—El coche —afirmo cuando veo que afortunadamente no tenemos que irnos de aquí en motocicleta.
—De nada —dice Alex encogiendo los hombros.
Me subo rápidamente porque no puedo esperar a entrar en calor. Hace demasiado frío afuera y, repito, no traigo mi chamarra.
En realidad acepté ir a su casa porque no me encanta la idea de atrasarme con los proyectos y tampoco quiero ir a la mía.
A saber cómo esté la situación ahí.
—¿Dónde vives? —pregunto para sacar un tema de conversación.
Solamente voltea a verme y sacude la cabeza para regresar sus ojos al volante.
—Bien... No me digas... ¿Qué es lo que haremos entonces? ¿Escribir más preguntas? ¿Analizar las respuestas anteriores? —le pregunto.
—Por así decirlo —sonríe como si ocultara algo.
—¿Disculpa?
Entonces ríe ligeramente.
—Ni pienses que no vamos a trabajar... —lo alecciono.
—Lo sé, lo sé. No te preocupes —hace un gesto con la mano y luego la regresa al volante.
—Igual estoy muy cansada —expreso—. Quizá sólo deberías llevarme a casa de una vez y seguimos con el trabajo después —digo pensando en los inconvenientes.
No creo que quiera salir a llevarme si nos dan las 12 de la noche. Claro que espero que eso no suceda. Igual es sábado por la noche y seguro quiere salir de fiesta. Y como se le ocurra llevarme a una...
—Hey, imposible. Hay mucho trabajo que hacer y si no avanzamos ni de chiste sacaremos una buena nota.
Volteo en su dirección buscando la chispa de burla en sus palabras. Pero no la encuentro.
—¿Desde cuándo te importan las notas?
—¿Cómo? —voltea a verme algo... ¿indignado?—. Mira, yo no sé qué es lo que tú pienses de mí, pero te equivocas, y mucho.
Es verdad, yo no lo conozco. Pero ya saben... El cliché. Chico malo, mujeriego, no le importa el colegio, sólo sale a fiestas... Es como un patrón.
—Bien, bien. Al parecer sí te importa el colegio —respondo un poco sacada de onda ante lo que se sintió como un regaño.
Pasamos otros cinco minutos sin hablar y en eso comienzo a cabecear. Vaya, en verdad estoy cansada. Ayer tardé en dormirme haciendo la estúpida lista de "planes" para la apuesta, y hoy me levanté a las 7 de la mañana para ir a mi ensayo. No he parado.
El zoológico no está a la vuelta de la esquina y hay mucho tráfico, así que fácil quedará media hora de camino.
¡No te duermas, Alana! ¡Ni lo pienses! No se te vaya a ocurrir dormirte, tampoco vayas a entrar a la exhibición de los gorilas. Los gorilas son demasiado fuertes y uno acaba de romper sus rejas y te está persiguiendo. Luego comienzan a salir todos los animales pero Alex intenta lanzarles una moneda para pedir el deseo de que se vayan. Entonces desaparecen y estás sentada en una banca junto a un lago...
¡Mierda! Me dormí. Y ni me di cuenta. Pero cuando abro los ojos, estamos en un garaje bajo tierra muy iluminado y lleno de coches. Alex cierra la puerta del piloto y lo veo rodear su coche hasta llegar a mi lugar.
—Despierta, bella durmiente —me dice aun cuando sabe que ya estoy haciendo esfuerzos por bajar del coche.
Me tiende una mano pero la rechazo antes de que todo comience a darme vueltas por haberme levantado demasiado rápido.
—Woo, tranquila —comenta, apoyando sus manos sobre mis hombros por detrás de mí para darme un poco de balance—. Hay tiempo.
Así me guía hasta un elevador que se encuentra a unos metros y oprime el botón del piso 5.
—Todo bien —digo en voz alta, más bien para mí misma, cuando por fin siento que estoy despierta—. ¿Dónde estamos? —pregunto a Alex.
—¿No lo sabes? Poor girl. Te maté cuando veníamos regresando del zoológico y ahora estás camino al cielo.
—Ja-ja. Muy gracioso —digo rodando los ojos, pero termina por contagiarme su risa.
—Pues estamos en mi apartamento, ¿dónde más íbamos a estar? —añade antes de meter una llave al cerrojo de una puerta, luego de bajar del elevador.
En eso queda al descubierto un elegante espacio donde predominan el negro y el blanco, con ciertos retoques de verde y naranja. En verdad es un lugar bastante agradable. No es inmenso, pero es más que suficiente para una familia.