Escalofrios

LOS TRASTES SUCIOS

Nunca fui supersticioso. Siempre pensé que las leyendas sobre casas embrujadas, fantasmas y maldiciones eran solo eso: cuentos para asustar a niños crédulos. Hasta que me mudé a esta casa.

Todo empezó de manera inocente.

El primer día, después de un largo viaje, comí algo rápido y dejé los platos en el fregadero. "Total, mañana los lavo", pensé. Pero al día siguiente, el cansancio me venció y volví a posponerlo. Para el tercer día, la pila de trastes sucios ya era considerable.

Fue entonces cuando noté el primer cambio.

Esa noche, me desperté sobresaltado. Algo había caído en la cocina. Un sonido metálico, como un tenedor golpeando el suelo. Me levanté, con el corazón acelerado, y encendí la luz.

Nada.

Los platos seguían apilados, pero algo era distinto. El cuchillo que había usado para cortar carne ya no estaba en el escurridor, sino sobre la mesa, como si alguien lo hubiera colocado allí con cuidado.

Me lo imaginé: tal vez lo había dejado ahí sin darme cuenta.

Pero entonces, en el reflejo del cuchillo manchado, vi algo moverse.

Una sombra, alta y delgada, inclinándose sobre los platos sucios.

Parpadeé, y desapareció.

Al día siguiente, me sentía agotado, como si no hubiera dormido en toda la noche. Mi cuerpo pesaba, mi mente estaba nublada. Y los platos seguían ahí, ahora con un brillo extraño, como si estuvieran cubiertos de una sustancia oscura y pegajosa.

Esa noche, soñé con ellos.

Figuras espectrales, de extremidades largas y torsos retorcidos, agachadas sobre los trastes sucios. No tenían rostro, solo bocas abiertas, negras y profundas, que absorbían los restos de comida. Pero no era solo eso.

Me estaban chupando la energía.

Sentí cómo me debilitaba en el sueño, cómo me vaciaban. Desperté sudando, con la garganta seca y un dolor punzante en el pecho.

A la mañana siguiente, la cocina estaba helada.

Los platos, que había dejado desordenados, ahora estaban perfectamente apilados. Pero no estaban limpios. No, estaban manchados, como si algo hubiera lamido cada superficie, dejando un rastro oscuro y viscoso.

Y entonces, lo escuché.

Un susurro, proveniente de la oscuridad detrás de mí:

Gracias por la comida

Giré rápidamente, pero no había nadie. Solo el frío, penetrante, que se aferraba a mi piel.

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Intenté lavar los trastes. Los froté con furia, bajo agua hirviendo, como si pudiera limpiar no solo la suciedad, sino también lo que se había adherido a ellos.

Pero era demasiado tarde.

Esa noche, los ruidos fueron más fuertes. Platos que se movían solos. Cubiertos que caían. Y algo más… risas.

Pequeñas, agudas, como de niños, pero distorsionadas.

Me encerré en mi habitación, temblando, mientras escuchaba cómo alguien o algo seguía en la cocina, moviéndose entre los trastes, disfrutando de lo que quedaba.

De .

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Ahora lo sé.

Dejar los trastes sucios no es solo pereza. Es una invitación.

Los espíritus hambrientos llegan primero a los platos abandonados, se alimentan de los restos, de la energía que queda impregnada en ellos. Pero luego, quieren más.

Se aferran a la casa.

Se aferran a ti.

Y una vez que se arraigan… nunca se van.

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Ya no tengo fuerzas para levantarme.

Ellos están aquí, en cada rincón, en cada sombra.

Los veo en los reflejos de los cuchillos, en el brillo de los vasos sucios que ya nunca lavaré.

Susurran.

Ríen.

Y esperan.

Pronto, no quedará nada de mí.

Solo los platos sucios.

Y ellos.

Siempre ellos.

¿Te atreverás a dejar los trastes sin lavar esta noche?



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En el texto hay: relatos de terror

Editado: 22.06.2025

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