Habían llegado al claro del bosque al atardecer. Cinco amigos: Javier, el guía experimentado; Ana, la escéptica; Luis, el bromista; Sofía, la fotógrafa; y Carlos, el que siempre olvidaba algo importante.
— Este lugar es perfecto — dijo Javier, clavando la primera estaca de la tienda. Aislado, sin turistas, y según la leyenda...
— ¿Leyenda? — interrumpió Luis, con una sonrisa.
— Solo los árboles lo saben — respondió Javier, sin dar más explicaciones.
Nadie notó que los pájaros habían dejado de cantar.
Pasada la medianoche, Sofía despertó con un chasquido húmedo, como ramas siendo retorcidas hasta romperse. Afuera, entre los árboles, vio algo que no estaba allí cuando montaron el campamento:
Muñecos de madera.
Tallas toscas, con rostros deformes, colgando de las ramas más altas. Sus bocas pintadas de rojo brillaban bajo la luna.
— Javier... ¿pusiste esos muñecos? — susurró.
Pero cuando despertó a los demás, los muñecos habían desaparecido. Solo quedaban marcas profundas en la corteza de los árboles... como si algo se hubiera arrastrado hacia abajo.
Al amanecer, encontraron tres piedras negras formando un triángulo frente a la fogata. Javier palideció:
— Es una advertencia. Alguien rompió la regla: no mentir en este bosque.
— ¿Qué pasa si lo haces? — preguntó Carlos.
— Los árboles... te imitan. Al principio con susurros. Luego con pasos. Y al final...
Un crujido se escuchó detrás de ellos. Alguien había dicho exactamente las mismas palabras... pero la voz no era de Javier.
Decidieron irse, pero las linternas solo iluminaban círculos cerrados de senderos que los devolvían al campamento. El GPS marcaba coordenadas imposibles.
Entonces, los muñecos reaparecieron.
Esta vez, estaban más cerca.
Uno tenía el pelo de Ana.
Otro, la chaqueta de Luis.
El último... los dientes de Carlos.
Y desde las sombras, algo susurró con voz humana:
— Solo queríamos jugar. ¿Por qué se van? Nosotros también mentimos al principio.
Al otro día, el campamento estaba intacto:
- La fogata, aún caliente.
- Las mochilas, cerradas.
- Las tiendas, impecables.
Pero en los troncos de los árboles cercanos, había cinco nuevas caras talladas.
Y si te acercabas lo suficiente, podías oír risas ahogadas saliendo de la madera...
¿Estás seguro de que ese ruido es solo el viento...?