El sonido ensordecedor de los policías, bomberos, criminalistas y abogados, provocaron que la joven Emily abriera sus ojos de par en par. El dolor de su cuerpo la mantenía en un mundo diferente, aunque al sentir que la subían a una camilla, ella despertó.
Observó a la gente con temor y su mirada se posó sobre las sábanas blancas que cubrían a los cuerpos sin vida. Una lágrima se desprendió de sus ojos y se sentó, sintiéndose un poco mareada.
Los paramédicos le hicieron una seña para que vuelva a su lugar, pero Emily deseaba ir con su familia. En un momento, ella se puso de pie y corrió a ver a su madre.
Negó una vez.
Negó dos veces.
Negó tres veces.
Se abrazó al cuerpo sin vida de aquella mujer que le dio la vida y suspiró por última vez la fragancia, ya que de ese modo, podría tener un poco más de ella.
—Perdóname, mami. No fui una buena hija en todo este tiempo…
Las personas allí se dieron cuenta de que algo estaba ocurriendo. Realmente, todo eso les llamó demasiado la atención. Nadie sabía nada sobre aquella familia, solo lo poco que se hablaba por las calles.
El qué dirán había pintado todo el vecindario, pero de nada bueno. Solo cosas macabras y sin sentidos que un par de personas habían inventado en un momento de sumo aburrimiento.
Un policía se acercó a la niña, pero Emily lo empujó y salió corriendo. Ante tal arrebato, los médicos supusieron que era momento de tomar medidas elevadas: le darían un calmante.
Todos se pusieron a buscarla por todas partes, recorrieron cada centímetro del pueblo, hasta que se toparon con El pantano Ross. Un hombre no le dio importancia y se adentró a buscarla por esos prados, hasta que vio un cuerpo sin vida, y supo que Emily estaba muerta. Soltó un grito y, casi de inmediato, la policía estaba a su lado.
—¿Qué ha pasado, señor? —Preguntó un oficial sin despegar la mirada de los ojos del hombre—. Señor, necesito que me diga lo que vio.
El sujeto, con una mirada de enfermo, señaló el fango con su dedo índice. El policía observó minuciosamente y se dio cuenta de que no se trataba de la niña que estaban buscando; sin embargo, al parecer, ahora tendrían un nuevo caso.
El pueblo se estaba volviendo un lugar oscuro. Las cosas ya no eran como antes, ahora en un día ya había dos casos sin resolver, mejor dicho, tres casos. Por un lado, la familia de Emily estaba muerta y su matón también; por el otro lado, había un cuerpo sin vida de una joven y, por si fuera poco, se sumó el caso de la desaparición de Emily.
El policía agarró su comunicadora y decidió informar sobre el nuevo cadáver:
—Atención, un civil acaba de encontrar un cuerpo.
—Recibido, enviaremos a los criminalistas.
En un dos por tres, casi mitad de los que se encontraban en la búsqueda de la niña, ahora se encontraban obteniendo pistas del nuevo cadáver. Nadie reconoció a la joven muerta, ya que parecía estar hace mucho tiempo allí.
—Según, por lo que puedo ver, esta mujer lleva muerta dos noches.
—¿Dos noches? ¿Cómo es posible que nadie viera nada?
Todos los profesionales se miraron, nadie comprendió la situación.
El hombre que encontró el cuerpo corrió fuera de la escena, así podía estar alejado de toda la barbarie y muerte. Ese sujeto no lograba soportar la presión del momento, ya no encontraba momento de escapar, hasta que se detuvo al oír la voz de un niño.
—Mi papá…
El joven se acercó al hombre mayor y lo tomó del brazo.
—Ayúdeme…
El hombre dispuesto a ayudarlo, decidió informarle a los expertos, pero cuando estaba a punto de decir algo, sucedió lo menos pensado: una bala le entró por la frente. El sujeto murmuró algo que el niño no entendió y cayó al suelo.
El jovencito se acercó al cuerpo y negó. Él supo que había perdido la única oportunidad para salir de ese maldito juego que se venía adentrando desde que era un bebé. Suspiró y dejó que la mujer lo cargara en brazos.
—Te he dicho que no busques una salida. Ni tú, ni las niñas van a encontrar una salida de este juego.
Él bajó la mirada y luego, cuando la mujer comenzó a caminar de nueva cuenta a su auto, él pudo ver a Emily corriendo sin detener su paso. Gracias a eso, una sonrisa verdadera se le dibujó en los labios al pequeño, ya que sabía que solo una niña pudo salir de ese horripilante juego macabro.
La mujer alta, con cuerpo de sirena, se sentó junto al niño y lo observó mientras que el chófer manejaba aquel auto con seguridad. No había nada que los detenga, ella estaba más que segura de que todo lo que podría suceder no era nada. No había ninguna probabilidad de acabar en el mal.
El pueblo Hope era un lugar maravilloso hace muchos años atrás, ahora ella era la reina de esos juegos. Una mujer extraña, con apariencia dulce, con un comportamiento adorable y con falta de amor; así era aquella mujer que todos y nadie conocían.
Ese niño no sabía mucho acerca de la mujer, no sabía nada del mundo que lo rodeaba; él solo conocía un cuarto y una vida llena de sangre y muerte; esa era la vida que ese pequeño llevaba desde el día cero, mejor dicho, hasta antes de nacer.
Cuando llegaron a la cabaña, la mujer bajó y sacó al niño del auto. Se acercó a una mujer mayor y la miró directamente a los ojos, para luego decirle:
—Pensé que matarían a este niño cuando nació, ¿qué fue lo que ocurrió?
La mujer se paró recta, se llenó de orgullo y la miró con aires de superioridad, solo para responderle una cosa:
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Editado: 07.01.2021