Es una apuesta

¡Tonterías!

Una vez que estoy lista, con la maleta revisada de nuevo y los últimos detalles dentro de ella, me dispongo a tratar de remediar mi imprudencia de haber permitido que me dieran casi las dos de la mañana si al otro día iba a concursar. Lo único que me salva son las cinco horas de camino, las cuales pienso aprovechar completitas, pues ahorita me quedan menos de dos para tener que levantarme.

Pero finalmente estoy en mi cama, lista para descansar un poco. 
Despido el intenso día de ayer con una gran sonrisa en el rostro, porque aunque me siento muy mal por Jade, después de todo sí podré ir a Gingham y no puedo evitar estar feliz.

(...)

Escucho un tenue golpecito en mi ventana, mismo que prefiero ignorar, dado que me quedan aunque sea unos minutos de descanso antes de tener que levantarme.

Cambio de lado la cabeza sobre la almohada y se vuelven a cerrar mis ojos.

Y ahí va de nuevo el sonido de la ventana.

Alcanzo a distinguir con la vista nublada los números verdes en el reloj. 3:45.

«No, por favor»

Jalo las sábanas hacia mí en señal de que no me pienso parar. ¿Cómo rayos se le ocurre llegar 45 minutos antes?

Pero es tan insistente que tomo mucho aire y me armo de valor para salir del calor de mi camita quince minutos antes de lo previsto.

—¿Por qué? —digo para mí misma arrastrando las palabras y mis pies en señal de frustración durante mi camino hacia la ventana.

Él parece haber despertado de una siesta de catorce horas. Incluso trae el cabello un poco húmedo y la cara más limpia y fresca que he visto en mi vida. Me inunda un olor a loción y jabón cuando abro la ventana.

Rise and shine —me dedica una enorme sonrisa con los ojos bien abiertos, y yo apenas puedo enfocar los míos.

—Alex... ¿qué...? —alcanzo a decir, muy pero muy cansada.

Casi como si fuera dueño de mi casa entra y se planta en mi habitación.

Yo me sigo frotando los ojos y el rostro.

—¿Me haces de desayunar? —me pide como niño de ocho años.

—¿Qué...? —lo miro muy confundida—. ¡No! ¡Sal de aquí! —lo empujo del pecho y él da dos pasos hacia atrás.

—Por favor —frunce los labios y agranda los ojos—. No había nada en mi refrigerador y no encontré un restaurante abierto.

—¡No tengo tiempo de darte nada!

—Oye, por ti estoy despierto a las 3 de la mañana en sábado.

—Aj... —Okay, es verdad. —¡Está bien! Pero tú baja a la cocina y busca algo.

Comienza a caminar despacio pero se detiene casi luego luego.

—¿No hay nadie en casa? —pregunta recorriendo mi habitación con la mirada.

—Supongo que no... —expreso volteando al reloj de nuevo, dándome cuenta de que ya es hora de comenzar a prepararme.

—Eh... —suelta Alex sin continuar con su camino a la planta de abajo.

—¡Obviamente no! Si no ni te hubiera abierto —exclamo con ansias de empezar ya a hacer todo lo que tengo que hacer antes de salir—. ¡Anda ya! Que tengo que bañarme todavía.

Suelta una pequeña risita en señal de alivio y coloca las manos sobre su cadera.

—¿Y si te digo que yo también tengo que hacerlo y mejor te acompaño? —Acaricia su mandíbula y levanta una ceja.

—¡Alex! Baja a buscar tu comida en este momento —le grito frenética.

—Ya, ya, está bien —se ríe y levanta las manos, saliendo de la habitación como perrito regañado.

Una vez en el baño, me doy cuenta de que todavía hay mucho maquillaje alrededor de mis ojos a pesar de que lo quité hace rato. 
De igual manera, al verme en el espejo doy gracias a mi costumbre de dormir con un suéter encima, ya que si no fuera así se me vería todo a través de la delgada blusa de la pijama. 
Sin embargo, espero que no haya notado las infantiles ovejitas azules del pantalón. 
Bueno, ¿pero quién rayos iba a saber que un chico subiría por mi ventana cuando seguía dormida?

(...)

Seco mi cabello rápidamente con la secadora y me pongo corriendo la ropa que elegí desde ayer. 
Al ser una persona precavida tienes la ventaja de despertarte solo treinta minutos antes de salir. Ya tenía todo listo, por suerte.

Me quedan diez minutos, perfectos para bajar, tomar una vaso de leche y alguna fruta que encuentre por ahí. 
Ah, y asegurarme de que el chico no esté haciendo un desastre.

Con mi maleta y otra bolsa en la mano, bajo las escaleras.

—¿Ya? —paso junto a él, que está frente al refri guardando algunas cosas. Yo me abro paso y saco la leche casi empujándolo, pues parece que disfrutara que yo tenga que restregarme contra él. Porque no se mueve y estorba.

Tomo un vaso del estante de arriba y lo pongo enfrente de mí.

Cuando termino de servirme el líquido, y voy a regresar el envase a su lugar, Alex extiende la mano enfrente de mí, bloqueándome el paso.

—Para el camino —informa mirando la bolsa transparente que trae entre las manos, con un objeto cuadrado cubierto por una servilleta blanca—. Si quieres...

—Gracias —tomo el sándwich y sonrío ante su gesto. Lo agradeceré mucho en unas horas que se me abra el apetito. Me es casi imposible comer en la madrugada.

Salimos a la fría calle una vez que todo está listo y meto mi maleta en la cajuela de su coche, que está aparcado frente a mi casa.

—¿Hay algún lugar donde dejarlo? —me pregunta y yo no entiendo—. El coche... Porque si no vamos a tener que pedir Uber, ahora que lo pienso.

—Habrá estacionamiento. Nos dijeron que podíamos dejar los carros en la escuela.

—Perfecto. —Abre la puerta del copiloto y me deja pasar.

(...)

Una vez que salimos del carro y entramos a la recepción del estudio de danza aérea, comienzo a sentir la emoción del momento. 
El lugar está atestado de estudiantes, instructores y mamás acomodando el cabello de sus hijas.

No puedo evitar sentir cierta decepción de que mi mamá nunca pueda venir a estas cosas, o que no esté alguien aquí para compartir el momento conmigo.



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En el texto hay: apuesta, amor, chicomalo

Editado: 29.07.2019

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