Es una apuesta

Hoy no

Aunque yo ya traigo mi traje puesto, tengo que ir a mi habitación por una toalla.

—Yo te presto la mía —dice Alex cuando estoy apunto de salir de la habitación.

—Seguro —cierro la puerta a mis espaldas y me dirijo a mi cuarto.

(...)

Le dije que nos veíamos en el elevador de mi piso a las nueve y media. Y a juzgar por su puntualidad, supongo que está ahí desde hace un rato.

Trae puesta una camisa blanca sin mangas y un traje de baño negro amplio que podría pasar por un par de shorts.

Y yo... Bueno, digamos que una de mis misiones detrás de pasar a mi cuarto era confirmar si no se me había ocurrido meter otro bañador de pura casualidad.

Un traje de baño completo, para ser exactos.

Debajo de mi blusa y los shorts hay un bikini naranja con rosa que no pensé siquiera usar. Solo lo traje por si en algún momento surgían la oportunidad y el tiempo de ir a nadar con mis compañeros. 
Claro que la maleta la hice cuando mi compañía iba a ser Jade.

Ahora no estoy tan segura de querer quitarme la ropa que lo cubre enfrente de Alex.

«Pero tampoco vas a dejar de ir a divertirte por una tontería, ¿o sí?»

Trago saliva y pido el elevador.

«No te atrevas a regresar», le digo a la Alana tímida y miedosa.

Cuando entramos al pequeño cubículo, Alex recarga los brazos en unas barras de metal y yo presiono el botón del lobby.

Saliendo, doblamos a la derecha y pasamos por un angosto pasillo en dirección contraria a la playa, siguiendo las indicaciones de una señorita que encontramos en el camino.

Llegamos para encontrar una hermosa alberca iluminada, con el agua tan pacífica que parece un reflejo. 
Las palmeras hacen presencia alrededor de ella, y todas las bifurcaciones abren paso a nuevas secciones de agua de distintas profundidades, mismas que ni siquiera alcanzo a contar desde aquí. 

Lo que más llama mi atención es que no hay absolutamente nadie. A excepción de una pareja de ancianos que disfruta de sus vacaciones y dos hombres de mediana edad repartidos por el lugar. 
Quizá haya alguien más donde no alcanzo a ver desde aquí, pero yo diría que es demasiado inmensa para la cantidad de gente.

Asumo que se debe a la temporada. Es un domingo normal como cualquier otro. Quien no esté en un viaje de negocios o tenga el tiempo en sus manos para manejar a su antojo como los ancianos, jamás estaría aquí hoy.

Y bueno, todo mi grupo está reunido en la playa, incluyendo a las mamás que ya regresaron de cenar. 

«¿Debería estar ahí?»

No obstante, si hay algo de lo cual no cabe duda es que la magia de una alberca por la noche no se puede comparar con muchas cosas.

(...)

Colocamos nuestras pertenencias en un camastro junto a la orilla al fondo de la alberca, donde la decoración de unas lindas rocas y una cascada que cae sobre el agua llaman mi atención.

También es un lugar con la luz lo suficientemente tenue como para que me de menos vergüenza quedarme en bikini frente a él.

Sin embargo, yo tomo asiento en el camastro de junto y me quedo ahí por un rato.

—Ve tú —le indico a Alex con una seña cuando se da cuenta de mi inmovilidad—. Te alcanzo al rato.

—Eso no —se ríe y termina de acomodar las toallas encima de nuestros celulares para que no se los roben o algo—. Prometo cargarte hasta allá si es necesario, pero entramos los dos juntos.

Arrugo mis cejas y las levanto.

—¿Para qué? —lo interrogo.

—Porque, si no, ¿dónde está la diversión?

Comienzo a rodar los ojos cuando comprendo que no me queda otra más que ponerme de pie.

—Okay, vamos. —Le doy la espalda y camino en dirección al agua, mostrando la mayor seguridad posible, con la esperanza de que no note que...

—¿Con ropa? —se burla de mí y me detiene del brazo para que me regrese y lo vea de frente.

Me rasco la nuca y desvío la mirada.

—Bueno... Sí —froto mi brazo con desesperación—. Hace frío, ¿no? —busco la mejor excusa que se me ocurre.

«¡Estamos a más de treinta grados!»

—Hay otras maneras de combatirlo —ladea la cabeza y sonríe a la mitad—. Y aun así la mayoría involucra quitarse la ropa.

—¡Ya! —golpeo su brazo—. ¡Okay! Es solo que no le veía el sentido a quitarme todo esto si...

—Mira —dice antes de hacer un movimiento tan ágil y rápido que apenas noto. Se quita la camiseta y cuando la pasa por encima de su cabeza lo único que veo es su torso desnudo frente a mí—, solo tienes que hacer eso y ya.

«No se necesita demasiada imaginación para saber que lo que hay bajo esa ropa es un regalo del Señor», retumban en mi cabeza las palabras de Lis.

Quito la mirada instintivamente y me aparto un poco.

—Vamos, creo que ya hay confianza a estas alturas —dice, a mi parecer haciendo referencia a mi atrevimiento durante el episodio del armario—. Prometo no desvestirte con la mirada como lo acabas de hacer conmigo.

—¿Qué...? —cuestiono aclarándome la garganta—. Yo no estaba...

—Me doy la vuelta, si quieres. Para que te quites eso.

Al darme la espalda, la voz de mi amiga vuelve a inundarme.

Bueno, vamos a aceptar que su espalda está mejor que la de muchos. Eso te lo concedo, Lis.

—¿Ya? —pregunta Alex echando su cabeza hacia atrás en señal de impaciencia.

—No, espera.

Regreso a lo mío y, con mucho esfuerzo, al fin me decido por sacar la blusa. No sin antes cruzarme de brazos cuando le informo que ya puede voltear.

«Dios mío, qué ridiculez»

El short me lo quedo —informo muy seriamente y me pongo en marcha, lanzando la blusa al camastro.

Alex ríe ligeramente y se resigna a seguirme.

No es que me avergüence mi cuerpo ni nada, pero es incómodo estar así con alguien que se la vive haciendo todo tipo de comentarios insinuantes.

(...)

Al poco tiempo ya estamos adentro, en un pequeño apartado donde el agua emana una luz azul muy relajante. 
Exploro por un rato los alrededores y observo la pacífica vista que tiene este lado de la alberca, directo hacia una parte abandonada de la playa. 
Varios botes pasan a lo lejos, pero la luz de la fogata no se alcanza a percibir desde aquí. 



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En el texto hay: apuesta, amor, chicomalo

Editado: 29.07.2019

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