Escamas de plata

Treinta y cuatro

Contienda

No tenía idea de que tan profundo habíamos descendido, pero el aire comenzaba a escasear y el calor a sofocarme, el sudor me perlaba la frente y la humedad dejaba resbaladizas mis manos. Supuse que debíamos estar bajo los mares de Solaris, cuando el agua empezó a filtrarse por el techo rocoso del túnel bajo tierra.

Arac se deslizaba suave, silenciosa y tan ágil como una serpiente, la que evitaba por todos los medios ser vista o rastreada.

En el caso de Arac era imposible que alguien no lograra verla, ya que su tamaño era irracionalmente grande, pero debo al menos destacar lo sigilosa que era.

Los roedores corrían despavoridos al sentir la presencia de la intimidante bestia. En más de una ocasión Arac había aprovechado la oportunidad de devorar a todos esos rastreros animales que tuvieron la mala suerte de cruzarse en su camino.

Un sonido metálico, rasposo y hueco provenía de la lejana superficie.

—Creo que estamos cerca. — Susurre, bajando la voz al escuchar mi propio eco, retumbar dentro de la larga cavidad rocosa y húmeda.

El aroma a estiércol, descomposición y humedad eran irrespirables.

La bestia de arena cambio el rumbo y supe entonces que habíamos descendido al lugar correcto.

La oscuridad se intensificaba a cada paso que dábamos. La tierra de pronto nos abrió un camino que no tenía idea de a donde nos conducía.

Arac olfateo el aire, luego simplemente reanudó el camino de ascenso hacia la superficie y mi nerviosismo creció.

A lo lejos y desde el fondo de una gran grieta, podía distinguir los tenues rayos del sol. La brisa suave y tensa rozo mis mejillas cuando volvimos a respirar aire puro. Aunque quise detenerme un instante para disfrutar un poquito de aquello, que recorriendo esos túneles subterráneos se me estuvo limitado, no hubo tiempo. El caos ya se había instalado a las afueras del valle.

Algunos dragones invocaban a los rayos sin suerte y con demora, en tanto una pareja de gemelos que flotaban en el aire, con el aura plateada y los ojos lechosos, alzaba las manos a la espera de que el cielo los oyera.

Aunque el velo era invisible y no nos permitía ver nada más que desierto desde nuestra posición, podía percibir tras él, la presencia de hombres armados y dragones que intentaban evitar que alguno de nosotros lograra entrar atravesando la barrera.

— ¿Dónde estará el resto? — Me pregunte cuando solo divise sobre los cielos a Keith sobrevolando sobre el lomo de su compañera.

El cielo se oscureció de repente y fue natural sospechar que una tormenta se acercaba. Los primeros rayos en impactar sobre el escudo, fueron esos lanzados sin remordimientos por los dragones.

Aunque al impactar creo una grieta al colisionar con ella, el apenas visible surco se volvió a cerrar.

— No lo están logrando. — Susurre manteniéndome sobre el lomo de Arac para observar mejor los acontecimientos.

— Dales tiempo. — Fergus se unió a nosotros con el resto de su ejército siguiéndole de cerca.

El sonido de un par de truenos, la luz brillante de un relámpago cayó desde el cielo y se detuvo a escasos centímetros de la barrera sin lograr provocarle el menor daño, a lo que parecía ser el centro de la cúpula etéreo.

Aun en las alturas, pude observar cómo Aira y el comandante Olafsson se precipitaban a frenar el rayo que se disponía a caer con fuerza, consiguiendo desvanecerlo en segundos.

— Debemos ayudarlos, no podrán invocar otro rayo si están ocupados lidiando con Olafsson. — El temblor en mi voz, no fue posible controlarlo. Estaba inquieta, preocupada, asustada. Presentía que Olafsson estaba preparado para la pelea, y eso solo podía significar que entre nosotros existía un maldito traidor.

No era posible que vistiera de armadura cuando se suponía que ninguno de ellos esperaba nuestra llegada. Mi inquietud solo se tornaba más angustiante con el pasar de los minutos.

— ¡Yo lidiare con Olafsson! — No tenía la más mínima idea de donde había emergido Derek, pero algo, un no sé qué, al verlo me ayudo a tranquilizarme.

El cambiaformas se lució caminando de aquí allá como un orgulloso general guiando a su tropa, destacando por encima del resto como el más preparado para empuñar una espada. Aquella apariencia aguerrida, imponente y solemne no rivalizaba con nadie dentro del circulo de guerreros, que en aquel momento también esperaban por la oportunidad de sobresalir.

Ya tuve oportunidad en una ocasión de ver una batalla entre Derek y Olafsson, conocía muy bien cuales eras sus capacidades y sabía que él macho malhumorado era el más apto para batirse a duelo con el imparable comandante. El macho de ojos grises monto a Aiora y ambos se unieron a la pequeña disputa que se llevaba a cabo en las alturas. Cuando Olafsson fue alertado de la presencia de Derek, la verdadera pelea comenzó.

Un poco más abajo los dragones se martirizaban invocando a los rayos una y otra vez sin descanso, pero para nuestra suerte parecían estar consiguiendo romper la barrera, pues el muro incorpóreo comenzaba a trisarse, como si de una delicada bola de cristal se tratase.

Pese a que deseaba que Derek fuera el vencedor del enfrentamiento, no podía permitir que le hiciera daño a Aira, ella solo obedecía a su amo, vivía y respiraba para protegerlo, no era su culpa verse involucrada en una disputa que no tenía nada que ver con ella. Así que responsabilidad en esta guerra la dragona del comandante no tenía.



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En el texto hay: magia y dragones, enemystolovers, romantasy

Editado: 17.12.2025

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