La primera vez que Braam había visto un filme de Guillermo del Toro había quedado traumado por el resto de su niñez. Había sido en una de esas noches en las que Kate se quedaba a dormir con los Dekker; él, y su hermana Britney, se escurrían hasta la habitación de Kate cada vez que esto pasaba. Ambos sabían que significaba una cosa: noche de películas adultas.
Aquella vez Kate llevaba consigo una cinta de El laberinto del fauno, y aunque la película estaba en idioma español, tenía letras grandes y amarillas que subtitulaban el filme en idioma neerlandés. Cuando la película terminó, Braam tenía los ojos cristalinos y se aferraba al suéter de Kate con el cuerpo tembloroso. Por aquel entonces, con solo ocho años, Braam tenía el pelo rubio oscuro muy largo, y se lo recogía de vez en cuando sobre la coronilla. Respiró profundo e intentó parecer maduro frente a Britney, ella lloraba desconsolada; y Kate reía con dulzura viendo como él intentaba calmarla.
Estuvo lleno de pesadillas referentes al monstruo sin ojos que comía niños durante los próximo cinco años, y ninguno de los dos probó bocado sin que su madre los autorizara antes. El monstruo podría venir por ellos.
Ahora Braam, con dieciocho años, miraba con nostalgia la cinta de la misma película mientras ayudaba a Kate a organizar las cajas en VHS Evening. La volteó de un lado a otro como si pudiese ver las escenas con solo hacer esto.
—Notas que estás creciendo cuando miras los objetos de esa forma— le dijo Kate sacándolo de sus pensamientos—. Bueno, más te vale terminar con esas cajas o no podrás reunirte con tus padres en el cielo.
Lo dijo señalando las cajas que faltaban y haciendo alusión a la película; al instante cubrió su boca, arrepentida, y se tragó sus palabras. Se le veía incómoda y con ganas de desaparecer. Braam la miró sin comprender del todo, pero con su característica expresión de desgana.
—Lo siento, no quise decir eso— se disculpó ella y alborotó su cabello rojizo sin saber que hacer o decir.
—No te preocupes, no dijiste nada malo— la tranquilizó.
No le encontraba explicación a la actuación de Kate; era verdad que, por un tiempo, le había afectado la mudanza de sus padres, sobre todo por la mirada que le había dado su hermana antes de irse. Se sintió miserable durante todo ese mes, pero se contentaba con que su madre le dijera de vez en cuando: Britney te manda saludos. Él sabía que no era cierto, que ella lo odiaba; pero significaba que ella estaba bien y su tratamiento estaba funcionando.
—Estaba recordando cuando la vimos en casa— admitió— Siempre fuiste el lado fuerte de la familia.
—Mejor di que tenías demasiado miedo— Kate rió—. ¿Eso es todo o estás así de serio por algo más?
—¿Tengo que decirte lo que sé que te imaginas?
Braam se había levantado un poco más tarde de lo normal, con los pensamientos revueltos y las ojeras presentes. Esa mañana no se había peinado de forma psicótica el pelo hacía delante, sino que lo había dejado tal y como había amanecido. No recordaba haber tomado su yogurt de desayuno, pero si recordaba la vez que Frans se lo había robado. Sonrió inconscientemente.
La mejor idea que tuvo en ese momento fue ocuparse en el trabajo; haría horas extras si era necesario para no tener la constante expectativa de que se acercaba la hora de visita. Sin embargo, eso había estado haciendo hasta el momento en que divisó VHS Evening. El rostro de Kate estaba tan iluminado como el letrero del nombre.
—¿Sucedió algo con Frans, o tuviste otro sueño?— preguntó ella—. Si fue otro sueño puede que nos ayude a entender mejor.
—Es sobre Frans— afirmó —. Me preguntó si me gustaba... y le dije que no.
Tras unos segundos de silencio Kate resopló dejando caer sin cuidado la caja que traía en brazos al suelo. Se sujetó el puente de la nariz y llevó su cabeza hacia atrás mientras maldecía en voz baja, pero no tan baja como para que Braam no pudiese oírla.
—¿Se puede saber por qué le mientes?
—No es del todo mentira— se encogió de hombros.
Kate resopló de nuevo.
—Braam, puedes mentirme. Puedes mentirle a ella, incluso puedes mentirle al polígrafo— su voz sonaba exasperada mientras lo sujetaba de los hombros—. Pero no te puedes mentir a ti mismo. Sí te gusta.
Braam tragó en seco; Kate se veía realmente agresiva, como si la involucrara directamente.
—Está Erick...
—Que tiene dieciocho años, al igual que tú — respondió— Creo que ambos están grandecitos para pelear por lo que quieren, pero si gustan en portarse como niños puedes alegar haberla conocido primero.
La miró desconcertado mientras pestañea una y otra vez sin saber que decir. Tal vez era justo lo que necesitaba, una sacudida; pero estaba esta otra cosa que lo mantenía en un vacío insoportable, y es que no podía coordinar las palabras que le había dicho Frans y la expresión que tenía. Ella parecía tan confundida y asustada como él, sin embargo, dudaba que ella tuviera esa clase de inconvenientes.
—Ella dijo que era un alivio— susurró mirando el piso. Kate lo soltó, sin saber muy bien qué decir.
—Ustedes me van a hacer envejecer antes de tiempo— comentó—. No le des muchas vueltas a eso. En realidad, no sé cómo deberías reaccionar.
Esperó un momento para sentenciar.
—Es todo tu culpa.
—¿Mía? Fue a mí a quien rechazaron.
—No hay rechazo si no hay esfuerzo— Kate se cruzó de brazos— Si no hubieras sido tan duro con ella quizás se hubiera interesado en ti.
—Puede ser...
—En una situación normal te diría que te olvidaras de ella— le dijo acercándose para abrazarlo—. Pero tengo muchas ganas de saber como puede morir alguien y aparecer como una persona distinta.
—Eres horrible— la regañó y comenzaron a reir—. Solo me quieres para tus experimentos.
—Admite que es muy interesante— le dio un beso en la mejilla y regresó a ordenar las cajas—. Vamos, sal de esa nebulosa y a trabajar.