El silencio de la noche se cernía sobre el pequeño cuarto de Emily, un manto pesado que solo amplificaba el latido frenético de su propio corazón. El frío se había vuelto un enemigo implacable, calándole los huesos, y el hedor a humedad y descomposición parecía aún más fuerte en la oscuridad casi total. La lámpara, que había sido su única compañera, finalmente parpadeó una última vez y se apagó, sumiéndola en una penumbra absoluta. El terror se instaló en su pecho, denso y paralizante.
Se arrastró nuevamente hacia la rendija en la pared, el único punto donde había sentido algo de aire, algo diferente. Sus pequeños dedos rozaron la superficie áspera y fría de la tierra. Los sonidos del otro lado ahora eran más claros: un raspado rítmico, un jadeo gutural, y un ligero tintineo metálico, como cadenas arrastrándose. No era un humano. No podía serlo. El miedo transformó la rendija en una boca oscura, lista para devorarla.
De repente, una voz, ronca y grave, pero extrañamente infantil, resonó desde el otro lado de la rendija. No era la niña de la chaqueta de piel. Esta voz era más profunda, más antigua.
—¿Estás ahí? —susurró, el sonido rasposo como gravilla.
Emily se quedó inmóvil, conteniendo la respiración, el corazón golpeándole las costillas. ¿Responder? ¿O permanecer en silencio, fingiendo que no existía? Su mente infantil, acostumbrada a los cuentos de hadas y a la seguridad de su hogar, luchaba por procesar esta nueva realidad.
La voz volvió a hablar, esta vez con un tono de curiosidad, casi de juego.
—Sé que estás ahí. Huelo tu miedo. Huelo tu inocencia. Es un aroma dulce.
El sudor frío le perló la frente. ¿Cómo sabía que tenía miedo? Emily, en su desesperación, recordó las palabras de su tía: "Nada malo te va a suceder". Una mentira cruel.
—¿Quién… quién eres? —logró balbucear Emily, su voz temblorosa, apenas audible.
Una risa áspera, seca como hojas muertas, retumbó al otro lado.
—Soy un viejo conocido. De tu familia. De los Douglas. Sabes, ese "gen" que traes contigo… es muy valioso. Muy codiciado.
El "gen Douglas". La misma frase que había escuchado de los secuestradores en el auto. ¿Qué significaba? ¿Estaba relacionado con el secreto de sus padres, con el diario? La cabeza le dolía, no solo por el golpe, sino por la confusión.
—¿Qué… qué es el gen? —preguntó Emily, su voz un murmullo suplicante.
El sonido de arrastre se hizo más fuerte, como si lo que fuera que estuviera al otro lado se acercara a la rendija. Un ojo rojizo y brillante apareció en la oscuridad al otro lado del hueco. Emily dio un respingo, arrastrándose hacia atrás, tropezando con la silla.
—Es el don. O la maldición —dijo la voz, ahora más cerca, casi respirando a través de la rendija—. El don de ver. De sentir. De conocer los secretos. Tu padre lo tenía. Tu hermano Katashi, sí, él también. Él intentó usarlo para escapar de nosotros. ¡Pobre tonto!
La mención de su padre y Katashi, de sus intentos por "escapar", le confirmó que no era un accidente. Habían estado huyendo de esto. Las lágrimas que había logrado contener, ahora brotaron sin control, calientes y amargas.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren de mí? —sollozó Emily, el terror mezclado con una incipiente ira.
La risa al otro lado se volvió más grave, un gruñido.
—No hacemos daño a quienes cooperan. Solo queremos que uses tu don. Que juegues el juego. Tu tía, tus primos… están a salvo. Por ahora. Depende de ti.
La amenaza velada a su nueva familia fue un golpe directo. Era un chantaje. La voz del otro lado, la criatura o persona que habitaba el cuarto contiguo, no solo la conocía, sino que conocía sus puntos débiles. Emily, con siete años, se dio cuenta de que estaba atrapada en algo mucho más grande de lo que podía comprender.
—¿Qué… qué tengo que hacer? —preguntó, la voz rota por el llanto, el miedo y la impotencia.
El ojo rojizo se acercó aún más, parpadeando.
—Escribe, pequeña. Escribe lo que ves. Lo que sientas. Lo que recuerdes. El diario. Es tu llave. Es tu arma. Tus padres y tu hermano no pudieron. Quizás tú sí. Tienes una mente más pura.
Emily se quedó en silencio, temblando. Le devolvieron su diario, no como un consuelo, sino como una herramienta, una condena. Era el objeto que había prometido no soltar, el último regalo de su hermano. Ahora, era su prisión y, quizás, su única esperanza. Se arrastró hacia donde recordaba haber dejado el diario. Sus dedos temblaban al tomarlo.
El sonido metálico de arrastre en la habitación contigua se reanudó, alejándose, y el ojo rojizo desapareció. La voz se desvaneció, dejando a Emily sola en la oscuridad, con el eco de sus palabras y un terror renovado.
Segundo día dentro de este manicomio
Hola, querido diario. Ya no sé si quiero seguir escribiendo, pero no tengo a nadie más. La lámpara se apagó. Estoy en la oscuridad total. Y no estoy sola. Hay algo más en la habitación de al lado. Una voz. Me habló. Dijo que era un "viejo conocido" de mi familia. ¿Un monstruo? No lo sé.
Dijo que mis padres y Katashi tenían un "gen". El "Gen Douglas". Que es un "don o una maldición". El don de ver, de sentir, de conocer secretos. ¡Es horrible! Dijo que mis padres intentaron escapar. ¡Por eso los mataron! ¡Por eso estoy aquí! Me siento tan estúpida por no haber hablado antes. ¿Debí haber confiado en la detective? Ahora es demasiado tarde.
Ese ser quiere que escriba en ti, diario. Dice que tú eres mi "llave", mi "arma". Que mis padres no pudieron, pero que yo sí. ¿Por qué yo? Soy solo una niña. Y la forma en que mencionó a mi tía y mis primos… dijo que estaban "a salvo, por ahora". Me están chantajeando. Me tienen aquí para que haga algo. ¿Pero qué? ¿Y si no puedo? ¿Y si hago algo mal?
La niña de la chaqueta de piel se fue. ¿Le habrán hecho trizas? La voz del otro lado era terrible, pero también… prometió algo. Dijo que yo podía. No me quiere muerta, no todavía. Solo quiere que use mi "don". Me siento tan confundida. ¿Es este gen lo que me hace sentir las cosas? ¿Lo que me hace "ver" el aura de Darío, o la maldad en mi tía? No puedo pensar. Solo tengo miedo.
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Editado: 08.07.2025