Es una apuesta

¿Y por qué lo haces?

Doy pasos desconfiados en dirección a la sala donde estábamos y me encuentro con Car recibiendo un vaso con agua de quien supongo que será Marie, a quien llamó Samara hace un rato. Él recibe un segundo vaso de cristal y no es hasta que la señorita se ha ido que me animo a acercarme.

Bueno, ¿qué es lo peor que podría pasar? Igual no voy a dejar que se me acerque. Pero si es amigo de Samara seguro tiene otras intenciones. Quién sabe qué le ofreció ella a cambio de que se quedara conmigo. O qué le dijo que yo haría con él. Me sacudo violentamente todos esos pensamientos y me repito que no me acercaré demasiado.

Igual está Marie, no estamos solos. Es solo que he visto demasiadas películas sobre situaciones como ésta.

—¿Agua? —me ofrece el chico con una sonrisa sincera y humilde.

Al presenciar ese gesto, decido aceptar el vaso.

—Soy Carter. O Car, como me dice la mayoría de la gente —expresa—. Vivo aquí a lado, voy al colegio, no estoy en un cártel de drogas, tampoco estoy en el equipo de fútbol, paso el rato con mi hermanita y me quedo el viernes por la noche a... rezar.

Me saca una carcajada y lo miro con extrañeza.

—¿Qué?

—Venga, es que piensas que yo me voy a encargar de tu desaparición esta noche y no quedarán rastros de ti. Solo me estaba presentando para que supieras que no es el caso.

Por alguna razón la tensión que había en el ambiente se va y me siento a su lado.

—Creo que es la víctima quien debe dar todos esos datos personales para que el asesino sienta empatía y no la mate.

—Entonces ahora tendrás que presentarte tú —me incita a continuar.

—Bien, bien. Yo soy Alana. No vivo aquí a lado, voy al colegio, tampoco estoy en el equipo de fútbol, ya no paso el rato con mi no tan hermanito... y también me quedo el viernes por la noche a rezar —digo medio en burla.

—¡Oye! ¡Yo sí lo hago! No mentí en nada de lo que dije.

Me río de nuevo y le dirijo una mirada.

—A mí lo que me impresionó es que recordaras todo lo que te dije de mí y lo repitieras en orden —me dice Car.

—Es un don —me encojo de hombros—. ¡Ah! Pero yo sí pertenezco a un cártel de drogas, por si tenías la duda. Creo que se me olvidó mencionarlo.

Ambos nos reímos con ganas y bebemos de nuestro respectivo vaso.

—Entonces... ¿cuál es el plan con su proyecto? —pregunta con interés.

—Espera, ¿en serio querías ayudar con eso? —levanto las cejas.

—Pues vine aquí por un S.O.S de Sam, pero puedo aprovechar y ser útil.

—¿O sea que tu vecina puede pedirte lo que sea y tú solamente vienes? Porque digo, eso fue rápido —afirmo.

Él agacha la cabeza por unos segundos y comienza a removerse en el asiento.

—¿Son muy buenos amigos? —continúo. No me imagino a alguien tan simpático como él siendo tan cercano a ella.

—Bueno... Hemos vivido toda la vida aquí —dice con voz diferente—. Y ya es costumbre que me utilice para salir con otros chicos —vuelve a agachar la cabeza y desviar la mirada—. Pero estoy feliz de ayudarla.

Me quedo mirándolo y lo descubro en seguida.

—¿Te gustaría ser uno de ellos, verdad? —me aventuro a decir.

—¿Para qué te miento? —Su sonrisa es triste y sus manos tiemblan ligeramente.

—Deberías decírselo.

Quizá yo no conozca la situación, pero este chico tiene una sonrisa muy linda, la estatura perfecta y un cabello precioso. Además de parecer una buena persona cuya mirada lo delata.

—Como si no lo hubiera hecho ya —sonríe sarcásticamente.

—Espera, ¿has hablado con ella de esto? —pregunto con curiosidad. Mis ojos destellan sorpresa.

—Créeme, no soy el triste mejor amigo que nunca se atrevió a decir lo que siente —voltea a verme—. Solo soy el triste mejor amigo que espera que algún día las cosas cambien.

No sé qué decir.

—Guau, eres valiente entonces.

—Lo he sido desde que teníamos seis años y no me ha servido de nada —ríe sin dirección.



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En el texto hay: apuesta, amor, chicomalo

Editado: 29.07.2019

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