Nunca presté mucha atención a esa maldita silla. Era solo un mueble viejo, de madera oscura, con las patas gastadas y un respaldo alto que chirriaba al menor movimiento. La había heredado de mi abuela, junto con el resto de la mesa del comedor. "Es un juego antiguo", me dijo una vez, con esa voz rasposa que siempre me hacía sentir incómodo. "Nunca dejes la silla fuera de la mesa por la noche".
Yo, por supuesto, no le creí.
Todo empezó una noche cualquiera. Había estado trabajando hasta tarde y, en mi prisa por irme a dormir, dejé la silla apartada, a un lado de la mesa. No le di importancia. Hasta que desperté a las 3:17 de la madrugada con la sensación de que alguien respiraba a mi lado.
La habitación estaba helada. Mis dedos se aferraron a las sábanas mientras mis ojos, poco a poco, se acostumbraban a la oscuridad. Y entonces lo vi.
Alguien estaba sentado en la silla.
No podía distinguir su rostro, solo una silueta oscura, demasiado alta, demasiado delgada. No se movía. No hacía ningún sonido. Pero sabía que me estaba mirando.
Intenté gritar, pero mi voz se ahogó en mi garganta. Intenté levantarme, pero mi cuerpo pesaba como si me hubieran inyectado plomo en las venas. Solo podía quedarme ahí, paralizado, mientras esa cosa me observaba desde el rincón.
Pasó toda la noche así. Cuando los primeros rayos del sol filtraron por la ventana, la silla estaba vacía. Pero yo no.
Me sentía agotado, como si hubiera corrido un maratón. Mis músculos ardían y mi cabeza palpitaba con un dolor sordo. Lo peor fueron los sueños. Fragmentos de pesadillas que no recordaba, pero que me dejaban el corazón acelerado y la piel cubierta de sudor frío.
Al día siguiente, volví a dejar la silla fuera de la mesa.
No fue intencional. Simplemente... se me olvidó.
Pero Él no olvidó.
Esa noche, la presencia fue más fuerte. Esta vez, no solo lo vi sentado en la silla. Lo escuché. Un susurro seco, como uñas arrastrándose sobre tela, que salía de la oscuridad.
— Tú me invitaste. —
Me desperté gritando. Mi cuerpo estaba cubierto de moretones que no recordaba haberme hecho. La silla seguía ahí, en el mismo lugar, pero ahora... ahora noté algo que me heló la sangre.
Había marcas de dedos en los brazos de la silla.
Como si alguien o algo se hubiera aferrado a ellos con fuerza.
Fue entonces cuando recordé las palabras de mi abuela. Corrí hacia la mesa, arrastrando la silla de vuelta a su lugar, justo frente a uno de los puestos. Mi corazón latía con fuerza, pero la sensación de opresión en el pecho comenzó a ceder.
Esa noche, por primera vez en días, dormí profundamente.
Pero a veces, cuando me descuido, cuando dejo la silla fuera de su sitio... siento que alguien se acomoda en ella, justo antes de que me quede dormido.
Y sé que, si vuelvo a olvidarlo, Él no dudará en sentarse otra vez.
Y, quizá, la próxima vez... no se limite solo a observar.