre.

—Todavía tenemos algunas semanas. —La tomé de las manos, sacudiéndolas en un intento por animarnos a las dos—. Además, ¿se te olvida que falta mi cumpleaños?

—Oh no —confirmó negando con la cabeza, secando una lágrima que comenzaba a brotar de sus ojos—. Ya tengo todo listo, el viernes festejaremos en grande.

—Bien —asentí apretando el rostro para no quebrarme.

—¿Por qué tan sentimentales de nuevo? —preguntó Fer llegando por detrás, también con los ojos rojos.

—Podríamos preguntarte lo mismo —dije riendo, pues claramente todas éramos un desastre ese día.

Cuando regresé a casa, no pude evitar sonreír al ver que llegábamos todos juntos después de un gran día sin interrupciones ni llamadas de trabajo.

—Gracias —solté mientras mi papá colocaba las llaves del auto en la encimera de la cocina—. Por acompañarme hoy y por todo —me dirigí a los tres.




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