—¡La cena está lista! —se escucha desde la cocina a eso de las once de la noche. Pronto nos ponemos de pie y nos acercamos a la mesa del comedor, donde hay platos gigantes de ensalada, desechables y cubiertos.
—¿Cena? —pregunto todavía extrañada. Desde que Dalia nos dijo que Matt estaba cocinando yo no lo podía creer.
No estoy acostumbrada a que alguien se ponga a cocinar para una reunión que no sea familiar.
Al ver mi cara, Alex sonríe.
—Ya estamos viejos —explica haciendo una mueca y encogiéndose de hombros—. No aguantamos toda la noche sin comer, como ustedes los jóvenes.
Suelto una carcajada y le doy un pequeño codazo mientras caminamos en dirección a la mesa.
—Alex, ¿te estás llamando viejo? —digo burlándome de sus palabras.
—Cinco años hacen la diferencia, linda —agrega haciendo referencia a nuestras edades—. Créeme, a estas alturas de mi vida prefiero platicar un rato con mis amigos, cenar e ir directo a la cama.
—Claro, porque a los 22 ya no te interesan las fiestas. —Me río negando con la cabeza y suspiro mirando al suelo—. Sobre todo tú, que eres tan civilizado y centrado que prefieres dormir en vez de ir a una.
Lo volteo a ver y giro los ojos en el proceso.
—¿Quién habló de dormir? —pregunta arrugando la frente—. Dije ir a la cama —confirma levantando una ceja y haciendo aparecer una pícara sonrisa en sus labios, a la que le suma una insinuante mirada en mi dirección.
—¡Oye! —le reclamo abriendo mucho la boca y asegurándome de que nadie escuchó—. ¡Soy tu novia!
No debería hablar de esa manera si prometió tratarme como princesa hoy.
—Por eso —susurra después de guiñarme el ojo enseñando sus dientes blancos.
De alguna manera al final consigue hacerme reír. A fin de cuentas, me alegra que todo siga relativamente normal después de lo de hace rato.
—Está bien —agrega pasando fugazmente su mano por mi cabello, rozando mi mejilla—. No más comentarios así —suspira tranquilamente curvando sus labios—. Por hoy.
De nuevo me obliga a poner los ojos en blanco, pero me es imposible hacerlo sin una sonrisa.
—Hablo en serio. —Baja la mirada soltando un largo suspiro. Después de unos segundos comienza a dar pequeños toquecitos en mi mano con sus dedos, jugando discretamente con ella. Se detiene a mirar el suave movimiento por unos segundos, hasta que levanta los ojos y encuentra los míos—. Quiero ser aquél que conociste en el consultorio. —Veo una sonrisa casi tímida abrirse paso por su boca mientras termina por tomar mi mano y entrelazarla cuidadosamente con la suya—. Aunque sea por hoy.
Por un momento comienzo a sentir una ligera falta de aire. Escucharlo hablar de esa manera es un tanto hipnótico.
—¿Para que te vuelva a besar? —digo bromeando con una risita, intentando no sonrojarme.
Alex fija su mirada en algún punto sobre mi hombro y comienza a negar con la cabeza en una amplia sonrisa.
—No estaría mal. —Levanta una ceja ladeando la cabeza, sonriéndome de vuelta.
Las habilidades culinarias de Matt quedan en evidencia en cuanto todos nos acabamos por lo menos dos platos de la mejor lasaña del mundo.
En verdad, es ridículamente buena.
Como no todos alcanzamos lugar en la mesa, en especial Alex y yo que alargamos el camino para continuar con nuestra plática, nos vimos en la necesidad de tomar asiento en las escaleras aunque Dalia haya insistido en que usáramos el sillón.
Sin embargo, Ben y Érika nos hicieron compañía, y ahora puedo decir que comer en las escaleras es cien veces mejor que en una aburrida mesa. Nos la pasamos riendo y compartiendo anécdotas sobre todo tipo de cosas. Llegó un momento en que estábamos tan simples que hasta el tenedor nos daba risa.
—Ya está el postre —exclama Matt con un brillo especial en sus ojos.
Me apresuro a aproximarme a la charola que trae en las manos, y en cuanto veo los apetitosos pastelitos extiendo mi mano para tomar uno.
—No creo que quieras comer eso —escucho a mis espaldas antes de sentir una mano atrapar mi muñeca.
Me giro para encontrar los relajados ojos de Alex sobre mí, mismos a los que agrega una sonrisa. Enseguida me pongo a la defensiva. ¿De qué habla? ¿Por ser mi novio se siente con el derecho de decidir qué puedo comer y qué no? Justo por eso me giro y tomo uno con ganas, pero cuando estoy a punto de llevármelo a la boca su mano lo detiene y me lo quita discretamente.
Cuando lo miro con total estupefacción, se ve obligado a continuar hablando.
—En serio, no quieres comer eso —repite susurrando y lo vuelvo a fulminar con la mirada.
Varios de los presentes observan la escena fijamente y no puedo hacer más que indignarme.
—¿No quiero? —pregunto frunciendo el ceño y llevando mis manos a la cadera.
—Es que esos... —comienza a decir pero es rápidamente interrumpido.