Hoy no ha sido mi día. He pasado toda la tarde en cama gracias a un molesto dolor de estómago que no parece irse. Claramente, y de acuerdo con la ley de los días malos, no llegué a aquel aparente glorioso descanso sin antes haber vertido por accidente un frasco de aceitunas por todo el refrigerador en la mañana y haberme visto obligada a limpiarlo. «Por Dios, nadie en esta casa ha comido una aceituna en años, ¿por qué siguen ahí?»
Por lo menos he tachado esa preocupación de mi lista en el momento en que las despojé de todo su líquido y me vi obligada a cuestionar la dudosa apariencia de las que todavía podían ser salvadas. Así que las tiré cubriéndome la nariz para no vomitar en el intento. Justo después de aquello, llegamos a este momento que se ha prolongado por más de seis horas, mismo que consiste en retorcerme bajo las cobijas e intentar darle seguimiento a las múltiples series en mi lista.
Aun así, mañana es de suma importancia ir al colegio y presentar mi examen final de matemáticas, a lo que puedo nombrar como la cereza en el pastel de mi día. «Si tuviera un envase de cerezas también tiraría el líquido sin querer, seguramente»
Sin embargo, por unos segundos me replanteo lo de asistir al examen.
Pronto caigo en la cuenta de que no es específicamente una buena idea presentarlo, ya que, como mencioné, tengo un molesto dolor de estómago y no he salido de mi cama. Por lo tanto, mi disposición de estudiar el fin de semana se fue por un tubo. No estoy preparada y algo me dice que el día de mañana seguirá el mismo patrón que el de hoy. Suelo estudiar, definitivamente. Pero no dudaría que este repentino dolor fuera mi subconsciente pidiendo un descanso para mi mente.
Por lo general mi único propósito en la vida es ser buena en la escuela y sacar notas decentes. Y no porque no quiera vivírmela de fiesta en fiesta o sea una antipática, simple y sencillamente no soy así.
A la mañana siguiente corro porque, efectivamente, el día no está yendo tan bien y mi despertador decide no sonar. Además de que me levanto sumamente rápido y mi estómago me reclama por la rudeza, tampoco tengo tiempo para consentirlo con un poco de alimento. Ésta soy yo saliendo sin desayunar, metiendo el maquillaje a mi mochila para poder darme aunque sea una manita de gato en el coche y siendo apresurada por mi papá que también tiene prisa por llegar al trabajo.
En fin, mi plan de estudiar llegando al colegio se ve afectado por el retraso. Afortunadamente tengo clase de literatura antes de presentar el examen de mate, así que si llego tarde lo máximo que puede pasar es que me manden a la biblioteca al final del pasillo. La primera suposición se cumple, la segunda no tanto. Me refiero a que obviamente llego tarde pero, extrañamente, me encuentro con el maestro que se dirige a la oficina de la directora a paso apresurado y me informa que vaya al salón.
Al entrar me encuentro con Jade, una de mis mejores amigas. Me acerco a ella pero está un poco ocupada con dos compañeros hablando acerca de un proyecto.
—¿Por qué tan tarde? Pensé que no llegabas, ¿cómo sigues? —se dirige a mí regalándome su total atención sin soltar una pluma que trae en la mano.
—Ya mejor, es que se me hizo tarde —respondo, y luego miro a mi alrededor—. ¿Por qué están todos en equipos?
—Comenzamos con un nuevo proyecto, al parecer algo de unas entrevistas.
Sigo dando vueltas por el salón con la mirada tratando de analizar con quién formaré equipo y entonces mis ojos se detienen. Mi mente se llena de preguntas y confusión y lamento el hecho de que Jade comience a explicarme lo de los equipos y yo no esté prestándole la más mínima atención, ni siquiera lo intento. Hay un chico nuevo sentado al fondo del salón.
¿Un chico nuevo casi a fin de año?
Jamás en la vida había llegado alguien a nuestra escuela. Somos una pequeña élite de no más de 300 alumnos contando secundaria y preparatoria. Los grupos son reducidos y a todos mis compañeros los conozco desde el jardín de niños. Quizá exagero al decir que nunca ha llegado una nueva cara, pero se mimetiza tan rápido que todos acaban olvidando que no lleva ahí mucho tiempo. Sin embargo, este chico es diferente. No alcanzo a verlo bien, pero de lejos se nota que no quiere estar aquí. Al darse cuenta de mi pérdida de atención, Jade cambia de tema.
—Oh... Ya veo, es precioso ¿verdad? — comenta refiriéndose al objetivo de mi mirada.
—¿Qué? —pregunto sin entender exactamente de dónde viene su comentario.
—No nos han dicho nada de él, pero creo que se quedará. ¡Por fin llega el soñado chico nuevo encantador!