Entonces la mariposa posó sobre la piedra para dar su último aliento, rememorando cada día en esta vida, la piedra silenciosa observaba expectante. La mariposa miró a la piedra y vio tristeza en aquel mirar, rompió el silencio y preguntó: - piedra, ¿cuál es la causa de tu tristeza? No deberías estar triste, tú no eres como yo, tú jamás abandonarás la vida. La piedra respondió: - mariposa, yo te conozco desde que eras una oruga, cuando nadie apreciaba tu existencia, cada amanecer y atardecer te posabas sobre mí, te escuchaba cada día anhelando tus alas, anhelando ser hermosa. Desde aquel tiempo ya eras hermosa para mí, los días se me hacían infinitos sin tu compañía.
Pasaste tantas veces frente a mi amor y no te diste cuenta, cada noche pedía al viento que llevará mis suspiros hasta ti, que algún día te dieras cuenta que este corazón estaba latiendo desde hace mucho tiempo por ti.
Sin embargo, mis esfuerzos fueron en vanos tú nunca regresaste a mí, comprendí entonces que el amor no se trata de posesión más bien de admiración, de apreciar la belleza del alma. Cuando tú estabas feliz, yo lo estaba; cuando tú estabas triste eso me entristecía.
Sé, que tú y yo no fuimos hechos para estar juntos, tú perteneces al cielo y yo a la tierra, tú eres libre y yo no lo soy, estaré sujeto a este lugar hasta los últimos días de la vida. Sin embargo, tú estás partiendo de ella, me entristece la realidad de que jamás te volveré a ver danzar en el aire, eres el regalo que jamás llego a mi puerta, porque yo amo tú existencia.
Vanessa R Morales
Ella risueña no despegaba la miraba del libro, la conmovía la idea de pensar que la vida había sido creada por medio de un canto, para ella tenía sentido, sería esa la causa de caer enamorados de tan majestuosas voces. En la paz de sus pensamientos, una delicada voz despertó sus sentidos; en sólo unos momentos sus pulmones se quedaron sin aire, su corazón latía más fuerte y las pupilas se le dilataron.
Pasó tan cerca de ella, que el viento que esparcía en su caminar la rozaron, sus suspiros corrieron para abrazar la espalda de aquel desconocido, pero él, simplemente no sé dio cuenta. Desde ese día, ella cada día a la misma hora iba a esa cafetería a esperar a su amante desconocido, cada día se decía que si lo veía se le acercaría y lo miraría tan fijamente que él podría entender la melodía de su alma.
Fantaseaba con la idea de encontrar en aquellos ojos su tierra, las manecillas que le indicarían sus puntos cardinales, entonces nunca más se sentiría pérdida. Pero ese día jamás llego.
Encontró consuelo en la luna, a quién relataba las fantasías de su amor, en el silencio de la noche ella cerraba los ojos y escuchaba la hermosa melodía de su amor, esa era la prueba de que él era feliz.
En un día de primavera, ella elevó su alma hasta el cielo, para poder observarlo. En sus dichas, ella le regaba el cielo más azul y profundo, en sus desdichas, ella encendía todas las estrellas para él, más en sus desiertos, ella le derramaba todas las lágrimas de su corazón para aliviar el dolor de su alma.
Cada atardecer, ella extendía sus brazos para él, para que pudiera acurrucarse en su alma, para poder abrazarlo y hacerle saber que era dueño de ese tesoro: su amor.
Pasaron días, meses y quizás años, él simplemente no sé dio cuenta de nada, no percibía la magia que lo rodeaba, no vio el camino que lo guiaba a ella.
La Luna que todo lo observa se compadeció de ella, pidió al destino que era un viejo amigo que cruzara la vida de él y de ella. En una noche silenciosa, él cruzó el umbral de aquella vieja biblioteca, cuando observó aquellos ojos tristes en el rostro de ella, se dio cuenta que había tardado demasiado tiempo.