Bien, ¿saben algo? Si tengo que prestarle mi ropa para que lo haga, de acuerdo. Es por una buena causa. Por eso armo una maleta y toco el timbre de su departamento después de haber comido en la mía. Metí algunas blusas, vestidos, faldas, maquillaje... Y bueno, todo lo que necesita.
Después de unos segundos abre la puerta de abajo por medio del interfono y yo subo las escaleras hasta su departamento.
—Pensé que no vendrías —dice cuando me ve.
—Estaba más que decidida a hacerlo —aseguro abriéndome paso por la estancia, restregándole la maleta con ropa en la cara.
—Solo déjala ahí y me pondré lo que me quede.
—Mmm... No, señor. Vamos a encontrar lo que te haga ver más linda —me burlo sacando unas cuantas prendas—. El azul podría quedarte bien.
Me mira con ojos de auxilio. Tiene ambas manos en su cadera y está moviendo la punta del pie de arriba a abajo.
—No voy a usar eso —arruga la nariz y rasca su sien—. Ni en sueños.
—Qué pena. Ya dijiste que sí.
—Solo era una excusa para que vinieras a mi casa.
Lo fulmino con la mirada entrecerrando los ojos.
—Buen intento. Ahora dime... —rebusco entre la ropa—. ¿Cuál es tu color favorito? Podemos complacerte con eso.
—¿Por qué piensas que me va a quedar algo de tu ropa? Eres como un bebé andando.
—¡Hey! No soy tan pequeña. —Me enojo por unos segundos, pero es verdad. No paso del metro sesenta—. Este vestido es enorme. Pruébatelo.
Le lanzo uno azul marino que podría pasar por una toga. No sé de dónde salió, pero estaba en mi clóset. Casi nunca recuerdo la ropa que compro o me regalan, pero es útil en estos momentos. Alex comienza a analizarlo y tratar de buscar el frente, pues es una maraña de tela desacomodada.
—No, no lo haré —dice entre risas.
—Vaya, ¿quién es el miedoso ahora? —lo reto mientras tomo asiento en uno de los sillones y me relajo un poco—. Anda, vamos. Ve a probártelo.
—No voy a salir en vestido contigo aquí.
Lo miro con ojos entrecerrados y ladeo la cabeza.
—¿Por qué no? ¿Te da miedo no verte tan guapo?
Toma el vestido con una mano y lo deja en la mesita de al lado.
Se acerca un poco a mí.
—¿Tan? —dice con una sonrisa engreída—. Alana... ¿Acabas de admitir que soy guapo?
Maldición, ¡no! Mala elección de palabras.
—Anda, dime —se acerca con una sonrisa muy blanca.
—Te mueres por escucharlo, ¿verdad? —le pregunto poniéndome de pie de nuevo.
—La verdad sí.
Cambio mi mirada de dirección y ahora soy yo la que empieza a mover su pie contra el piso.
—Bueno, ya todos sabemos que no eres feo. ¿Sí? —admito por su insistencia—. Y a todos a tu alrededor nos queda muy claro que lo sabes —me acerco un poco más y tomo el vestido que dejó en la mesita—. Ahora ve y pruébate esto que no quiero que se me haga tarde.
Amplía cuatro veces más su sonrisa y desaparece de la sala con el vestido en la mano.
Me siento a revisar mis mensajes en Whatsapp mientras espero a verlo con el vestido puesto. Unos minutos después regresa y no puedo creer lo que ha hecho.
—¿Es en serio? ¿Te lo pusiste encima de la ropa? ¡Se ve horrible! —lo reprendo y me acerco a él—. Mañana no lo vas a poder usar así, niño listo.
—Mira, yo sé que quieres que me quite toda la ropa, mientras más mejor, y no encuentras otra excusa para decírmelo... Pero no lo voy a hacer.
—Alex, póntelo bien o te juro que...
—¿Qué? —me sonríe ampliamente esperando mi respuesta y alza mi barbilla con una mano para encontrar mi mirada.
—Que... —busco las palabras adecuadas—. Que te voy a maquillar.
Me observa con extrañeza y diversión al mismo tiempo.
—Sí, ¿sabes qué? Si no quieres vestirte ahora entonces voy a tener que llenar de delineador tus ojos —continúo.
—¿A qué viene eso?