Es una apuesta

Hay cosas que a veces es mejor omitir

La verdad no entiendo mucho sus palabras.

«Solo contigo»

O sea, sé a lo que se refiere. No me voy a hacer la tonta con voz de doblaje que piensa: Ay, no sé por qué me dice esas cosas. Estoy confundida.

Sé el efecto que quiere causar.

Pero he aprendido a dejar sus palabras pasar.

—Jade —le muevo el brazo y sostengo su cabeza por detrás—. Jade, ya casi llegamos, no te duermas.

Hace un ligero movimiento y cambia de postura.

—Alex, pon el GPS y ya, ¿sí? —digo intentado que mi amiga no se ponga demasiado cómoda en el asiento.

Sé que soy una vergüenza no pudiendo llevarnos al hospital, pero ya no tengo por qué seguir pretendiendo que mi astucia le gana a la tecnología moderna. Por lo menos no ahorita.

Estamos listos, conduce con cuidado —informa una voz detrás de la luz azul de la pantalla del celular de Alex, que ilumina el coche. 

(...)

Por suerte no estábamos a más de dos kilómetros.

Entramos a la calurosa sala de emergencias iluminada con luces demasiado blancas, donde amablemente nos atiende una enfermera. 
Mi adrenalina se apaga cuando veo la tranquilidad rutinaria con la que atienden a Jade. 
Supongo que antes de llegar me sentía como en una de esas escenas de Grey's Anatomy cuando un paciente irrumpe en el hospital y los doctores guapos se abren paso para atenderlo, cuando la realidad es que éste es uno de esos casos tan simples que no merecen ni aparecer en pantalla.

Llenamos unos cortos formularios y mi amiga, ya mucho más despierta, coopera para caminar hasta la sala a donde la llevan. 
Supongo que ahí valorarán su herida y la coserán si es necesario, cosa que yo pienso que pasará a juzgar por la sangre que no dejaba de salir.

Hay bastantes personas en la sala de espera. Sin embargo, ésta es bastante grande, así que no me siento sofocada ni nada por el estilo. 
Aún así prefiero quedarme de pie y Alex me acompaña en la decisión.

Doy cortas vueltas de un lado a otro, pues me estoy debatiendo entre algo importante. Bastante importante.

No obstante, me detengo.

—¿Debería llamarle a sus papás? —lo consulto con Alex. Mis brazos están cruzados sobre mi estómago, bastante tensos.

Alex levanta las cejas e imita involuntariamente mi posición.

—Bueno... —comienza a decir—. No lo sé, ¿qué tan en problemas la metería eso?

No era la respuesta que esperaba. Necesitaba que me convenciera de hacerlo.

—Para haber funcionado como mi consciencia hace rato pensé que ya hasta los habías llamado tú o algo —desato el agarre de mis brazos y relajo un poco los hombros.

—Bueno, es que hay cosas que a veces es mejor omitir. Más si van a afectar a las personas.

—Sí... No creo que una herida de ese tamaño se pueda "omitir" —señalo las comillas con mis dedos—. Lo sabrán en cuanto llegue a casa.

—Exacto... En cuanto llegue a casa. Ya les explicará todo después.

Lo considero por unos buenos segundos.

—No, eso está mal —continúo—. Ellos tienen una excelente relación con Jade y les gustaría saber lo que está pasando. ¿Qué tal si le marcan y no contesta? Quizá ya se empezaron a preocupar. 

—De acuerdo —dice dejando entrever que solo es la introducción de lo que parece ser un argumento—. Piénsalo, recibir una llamada de la mejor amiga de tu hija desde el hospital a las... —desbloquea su celular para ver la hora—...10:30 de la noche —frunce las cejas—. Bien, no es tarde. Pero aun así. Se preocuparán innecesariamente.

—¿10:30? ¿Estás jugando? —lo interrumpo—. ¿Acaba de pasar lo que jamás antes con mi vida y ni siquiera son las dos de la mañana? —Llevo mi mano a la frente y la siento palpitar bajo el naciente dolor de cabeza que comienzo a tener.

—Lo lamento, ni la excusa de que nada bueno pasa después de las dos de la mañana vas a poder usar.

Cuando entiendo su intertextualidad con How I Met Your Mother, poco a poco me echo a reír.
Es un dicho que tienen los personajes. O más bien una ley de vida; que nada bueno pasa después de las dos de la mañana.

—¿Es en serio? —digo en juego y con una risita todavía—. ¿No le voy a poder contar a mis hijos que acabamos en el hospital a las dos de la mañana?

Se detiene un instante a observarme y en su rostro crece una pequeña y rápida sonrisa hacia el lado izquierdo de su cara, como si algo de lo que dije le hubiera causado algo además de diversión. Pero casi luego luego sigue con el hilo de nuestra conversación.

—Puedes decirles que a las 10:31 —dice encogiéndose de hombros y mirando el reloj de nuevo—. Quizá incluso estamos acá hasta las... 11 —abre mucho los ojos, burlándose de esta pobre y poco interesante hora de la noche.

—¿Así que chiste? —continúo con el juego.

Nos reímos los dos y él lleva sus manos a la cadera, mientras yo miro al suelo y paso la mano por mi cabello siguiendo el lado hacia el que está peinado.

—Bueno supongo que tienes razón, a fin de cuentas no pasó nada y no hay por qué alterar a sus papás —me resigno y me acerco a los asientos de metal que nos esperan pegados a la pared. 

Es ahí cuando me doy cuenta de que todo esto es una ilusión y si la vida funcionara así todos serían felices.

—Ah, no, espera. —Volteo en dirección a Alex riendo amargamente, cerrando los ojos—. Se me olvidaba que esto no es una película y no puedes solamente llegar aquí e irte —suelto una risita sarcástica ante mi ingenuidad y alzo los brazos—. Porque para empezar esto es un hospital privado, porque la atención pública es una basura, y alguien tiene que pagar —suelto aire por la nariz con la intención de simular mi risa—. Además de que solo un adulto responsable puede darla de alta.

Esbozo la sonrisa más plana y fingida que he tenido en mi rostro y luego frunzo los labios. 
Alex parece haber sido de mi equipo de ingenuos también, pues se queda pensando un rato pero no puede evitar reír ante nuestra incredulidad.



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En el texto hay: apuesta, amor, chicomalo

Editado: 29.07.2019

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