Es una apuesta 2

Misión secreta

No sabría por dónde comenzar.

Esta ha sido una de las noches más locas de mi vida y, sin duda alguna, jamás podría haber visto venir todo lo que sucedió. 
Solo sé que me siento abrumada, cansada y con una presión enorme en el pecho que no me deja respirar.

[...] 
Cuatro horas antes
 

Cuando llegamos al muelle observo una cantidad inmensa de barcos, veleros y yates formando un conjunto interminable de luces que chocan de una manera preciosa contra la superficie del mar al compás de la luna y las estrellas.
El agua se balancea de un lado a otro con ligereza reflejando algunas siluetas de parejas caminando de la mano, amigos riendo y unos cuantos niños corriendo de un lado a otro. 

Pronto nos encontramos siendo bienvenidos a un yate que sin duda destaca de los demás. Es ostentoso; enorme y sumamente elegante. 
En menos de 20 minutos comienza a llenarse bastante y algunos jóvenes que se encontraban todavía en el muelle suben poco a poco una vez que Bingo, el amigo de Sarhadi, ha dado el aviso de que zarparemos pronto. 

—Vamos, acompáñame —me dice Sarhadi tomando mi muñeca y tirando de ella para conducirme al piso de arriba mientras Alonso y Alex permanecen en donde los dejamos con las manos en los bolsillos, sin saber exactamente qué hacer. 

—¿A dónde vamos? 

—Okay, este es el plan. ¿Ves a ese chico de ahí? —señala a un joven de camisa blanca, cabello ligeramente rizado y pantalón de mezclilla, que se encuentra platicando con otros tres chicos en la terraza del yate.  

—Lo veo —respondo asomándome por el barandal. 

—Necesito que ligues con él, básicamente —suelta sin más. 

—¿Disculpa? —pregunto al ver que no tiene intenciones de seguir explicando de qué habla. 

—Él es nuestro objetivo de esta noche. 

—¿Christian? —Aparentemente se trata del chico que le gusta, por el que nos trajo a la fiesta en un principio, lo cual no hace nada de sentido—. ¿Por qué rayos quieres que haga eso? 

—Vamos, obviamente no te lo vas a ligar ligar. Solo queremos que piense eso para que te ganes su confianza y nos invite a su mesa. 

—¿Y por qué no lo haces tú? 

—Porque lo único que conseguiré será hacerle creer que estoy vendiendo galletas de las girl scouts. Sé que empezaré a temblar y yo misma me haré a un lado y me cerrará la puerta en la cara. 

—¿Cuál puerta? —pregunto intentando seguir su tren de pensamiento. 

—La puerta de su corazón —responde con dramatismo. 

Suelto una risita de incredulidad mientras niego con la cabeza. 

—No hay manera —contesto—. No voy a hacer eso. Además, ¿vamos a abandonar a Alex y Alonso toda la noche? 

—Media hora —explica Sarhadi—. Acércate a Christian por media hora, estoy segura de que te va a invitar a su mesa y entonces podemos estar todos juntos ahí. ¿Sí? 

La música comienza a vibrar cada vez más bajo mis pies y el lugar se llena con increíble rapidez. 

—¿Qué te hace pensar que yo sí sé acercarme a un chico? 

—Que no te gusta ni lo conoces, por lo tanto no tienes miedo de hacer el ridículo enfrente de él. 

—Eso es altamente cuestionable. 

—Por favor —dice tomando mis manos, completamente desesperada. 

—De acuerdo, ya, solo voy a hablar con él. ¿Pero cómo planeas conseguir desviar su atención de mí a ti? —Claro, suponiendo que consigo llamar su atención en un principio. 
 


 

—Dah, porque tú vienes con Alex. Cuando se dé cuenta de eso yo seré su otra mejor posibilidad. 
 


 

¿Vengo con Alex?
 


 

—No tienes idea de lo loco que suena todo esto. Pero está bien, voy a hablar con él por unos minutos y ya. 
 


 

—Corre, antes de que se acerque otra chica —dice sin separar los ojos de él—. Gracias, gracias, gracias. 

Los pasillos de este yate son inmensos y se encuentran abarrotados de jóvenes moviendo sus caderas mientras sostienen copas de vino y champaña. 
Cuando cruzo la puerta de cristal que da al exterior, alcanzo a reconocer al chico que se supone debo convencer de invitarme a su mesa. 
Estando a punto de acercarme es cuando comprendo lo mucho que he crecido en un año. Antes esto hubiera estado totalmente fuera de la mesa para mí. Sin embargo, desde que conocí a Alex fui perdiendo ciertos miedos que no sabía que tenía... Como el simple hecho de hablar con un chico. 

—Disculpa, ¿sabes dónde puedo conseguir una de esas? —pregunto refiriéndome a la copa en su mano. Probablemente no sea una experta en esto pero lo más sencillo parece ser comenzar con una pregunta. 

Aquí afuera hay bastantes sillones, cada conjunto con una pequeña mesa en medio. Por otro lado, la noche está bastante fría pero por suerte ha dejado de llover. 
El chico me mira por unos segundos como si intentara analizar mis intenciones y apenas sonríe. 




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