Escalera Real

Capítulo 2: J

Lo último que necesitaba era a la poli en mis asuntos. Fuese quien fuese ese cartero omnisciente sabía lo de Claudette, era por eso por lo que me había escrito la carta. El anonimato te da poder. Ese Croupier tenía todo lo que me pudiese relacionar con lo sucedido hacía tanto tiempo. Puede que sí o puede que no, pero, ¿cómo iba a saberlo yo? Aunque si en algún momento me acaban matando, me gustaría que fuese por un motivo justo. No podía morir por lo de Claudette, no debía contarlo, aquello no tenía que haber pasado así.

Fui el cuarto en llegar. Seis esferas ópticas se dirigieron hacia mi silueta.  El primero era un chico callado sentado en la caja con un porro en la mano. Su actitud era propia de alguien al que no le gusta socializar, pero no se le veía incómodo. Estaba relajado. Incluso sonriente. El segundo era un mazado que se apoyaba en la pared con los brazos cruzados intentando aparentar misterioso, pero su actuación se veía desde kilómetros. Por último, estaba la chica. Tenía toda la pinta de ser una puta. Pero había algo en ella que la hacía diferente. Tenía la misma tranquilidad que el primer hombre, pero a diferencia de la sonrisa de este, su boca se tensaba en una horizontal seria.

Fue ella la que nada más verme señaló la puerta de la nave. Había una hoja pegada a la pared ondulada metálica que constituía principalmente la vista frontal de la nave. Pero, ¿quiénes eran ellos? ¿Alguno de ellos era Croupier? ¿O también les había convocado él? ¿No era yo el único?

La chica y el chico no parecían representar ningún problema, por ser los más tranquilos y relajados de los cuatro. Sin embargo, los bíceps del hombre apoyado, su corte de pelo y su vago intento de misterio y oscuridad me hacía pensar que se trataba de un militar. Junto con un presentimiento y las chapas metálicas que colgaban de su cuello. Más valía prevenir que curar.

  • ¿Quién coño sois vosotros? – sus ojos se volvieron a dirigir a mí
  • Q. – me dijo la mujer después de medio minuto de silencio balanzor mientras levantaba una carta como la mía, aunque esta era una reina de corazones - ¿Y tú?

Escuchar la voz de la chica me produjo un deja vu. Su expresión no había cambiado, seguía tranquila y seria, pero ahora me miraba a mí, esperando que demostrase la armoniosa iniciativa que acaba de llevar ella a cabo. Su mirada tenía un tono desafiante. Y yo nunca pierdo un desafío.

  • K. – dije mientras le enseñaba el rey de tréboles y desafiaba a su mirada desafiante - ¿Quiénes son tus amigos? – no separé mi mirada de la suya
  • No son mis amigos.
  • Joker. – dijo el chico del porro, sin ni siquiera mirarme, mientras me ensañaba la carta del joker demostrando su identidad
  • J. – el militar reveló su identidad empujado por la obligación social, su carta era la J de picas

Las nuevas presentaciones no habían desplazado el duelo de miradas entre la tal Q y yo. Notaba como mi mirada empezaba a nerviar en el reflejo de sus ojos tranquilos. Decidí desviar la atención de la situación hacia otro asunto. Los primeros segundos eran decisivos y no quería mostrarme intimidado por nadie.

  • ¿Para quién trabajas?
  • ¿Me preguntas por si me conoces?
  • Eres puta, ¿no? A lo mejor conozco a tu jefe.
  • ¿Te gusta divertirte con nosotras?
  • Depende de para quien trabajes. – me miró unos segundos en silencio hasta que…
  • Gustav Ahr.
  • ¿Ese capullo soviético del Bar Coyote?
  • Has acertado en todo menos en lo de soviético.
  • ¿Y qué hace una puta de Gustav aquí a estas horas? ¿Turno de noche?
  • Deja de llamarla así. – dijo J

Eso sí que me hizo desviar la mirada, pero sólo porque Q también lo hizo. Joker también llevó su mirada a J, que había adoptado una actitud más activa. ¿Ese cabrón me había dicho que me callase? Puñetazo en la cara. Un segundo antes de que empezase a cargar contra él, Q se me adelantó.

  • ¿Qué coño has dicho?
  • Solo te he defendido. – dijo J torciendo la ceja con extrañeza
  • ¿Defenderme de qué? – la cara de Q era tranquila, pero en su voz se notaba que latía una diminuta ira - ¿De mi trabajo? ¿Debería avergonzarme? ¿Debería esconderme en las esquinas oscuras para que la gente no me señale?
  • Yo solo… - J intentó defenderse, pero cuando alguien como él se encuentra con alguien como Q no puede mostrarse vulnerable
  • Conozco a la gente como tú, se la suelo chupar un par de veces al día. Sé que no es la forma más aceptada de ganarse la vida, pero es la que he elegido. Porque sí, la he elegido yo. Soy una de esas pocas zorras del mundo que les gusta ser babeadas por cuarentones peludos para contar quinientos pavos billete a billete. – el sarcasmo parecía ser su arma favorita - ¿Es eso lo que piensas? ¿Es lo que ves cuando me miras? ¿O a una esclava extranjera encadenada a las ingles de un mafioso?
  • Yo no… - pobre J
  • Mejor vuelve trotando en tu corcel alado hasta esa bonita ciudad de seda y luces blancas que hay sobre las nubes y desde la que te diviertes viendo a las hormiguitas de los pobres peleando en el circo de gladiadores que es nuestro mundo. E intenta no perder tu polla en el camino de vuelta a casa, se nota que le das más importancia que a tu cerebro. – Q se dio media vuelta, con un movimiento de ira relajada
  • Pero yo…
  • Ni lo intentes, chico, las palabras no te van a ayudar. – le susurré a J - Sabe cómo usarlas en tu contra. Y, aunque sea divertido verlo desde fuera, más te vale usar la boca de forma inteligente. Para eso la tienes. Entonces, ¿te gusta el oficio más antiguo del mundo? – con una sonrisa amable se bajan las defensas de cualquier iluso
  • ¿Tienes algún problema con eso? – respondió Q
  • Para nada, vive y deja vivir, simplemente me sorprende el hecho de que a una mujer le guste que la denigren.
  • La denigración solo es negativa cuando es involuntaria. Yo he elegido esa vida y mis elecciones me dan responsabilidad.
  • Idílico, apúntame para la semana que viene.
  • Prefiero trabajar con gente a la que no he visto ni voy a tener que ver, suficiente me cuesta contener las arcadas cuando el abuelito me pide una mamada en su Daewoo Evanda a la salida del bingo.
  • Ahora sí que no te entiendo. – realicé el mismo movimiento de cejas que J hace un minuto - ¿Te gusta o no trabajar de puta? – creo que a J le dio un tic en la mejilla al pronunciar la palabra prohibida
  • Me responsabilizo de mi elección, me quedo ahí. Me gusta tanto como cualquier otro trabajo. La prostitución, en sí, me parece un oficio como cualquier otro, aunque sea mal visto por contener el tabú social del sexo. La gente se alarma más al oír follar que violar. Lo que no me gusta son los jefes, su actitud. Solo empeora el tópico del gremio.
  • ¿Y qué dices de una prostitución legal? – una voz a nuestras espaldas se hizo denotar por primera vez – Los jefes ya no podrían tener esa “actitud”.




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