Después de esto nos dirigimos al estacionamiento y Alex me reclama el hecho de que no quiero ir al cine con él. Sin embargo, yo argumento que la apuesta comenzará hasta el viernes.
—¿Quién dijo que empezaba el viernes? —responde detrás de mí.
—Yo lo digo —argumento con seguridad.
—¿No fue suficiente con todas las reglas que ya pusiste? —escucho su risa retumbar.
—Esto ni siquiera es de mi agrado. Si quieres una apuesta comenzará el viernes. —Me giro en su dirección y lo miro de frente.
Sí, estaba tratando de ganar tiempo, lo cual no iba a servir de nada.
—Bien, más días para pensar lo que haré —dice guiñándome el ojo.
—Como sea —respondo un poco desesperada y arrepentida de haber aceptado.
Unos minutos más tarde ya nos estamos dirigiendo a mi casa y, una vez allá, me bajo de la moto y le doy las gracias por traerme.
—Somos un buen equipo —comenta mientras me alejo.
—Lo que tú digas —respondo sin darme la vuelta y levanto una mano en señal de despedida.
Estoy a punto de cruzar por mi puerta cuando escucho algo más.
—¡No me dijiste tu nombre! —grita a todo pulmón y solo espero que nadie nos voltee a ver.
Vacilo un rato y luego pienso que no es exactamente un secreto. Sin embargo, me acerco lo suficiente como para no tenerlo que gritar a los cuatro vientos.
—Alana... Me puedes llamar Ally.
—Me gusta más Alana —dice obligándome a voltear a verlo.
¿Si no sabía mi nombre cómo consiguió mi dirección? Este chico es más allá de raro. Por fin regreso a mi cuarto y cuando me asomo por mi ventana lo veo aún ahí sentado en la moto, mandando un mensaje de texto o algo parecido. Me quedo analizando aquella acción y cuando termina siente mi mirada y voltea a verme. Se despide con un pequeño gesto y el motor comienza a rugir al tiempo en que mi celular empieza a vibrar.
Por unos momentos pienso que prenderé la pantalla para encontrarme con un extraño mensaje de él, pero cuando comprendo que aquello parecería salido de una película, leo en letras grandes que es Alonso, mi hermano.
—¿Dónde estás? —pregunta.
—En casa, ¿dónde estás tú? —escribo y me siento en mi cama haciendo chocar la cabecera contra la pared.
Un minuto después escucho la puerta de mi cuarto abrirse detrás de mí.
—Mejor dicho, ¿dónde estabas? No te oí llegar —me cuestiona entrando.
—Salí unas horas, ¿mamá no te dijo? —pregunto arrugando las cejas.
—No está, la llamaron de la oficina. Creo que hará turnos extras —dice un tanto molesto.
—¿De nuevo? Creí que eso había acabado.
—Al parecer no. —Respira profundamente y se lleva una mano a la frente—. Pero bueno, ¿a dónde fuiste? —pregunta más relajado.
—¿Acaso tú me cuentas a dónde vas? —digo en broma.
—No exactamente, pero tú nunca sales. Y menos entre semana.
—Fui a hacer un trabajo —respondo al fin, sin sumarle importancia.
—Bien, eso lo explica todo —comenta riendo y despeinando mi cabello con una mano.
Abro la boca para reclamar aquel gesto. Él no me cree capaz de salir a divertirme, así que pienso en defenderme. Pero aquello conllevaría seguramente mencionar que habían un chico y, por consiguiente, una apuesta involucrados. ¿Para qué hablar de eso con mi hermano? No quería buscarme sermones de hermano mayor.
—¿Qué pasa? —me dice cuando me arrepiento y cierro mi boca.
—Nada, tienes razón, soy niña buena.
—Lo sé, hermanita. Buenas noches — dice regresando a su habitación.
Alonso está en su segundo año de universidad y gracias al cielo escogió un campus cercano. No sé qué haría sin él si se hubiera mudado. Desde pequeños siempre ha sido mi mejor amigo y compañero. Papá y mamá han trabajado largas jornadas desde que tengo memoria, por lo que Alonso me cuidaba y pasábamos mucho tiempo juntos.
También solíamos contarnos absolutamente todo hasta que él comenzó la preparatoria. Supongo que dejas de hablar con tu hermana menor cuando empiezas a salir de fiesta y todo eso.