Arac
Esa mañana después de salir de casa iba decidida a seguir a mi hermano y no me importaba lo que tuviera que hacer para lograrlo, eso era todo en lo que podía pensar.
Mi plan se había puesto en marcha en cuanto me acerque a la taberna de los alféreces que aún no abandonaban la ciudad. Busqué entre ellos al más flacucho, bajo y débil y de manera sigilosa lo seguí. En cuanto se quedó a solas y se desvió de camino por uno de los callejones lo golpee en la cabeza noqueándolo de inmediato, luego lo arrastre hasta un rincón oscuro y oculto donde procedí a robar sus vestimentas.
Con agilidad me quite las viejas prendas que llevaba puestas y las remplace por las del alférez que recientemente había noqueado. Me sentí aliviada que el uniforme de cuerina negra llevara capucha y mascarilla, de esa forma me facilitaría el mezclarme entre los demás.
El cómodo traje consistía en un overol de color negro que me quedaba tan ajustado que podían verse mis curvas femeninas por lo que decidí vendarme lo suficiente para cubrir todo rastro de ellas. Después de asegurarme de que todo estuviera oculto procedí con las demás prendas. Botas de batalla y cubre manos de cuero, un bléiser sin mangas del mismo material que las botas y un listón de seda color rojo que daba al menos tres vueltas alrededor de mi cintura, prenda que destacaba mi rango. Finalmente, la capucha del overol y la asfixiante mascarilla. Amarre mi rojizo y largo cabello y lo oculte bajo la tela lo mejor que pude.
Apenas termine de alistarme busque en los rincones del traje intentando encontrar algo que identificara al alférez caído al que suplantaría en las pruebas.
Después de mucho buscar logre dar con su nombre en un pequeño bolsillo oculto en la parte delantera del pantalón.
― ¡Gunter Thurston! Bueno es mejor que nada. ―Pensé después de leer el raro nombre del alférez que aun continuaba inconsciente entre los bultos de mimbre de una vieja casona.
Lo último que hice fue tomar las dos espadas curvadas del hombre para terminar de esfumarme del callejón.
Al llegar a las puertas una docena de soldados de la ciudadela ya esperaban pacientes a que las puertas se abrieran, entre ellos Archie que permanecía de pie y en primera fila expectante a lo que se avecinaba. Me acomode entre los Alférez que permanecían más lejos de las puertas, evitando de esa manera que mi hermano se diera cuenta de mi presencia. Nos conocíamos lo suficiente como para saber distinguirnos bajo un tonto disfraz.
A esas alturas el único que podía frustrar mis planes era Archie y era lo suficientemente consciente de ello como para mantenerme lo más alejada posible de él. Al menos hasta que no le quedara más remedio que resignarse a la decisión que había tomado su imprudente hermana al seguirlo.
Algunos minutos más tardes el comandante se dejó ver montando su dragón por encima de nuestras cabezas. El magnífico espécimen era de un brillante tono rojo de gran tamaño y si estaba en lo cierto aquel era un dragón escupe lava, uno de los menos fuertes. Pero igual de aterrador que sus hermanos de mayor rango.
El hombre en su lomo planeo lo bastante bajo como para descender de el de un solo salto, quedando en el centro de los soldados con una lista en su mano.
― Cuando diga su nombre se forman en el mismo orden en que sean llamados. ― Su voz sonaba tan autoritaria como su apariencia.
Aunque no era mucho lo que su camuflaje de comandante dejaba al descubierto sus rasgos caucásicos eran evidente, esos ojos azules y esas cejas casi alvinas así lo demostraban.
A diferencia de nosotros la cinta alrededor de su cintura era de un opaco color azul, lo que lo identificaba como nuestro comandante.
Uno a uno comenzó a llamarlos y estos siguiendo sus órdenes se formaron tal y como él les había ordenado.
Para mi suerte no fui ni el primero, ni el último en ser llamado quedando en el centro de la larga fila, rogando a los cielos que ninguno de esos perros a mi alrededor pudiera reconocer mi feminidad.
―Todos conocen las reglas y créanme cuando les digo que lo que vivirán después de cruzar esas puertas no es para cobardes. ―Explico mientras caminaba de extremo a extremo con las manos amarradas atrás. ―Cualquiera que no se sienta preparado para esto, está a tiempo de desertar. ―Por primera vez el hombre le prestó atención a cada soldado que lo miraba con atención. Deteniéndose particularmente en mí, lo que por un momento me helo la sangre por la vaga creencia de haber sido descubierta.
Tan solo tres pasos fueron necesarios para quedar lo suficientemente cerca de mí y así poder estudiarme con mayor atención. Dios, su cercanía era tan estrecha que podía oírle respirar sin problema alguno y oler con facilidad la fresca fragancia de su piel. Aquellas albinas y espesas pestañas se batieron de arriba abajo por algunos segundos, observando con atención cada detalle de mi postura antes de volver a mirarme directamente a los ojos y taladrarme tan profundo que por un momento creí que el caucásico comandante podía ver a través de mi disfraz.
― ¿Tienes miedo alférez? ―Pregunto tan de cerca de mi oído que casi pude sentir su tibio aliento en mi piel.
Debo admitir que su pregunta me tomo desprevenida, pero la mirada en sus ojos albergaba algo más que una simple curiosidad, era casi como si se debatiera entre suposiciones e ideas que no le convencían del todo. Fuese cual fuese la conclusión a la que llego, no le sumo importancia.