Es una apuesta

Mi territorio

Estamos un rato más en la fiesta, pero ya son las 12 y en realidad preferiría irme a casa.
Gracias al cielo, no soy yo la que tiene que mencionarlo.

—Bueno... Prometí que te llevaría temprano. ¿A qué hora quieres irte? —me pregunta.

—Amm... ¿Qué tal ahora?

No sé si soné demasiado desesperada, pero estoy muy cansada y el único efecto que queda del alcohol es mucho sueño.

—Vamos —continúa él, caminando en dirección a la salida.

«¿Qué? ¿Así de fácil?»

Como era de esperarse, si antes había muchas personas en el suelo de la entrada, ahora todas las personas estaban ahí tiradas. Algunos están riendo y mirando las estrellas, otros parecen acabar de vomitar, y algunos están definitivamente inconscientes. Asumo que es una fiesta universitaria, dado que todos parecen mayores de veinte y esto está muy intenso. ¿Qué hacemos aquí?

Por suerte no tardamos en llegar al coche. Caigo como tabla en el asiento del copiloto y cierro los ojos.

—¿Are you drunk? —articula Alex cuando entra al carro, con un perfecto acento.

—¿Por qué hablas en inglés?

—¿Por qué no?

—Solo preguntaba.

—Me gustan los idiomas —responde llevando una mano a su barbilla, en modo pensativo—. Y a ti el alcohol —continúa, ahora levantando una ceja y esbozando una sonrisa.

¿Cómo puede levantar tanto la ceja?

—Ja. Ja. Sí... Me encanta —digo intentando imitar su gesto con la ceja, fallando por completo.

En eso, suelta una sonrisa, se inclina hacia mí y lleva su mano despreocupadamente a mi rostro, posándola sobre mi ceja izquierda.

Enseguida me sobresalto, hasta que me acostumbro al tacto y entiendo a qué va.

—Anda, levanta la otra —me dice, deteniéndola.

—Eh... —articulo fracasando en el intento de lo que me propone. Mi ceja apenas se mueve—. Creo que no nací para esto.

Y ambos soltamos una carcajada.

—Todos nacimos para esto, solo que algunos tienen que practicar.

Bien, no sé cómo interpretar lo que acaba de decir, pero no tengo muchas ganas de hacerlo. Y más porque recuerdo que no debería estarme riendo con él.

—Vamos a casa —interrumpo de golpe nuestra risa y noto una mueca en su boca cuando aprieta los labios.

—Vamos —suelta después de vacilar un rato, acomodándose en el asiento, aún con una sonrisa que no alcanzó a encontrar su camino.

 

Después de lo que se convierten en 40 minutos gracias al tráfico, aparca enfrente de mi casa.

Nos quedamos en silencio unos instantes.

—Gracias por no traer la moto. —Es lo único que digo antes de abrir la puerta del auto y salir silenciosamente.

Le dirijo una última mirada y me propongo a cerrar la puerta.

—¡Oh! —grita demasiado fuerte para el silencio de la noche, una vez que estoy apunto de cerrar—. ¿Puedes de una vez admitir que fue la mejor noche de tu vida? —dice inclinándose hacia la ventanilla.

—Estuvo lejos de ser la mejor noche de mi vida —confirmo entrecerrando los ojos.

—Bueno en ese caso, no te preocupes, la tendrás —me guiña el ojo y cierra la puerta del coche antes de que pueda responder.

Arranca y se pierde en la oscuridad de la noche.

Este chico no tiene remedio.

 

Por suerte para mí, mis papás no están en casa todavía y mi hermano, hasta donde yo sé, pasará la noche en el campus.

Entonces entro sin problemas con la llave que hay en la maceta (lo sé, así nadie entrará a mi casa jamás porque es el último lugar donde un ladrón buscaría una llave).

Cuando estoy en pijama y en mi cuarto, decido hacer ahora mi propio plan. Entonces tomo un lápiz y una libreta, y comienzo a escribir mis propios métodos para ganar la apuesta. Él no es el único que inventará salidas y fiestas. También yo me aseguraré de que nos mantengamos dentro de mi territorio.



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En el texto hay: apuesta, amor, chicomalo

Editado: 29.07.2019

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