Esa chica problemática

7. Un café cósmico y toda tu galaxia

Si había algo que Braam nunca hacía era silbar o tararear algo mientras caminaba. Él era más de conectar sus auriculares a su teléfono y perderse en la primera melodía que le ofreciera su Spotify; pero ahora, rebosante de una energía que le sorprendía a sí mismo, llevaba en silbidos distraídos el ritmo de Honeymoon. Aquella canción le recordaba en su totalidad a Frans; fuese por la peligrosidad que denotaba con esa dulzura y suavidad, o por lo convencido que estaba de que, si se dejaba llevar por el bravo océano que ella era, nunca encontraría la playa.

«Our honeymoon»

Tal vez, y solo tal vez, Braam no quería encontrar esa playa.

Apartó esos pensamientos de su cabeza; había algo que le pedía a gritos que se sentara a analizarlo, pero Braam tenía tanto miedo de lo que pudiera descubrir como falta de tiempo. ¿Qué pasaría si Kate tenía razón? Si se estaba encariñando y apegando en demasía a esa chica. Se había dicho a sí mismo que era imposible, que ella no le gustaba de esa forma. Su actitud, sus maneras, todo la alejaba de él; sin embargo, solo se habían unido más. Se encontró buscando a un lado y al otro la cafetería con el plan de alegrarle el día, y temió por la posibilidad de traicionar a uno de sus amigos.

Se detuvo de forma brusca cuando cayó en la cuenta de que llevaba el tiempo que demoraba la primera mitad de la canción pensando en Frans; y todo a causa de un comentario que Kate había hecho. En ese momento no supo cuál de las dos era más irritante: una lo terminaba involucrando —aunque en realidad era por su propia voluntad— en situaciones extrañas; y la otra era el perfecto símbolo de demencia, y la única con suficiente poder para decirle las verdades a la cara sin ser demasiado directa.

Braam suspiró de rabia por no poder odiar a ninguna.

Se peinó hacia adelante el pelo blanco y restregó sus ojos; y ni siquiera recordaba por dónde se había quedado en la canción. Miró al frente y, justamente en la acera contigua, encontró la cafetería. Cosmic Coffee.

Tenía ese aspecto típico de Plaza Cosmos, o Lightning Road, era lo mismo. La fachada simulaba la Vía Láctea con algunos planetas como adorno. Todo en Giennah era tan espacial, tan universal, que a Braam le costaba no verlo como un hogar. Le encantaba el aire que corría por sus calles. Entró sin sorprenderse demasiado por no sentir el aire acondicionado, más bien la sorpresa se la produjo sentir el calefactor encendido. Estaba haciendo real frío.

—¿En qué puedo ayudarte, guapo?— le preguntó la joven detrás de la barra cuando se acercó. Jessie, pudo ver en la placa de su uniforme.

—Llevaré un muffin de chocolate y...— le dijo pensando luego en el punto más crucial: no sabía qué le gustaba a Frans.

—¿Necesitas ayuda?— ella apoyó sus codos en la barra y enarcó una ceja sonriendo de forma sugerente.

—La verdad es que no sé qué le gustaría— la voz de Braam sonaba más baja de lo normal—. No quiero llegar y que me tire el café en la cara, diciendo: "¿tienes tan poca imaginación que pensaste que me gustaría esto?"

Braam puso una cara de niño regañado que a Jessie le encantó, pudo notarlo porque su sonrisa se hizo más amplia.

—Bueno, no creo que haga eso con un chico que se preocupa tanto por lo que le gusta para desayunar— comentó Jessie de forma dulce a modo de consuelo.

—No pienses nada raro— la corrigió Braam—. Ella está en el hospital y pensé que algo rico le alegraría el día.

—Eres un encanto— Braam sontió sus mejillas arder y no sabía si era por la calefacción o la vergüenza—. Hagamos algo, dime cómo es tu amiga y veremos qué desayuno le hacemos.

—Ella es un dolor de cabeza— dijo sin pensarlo demasiado.

—Vamos, puedes hacerlo mejor— lo animó Jessie—. Estoy segura de que ella se esfuerza para llamar tu atención.

—Ella es así por naturaleza— dijo casi resoplando y se acomodó para pensar— Tiene una sonrisa bonita.

—¿Piensas que su sonrisa es bonita? Apuesto a que no se lo dices mucho. Tienes cara de ser tímido — ella no lo dijo con esa intención, pero a Braam le pareció una burla. Jessie suspiró como si se estuviera resignando mientras jugueteaba con el dedo en la barra—. Esto es lo que se dice empezar con mal pie, pero supongo que tú y yo ya lo sabíamos.

Había una sonrisa algo triste en su rostro y Braam se sonrojó ligeramente; si no había captado antes las señales ahora sus indirectas eran bastante claras.

—Ella... es bastante inquieta— dijo recobrando la fuerza en la voz. Jessie lo miraba con mucha atención, y Braam se preguntó si no la necesitaban para servir a otros clientes—. Y suele estar alegre. Al menos eso aparenta.

Jessie rió en voz baja y le hizo un gesto para que continuara.

—Bueno, tiene ojos grandes y expresivos creo que muestran lo indefensa que está. Es como si siempre pidieran refugio— le dijo sin saber muy bien por qué; solo se sentía de esa forma—. Tiene esa forma soberbia de actuar pero en realidad es una niña. Una vez la vi fumando en el techo de una casa.

—Creo que eso es suficiente— ella lo pensó de forma graciosa y se llevó con entusiasmo las manos a la cintura—. Hagamos un trato. Si a tu chica le gusta, volverás a visitarme. Digo, claro, para tomar un café.

—Trato hecho; aunque por un café no será. No me gusta— le dijo él con una amabilidad genuina.

Jessie colocó abierta sobre la mesa una bolsa de papel con un dibujo impreso de Saturno a un costado. La vio poner dentro un trozo de pastel de chocolate y fresas de tamaño considerable, y además preparó, con una agilidad que denotaba tiempo de trabajo, un café latte de vainilla. La vio escribir algo en la bolsa con marcador negro, pero supuso que era alguna propaganda amistosa para obtener clientes; así que cuando se terminó su muffin, tomó la bolsa y el café saliendo con una cálida despedida.

No lo había notado por la calefacción dentro de Cosmic Coffee, pero ahora en la calle, y con la ropa húmeda, sentía el frío que lo azotaba. Caminó con prisa en dirección al hospital pensando, sobre todo, en lo beneficioso que sería si Kate tuviera auto. Era vital que dejara ese empleo de alquilar VH y, al menos, encontrara un trabajo donde le pagaran más de cincuenta dólares cada dos o tres meses. Se imaginó a Kate en un uniforme parecido al de Jessie, y descartó la idea de inmediato; Kate soltaría grandes monólogos a los clientes sobre la dominación mundial que planeaban los reptilianos mientras les empaquetaba su orden.




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