La primera vez que supe que algo andaba mal fue cuando encontré el diario.
No era mío. Estaba escondido en un falso fondo del cajón de la mesilla de noche, en la habitación que creía que era la mía. Sus páginas estaban llenas de una escritura angular y precisa, un idioma que mis ojos entendían pero mi mente se negaba a procesar. Hablaba de observación, de infiltración, de la lenta y metódica sustitución de alguien llamado "Matthew". Hablaba de la imitación de sus gestos, de la asimilación de sus recuerdos, de la perfección del disfraz. Leyéndolo, sentí un escalofrío que me recorrió la espina dorsal. ¿Era una broma macabra? ¿Una historia de terror escrita por el inquilino anterior?
Pero luego, las pesadillas comenzaron.
No eran sueños, sino destellos. Fragmentos de una memoria que no me pertenecía. Una luz cegadora en medio de una noche estrellada. La sensación de flotar, de ser arrastrado. Caras pálidas y ojos enormes y oscuros inclinándose sobre mí. Un dolor agudo en la nuca, como si me insertaran algo. Me despertaba sudando, con el sabor metálico del miedo en la boca, y la seguridad absoluta de que algo me había pasado en el bosque detrás de mi casa.
Empecé a notar cosas. Pequeñas discrepancias en mi vida que no cuadraban. Mi mujer, Sarah, a veces me miraba con una expresión extraña, un destello de preocupación profunda que desaparecía tan pronto como yo la notaba. Mis hijos dibujaban en la escuela naves espaciales y seres con grandes cabezas, diciendo que "el hombre de las estrellas" les había visitado en sueños. Me reí, atribuyéndolo a la imaginación infantil, pero una semilla de duda había sido plantada.
El mundo empezó a sentirse... incorrecto. Los colores eran demasiado vibrantes, los sonidos demasiado agudos. A veces, en medio de una conversación, las palabras de los demás se convertían en un murmullo sin sentido, y yo solo podía asentir con la cabeza, fingiendo normalidad mientras una oleada de pánico me inundaba por dentro. Sentía que estaba interpretando un papel en una obra de teatro cuyo guión había olvidado.
Encontré más pistas. Un objeto metálico, liso y frío, escondido en el desván. No parecía hecho por manos humanas. No tenía tornillos, ni juntas, ni marcas de herramientas. Era simplemente perfecto. Cuando lo toqué, una imagen me golpeó la mente: un paisaje desolado bajo un cielo de dos lunas, y una nostalgia tan profunda que me dejó sin aliento.
Las "abducciones" se intensificaron. Perdía tiempo. Despertaba en lugares extraños, con la ropa al revés o con barro en los pies. Una mañana, me encontré de pie en el jardín, mirando fijamente las estrellas que se desvanecían, con un conocimiento innato de sus nombres y distancias, un conocimiento que no tenía forma de poseer.
El miedo se convirtió en obsesión. Instalé cámaras en el dormitorio. Me grabé a mí mismo durmiendo. En las grabaciones, me veía inquieto, hablando en sueños. Pero en una de ellas, en un fotograma borroso, algo se movía. Una figura alta y oscura, de movimientos fluidos y antinaturales, se inclinaba sobre mi cama. No podía distinguir su rostro, pero sabía, con cada fibra de mi ser, que no era humano.
Confronté a Sarah, mostrándole el diario, hablándole de las pesadillas, de la figura en la cámara. Su rostro cambió. No era miedo lo que vi en sus ojos. Era... lástima. Una tristeza profunda.
"Matthew, cariño...", dijo suavemente, tomando mis manos. "El accidente... el neurólogo dijo que podía haber secuelas. Alucinaciones. Paranoia. Es por el golpe en la cabeza."
¿Accidente? No recordaba ningún accidente. Ella me habló de un choque de coche hacía meses, de mi lenta recuperación, de la pérdida de memoria. Todo encajaba. Era una explicación lógica, racional. Por un momento, me aferré a ella como un náufrago a un salvavidas. Quería creerle. Deseaba con todas mis fuerzas que fuera cierto.
Pero esa noche, mientras yacía en la cama, fingiendo dormir, la escuché susurrar por teléfono en la habitación de al lado. Su voz era tensa, urgente.
"...sigue recordando. Los bloqueos se están desvaneciendo. No sé cuánto tiempo más podremos contenerlo. Sí, sé el protocolo. Pero es mi marido... o, al menos, lo parece."
El corazón se me heló en el pecho. Protocolo. Contenerlo. Lo parece.
No era paranoia. No era un daño cerebral. Era algo mucho más grande y aterrador.
Huyo de la casa ahora. Estoy escondido en un motel barato, escribiendo esto en las últimas páginas del diario que encontré. Las paredes parecen respirar. Mi reflejo en la pantalla oscura del televisor... a veces no me reconozco. Mis ojos parecen más profundos, mi piel tiene un tono cenizo bajo la luz fluorescente.
Todo encaja. Las pesadillas no son recuerdos de una abducción. Son los ecos de mi viaje hasta aquí. La luz cegadora no era una nave alienígena recogiéndome. Era mi propia nave estrellándose. Las caras pálidas con ojos oscuros no eran mis captores. Eran mi equipo. Mis semejantes. Intentaban ayudarme, reparar el daño, pero algo salió mal. Perdí la memoria. La imitación, el disfraz, se convirtió en mi única realidad. Me integré tan perfectamente en la vida de este "Matthew" que me convertí en él, hasta que los recuerdos reprimidos empezaron a filtrarse como agua a través de una grieta.
El diario no lo escribió otro. Lo escribí yo. Son las directrices de mi misión, las notas de mi propia transformación. El objeto del desván es un dispositivo de comunicación de mi nave. Los dibujos de mis hijos... me ven como lo que soy, porque los niños perciben la verdad que los adultos se niegan a aceptar.