Es una apuesta

Para mi sorpresa

El tiempo pasa volando y sin darme cuenta ya estamos en el tercer capítulo.
Es demasiado tarde y seguro mis papás están preocupadísimos...Esperen, ¿qué?

«Ja, sí claro»

Acabo de recordar que mi mamá de seguro no está y a mi papá no podría importarle menos porque habrá pasado la tarde haciendo su maleta para su próximo viaje.

Sin embargo, lo que sí me preocupa es que Alex esté tan cansado que vaya a decidir no llevarme.

—Tengo que ir a mi casa —digo levantándome de mi cómoda posición en el sillón.

—Bien —comenta sin moverse dos centímetros.

Me quedo mirándolo expectante. Y... Nada.

—Oh... Claro. Lo siento, se me olvidaba que aún no sabes —dice incorporándose lentamente hasta pasar junto a mí y dirigirse a la puerta casi con aburrimiento.

—¿No sé qué? —comento casi desesperada.

Solo me regala una sonrisa.

Si hay algo que odio es que comiencen a decir algo para luego no contármelo completo. Es como si a las personas les gustara hacerse las interesantes, porque no lo son. Honestamente no sé qué esté planeando, pero en verdad estoy cansada y quiero ir a casa.

—¿Y las llaves de tu coche? —le recuerdo cuando estamos en el pasillo y reparo en que no las agarró al cerrar la puerta de su casa.

—Sí, bueno. Ya no tiene gasolina, entonces tendremos que caminar —levanta los brazos y se dirige al elevador.

—¿QUÉ? ¿ESTÁS LOCO? —le grito mientras él presiona el botón del elevador con toda la calma del mundo.

En eso, lo primero que hago es presionar el otro botón con la esperanza de confundir al aparato y lograr que Alex regrese por las llaves.

—Ve por las llaves de la moto, entonces.

—Mandona... Interesante. —Y vuelve a tocar el botón para bajar.

—No pienso irme caminando. Ni de chiste voy a congelarme allá afuera.

Y sí, la verdad es que mi gran problema era que no traía chamarra, y pedirle una a Alex quedaba fuera de discusión. De igual manera, no tenía nada de ganas de caminar por horas hasta llegar a mi casa.

Pero ni modo, ya había mencionado mi problema con el frío y ahora tendría que aguantarme. Seguro su gran solución sería darme su chamarra como un gran caballero y ahora tendría una excusa más para pensar que va ganando la apuesta.

No obstante, para mi sorpresa, no hizo ni el más pequeño intento por ofrecerse.
Ahora sí no tengo ni la más mínima idea de cómo todas están tan perdidas por él.

—Igual tendrás que ir tú sola, porque yo ya tengo mucho sueño. Mejor me quedo aquí. Te acompaño hasta la entrada.

Repito: NI LA MÁS MÍNIMA.

—¿Sabes? Eres un patán. ¿Cómo se te ocurre dejar que camine hasta mi casa con este frío a las no sé cuántas de la mañana/noche/o lo que sea? Por lo menos pensé que tendrías la decencia de acompañarme. ¡Ni siquiera sé dónde estoy! ¿Cómo voy a llegar? Pero, ¿sabes qué? No te necesito —grito colérica mientras bajamos por el elevador y mi voz retumba más de lo que quería.

Alex me observa con una sonrisa en su rostro. Yo estoy furiosa porque sigo atrapada ahí con él, pero en cuanto las puertas se abren, salgo con tal velocidad que Alex se ve en la necesidad de tomarme del brazo para evitar que caiga en una tonta remodelación que están haciendo en el lobby a unos metros del elevador.

Me suelto bruscamente y sigo mi camino hasta la calle con paso firme. Entonces comienzo a disminuir mi velocidad y mis cejas tensas empiezan a relajarse lentamente.
Estoy pasmada ante lo que tengo enfrente de mí.

Mi casa...

Estoy enfrente de mi casa.



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En el texto hay: apuesta, amor, chicomalo

Editado: 29.07.2019

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