Declive
No pude evitar reírme cuando el dueño de la taberna, lanzó fuera a golpes, empujones y manotones a los dos machos que se atrevieron a iniciar una pelea en su bar.
Derek y Archie, pese a no estar ebrios, actuaban como tal, y se resistían a dejar el lugar sin haber culminado la tarea de desfigurar a los dos individuos a los que yo decidí acercarme.
— Por el amor de Fergus, terminen el escándalo de una buena vez. — Exigí con molestia acercándome a ellos, con el fin de arrastrarlos conmigo, aunque fuera a la fuerza.
— No te quejes ahora, cuando has sido tú la detonante para que actuemos así. — Me reprendió Archie acusadoramente vilmente, cuando algo atolondrado se acercó a nosotras.
— Recuerda lo que te he dicho hermano, no te atrevas a regañarme de nuevo, porque siempre puedo llamar Arac y hacerte arrepentir de tus palabras. — Amenace, mientras ayudaba a ponerse de pie a uno de los machos con los que me había atrevido a beber un trago de alcohol y el que también era botado lejos de la taberna, por nuestra culpa.
— Además te recuerdo hermanito, que no era yo quien miraba el pecho semi desnudo de esa mujer y babeaba de lujuria. — Archie se ruborizo y evito por cualquier medio mirar a la cara a Visedra. Estaba avergonzado y aunque intentaba ocultarlo yo sabía muy bien lo que sentía.
— Te atreves a intentar seducir a un débil cambiaformas en frente de mis narices. Estas muy equivocada si piensas que estoy dispuesto a tolerar semejante conducta. — Espeto molesto el macho, que si parecía estar completamente ebrio.
— ¿Es una broma? ¿Quién eres tú para decirme lo que debo o no hacer? No olvides que a nosotros dos, solo nos une un lazo al que yo nunca decidí vincularme. — Le grite con fastidio.
— Lamentablemente tendrás que conformarte conmigo, si no quieres llegar al páramo sin ninguna bestia a la cual presumir.
— No tengo intenciones de presumirte ante nadie y por si no lo has notado soy ama y señora, de dos de las más atemorizantes bestias que habitan la tierra. Me sentiré satisfecha y conforme con solo presumir a Arac.
Me incline dispuesta a poner mis manos sobre la tierra, con el fin de llamar a la bestia de arena y espantar así a los dos machos que comenzaban a fastidiarme.
— ¿No pretenderás llamarla o sí? — Pregunto un asustado Archie, oculto tras el cuerpo de Visedra.
— ¿Qué es lo que parece querido hermano? Por supuesto que la llamare y le exigiré hacer el trabajo sucio por mí.
Antes de que alcanzara a colocar las manos en el piso, Derek me tomo en sus brazos y me arrastro con él a un lugar remotamente alejado de la poca civilización.
Dejamos a mi hermano y a Visedra atrás, mientras el macho de cabello largo y escuro se alejaba sin intenciones de volver.
— Estas demente, si piensas que esa bestia vendrá aquí pacíficamente. Arac lo destruirá todo solo con el propósito de encontrarte. — Explico mientras ascendía al picó de una colina conmigo al hombro.
—¡Suéltame! No tienes derecho sobre mí. Bájame Derek ahora o de verdad esto se pondrá muy feo para ti. — Amenace con golpes y patadas, los que apenas lograron tocarlo.
— Te dejare ir cuando este convencido de que no eres un peligro andante. — Susurro con descaro, como si olvidara que el también era un peligroso enemigo para nosotros. El silencio incomodo corto el aire, mientras subía la sima de la colina conmigo a cuestas.
Cuando arribamos al lugar deseado, Derek por fin me soltó.
— Si existe alguna posibilidad de que perdamos esta guerra, no quiero que nuestro último día sea motivado por el rencor y el odio. Te traje aquí para que veas con tus propios ojos lo hermoso que puede llegar a ser, este lugar. — ¡Mierda! Debo admitir que Derek sabía muy bien como ganarse mi atención.
No quería creerle, no quería confiar y sentir lo que estaba segura sentía por él. Pero todo mi ser parecía sucumbir ante la facilidad con la que me endulzada el oído.
Sus palabras parecían estar cargadas de una toxina preparada para arrebatarme la lucidez.
Quería correr, apartarme y huir de él lo más lejos que pudiera. Pero la fuerza con la que mi corazón palpitaba me impedía reaccionar.
La noche había caído y el cielo se presentaba ante nosotros cubierto de titilantes estrellas. Los prados se observaban desde lo alto envueltos en flores que se mecían al viento.
Estaba allí, de pie en el umbral de un mundo demasiado diferente y extraño para reconocerlo a simple vista.
Millones de luciérnagas de una infinidad de colores, danzaban e iluminaba el oscuro paisaje, era una imagen de cuento de hadas demasiado perfecta para tener la dicha de disfrutarla.
Un par de antorchas sujetas a una pared rocosa tras nuestra espalda, se encendieron y no pude evitar voltear a mirar asustada.
— Tranquila solo he sido yo. — Aclaro Derek dándose cuenta de inmediato de a donde habían ido mis pensamientos.
— ¿Manipulas la magia? — Pregunté sorprendida, después de ver como las flamas de las antorchas crepitaban vividas y cálidas.
— Claro que manipulo la magia, los tres dragones míticos están hechos de ella y yo soy uno de ellos. — Explico, mientras se recostaba sobre el césped mirando las estrellas.
Editado: 17.12.2025