Quedó de pasar por mí a las 8 de la noche. Ya es sábado y siento el aire frío colarse por mi ventana antes de cerrarla y tomar mi bolsa. Parece que está a punto de llover, y solo espero que la cosa no sea en un jardín.
Alex aún no me ha dicho en dónde nos encontraremos con sus amigos, pero supongo que será una fiesta. Por eso me alacié el cabello hace unas horas y elegí uno de los pocos vestidos que tengo. Es color palo de rosa y tiene una caída preciosa. La verdad es que ni siquiera recordaba que lo tenía, me parece que me lo regalaron mis tíos en Navidad. El problema es que era demasiado corto para mi gusto, pero creo que algún día tendré que usarlo y ese día es hoy.
Por primera vez le dije a mi mamá que saldría con Alex, pues a lo largo de la semana me siguió preguntando ciertas cosas e intentó hablar conmigo en algunas ocasiones. Y aunque hice lo posible por evadirla lo mejor que pude, decidí que me sentiría mejor informándole que salíamos hoy.
Por alguna razón, ella ha estado en casa más tiempo del habitual. O por lo menos así lo he sentido yo. Claro que el que le haya contado a mi mamá con quién saldré no significaba que él pueda pasar a saludarla. Y menos hacerle plática.
Justo por ese motivo me alisto a las 7:45 y me dirijo a su departamento. ¿Por qué debería ser él quien siempre pasa por mí?
Le digo al portero que vengo a visitar a Alex y me da acceso al edificio.
«Bueno, eso fue fácil»
Sin pensarlo dos veces, me dirijo al estacionamiento y busco su auto gris, el cual encuentro casi de inmediato, justo junto a su moto. Simplemente me recargo en el cofre, mismo que por suerte está limpio, pues de lo contrario hubiera manchado absolutamente todo mi vestido.
No pasan ni dos minutos cuando lo veo salir del elevador con las llaves en la mano. Camina despreocupadamente mirando al teléfono, pero cuando levanta la cabeza y me ve, se para en seco y abre mucho los ojos. Después, su sonrisa comienza a tomar forma.
—Creo que es lo más hermoso que he visto —dice cuando está muy cerca de mí.
Hasta acá huele su colonia. Parece que se acaba de bañar.
—¿Qué? —pregunto poniéndome de pie, acomodando mi vestido y jalándolo nerviosamente hacia abajo.
«¿Qué acaba de decir?»
—Tú, con ese vestido —Se me corta la respiración por unos instantes—, sobre mi auto —añade levantando la ceja y esbozando media sonrisa mientras recorre su marcada mandíbula con la mano.
Suelto el aire que estaba guardando y me río de su comentario al mismo tiempo que le ruedo los ojos. Él se ríe conmigo pero también continúa hablando.
—No, en serio —agrega decididamente—. Te ves muy bien —dice antes de tomarme por la cintura y depositar un tierno beso en mi mejilla, casi sin darse cuenta de que lo hizo.
Él tan solo sigue con su camino hasta la puerta del copiloto y la abre para mí.
Yo, por otro lado, me quedo un tanto petrificada por su gesto. Fue tan natural que ni siquiera lo vi venir.
Me froto el brazo ligeramente y acepto la puerta abierta.
—Antes de que nos vayamos te tengo que decir algo —expresa una vez que nos acomodamos en los asientos.
Trago saliva y giro la cabeza.
—Dime.
Cuando lo volteo a ver está muy nervioso y comienza a sonreírle al piso. Luego levanta la mirada y la fija en el espejo retrovisor.
—Me vas a matar —arruga la nariz y me mira como si tuviera algo que perdonarle.
Aguzo el oído y entrecierro los ojos, dedicándole toda mi atención. Se rasca el puente de la nariz y luego pasa la mano por su cabello, despeinándolo un poco.
—Si me dices que no, prometo dejarte en tu casa —comienza a hablar cuando por fin me voltea a ver de nuevo, provocando que la curiosidad crezca aún más en mí.
—Habla ya, Alex —suelto con la esperanza de que continúe.
—Bueno... —murmura entrecerrando los ojos y mirando al techo. Coloca sus manos sobre el volante y las desliza nuevamente hacia abajo—. ¿Recuerdas la fiesta a la que te llevé?
—¿A la que fui porque necesitabas una acompañante? —Alzo las cejas cuando recuerdo lo raro que se sintió que me utilizara para demostrar algo a quién sabe quién.
Vacila por un segundo antes de contestar, pero acaba por articular algo.
—Sí —tuerce su sonrisa—. En serio lamento eso.
—Bueno, ¿qué tiene esa fiesta? —lo aliento a que vaya al punto.
Ahora mira hacia la ventanilla y aprieta los labios.
—Te voy a contar por qué te llevé —se dirige a mí y yo me acomodo en el asiento.
—Te escucho —informo.
Espero que en mi voz no se proyecten mis ansias por saber de una buena vez qué fue lo que pasó. La verdad nunca me había representado una duda existencial, quizá ni siquiera había tenido curiosidad por saberlo. Pero ahora que lo menciona, no puedo evitar mover mis dedos con nerviosismo.
—Lo que pasa es que hay ciertas cosas que uno necesita mantener en secreto —comienza diciendo. Mis cejas se arrugan demasiado y le dedico una mirada bastante intensa—. En la universidad —aclara—. No siempre puedes andar hablando de tu vida y lo que haces con ella, ¿sabes?