Escapándome del lobo

8

  Mis piernas temblaron, era una sensación extraña; inconsistentemente mordí mi labio inferior, pero dejé de hacerlo casi de inmediato, no quiero que piense que quiero darle ese beso, porque no es así. Obvio no, no es como que yo quiera saber a qué saben sus labios y eso.

  Lo miré, sus ojos me pedían permiso, lo podía ver ¡tengo que hacer algo! La lluvia se hizo más fuerte, así que, tomándome por sorpresa a mí misma, lo empujé a un lado y me metí al auto rápidamente.

  —Lo siento, Thomas, pero creo que te vas solo —le di una mirada divertida.

  Me miró, ocultando una sonrisa o... Lamentándose de algo.

  —Vamos, pequeña Anne... —se acercó a mi ventanilla.

  Estaba decidida a irme y dejarlo, olvidar que estuvo a punto de besarme y no verlo más.

  —Thomas, tengo que llegar a casa. —me encogí de hombros—. Y nunca nos vimos hoy. —le guiñé un ojo, pero después me arrepentí ¿porqué carajos le guiñé un ojo? Solo espero que no mal interprete el asunto.

  Me miró con aburrimiento, sin embargo, su mirada no quitaba ese brillo tan extraño que tenía.

  —¿Nos vemos mañana en clase? —cuestionó, dándose por vencido.

  —No voy a ir mañana, ni toda la semana —mentí—. Mi papá y yo iremos a visitar a mi hermano a la ciudad.

  Achicó los ojos.

  Se estaba mojando demasiado, por un momento sentí la necesidad de decirle que se metiera, pero era un hombre lobo, así que estará bien.

  —Entiendo... —musitó no muy convencido.

  Asentí.

  —Adiós, Thomas.

  Apreté el acelerador, arrancado a toda velocidad. Pude ver como perdía el equilibrio al obligarlo a quitarse de la ventanilla.

  Miré por el espejo retrovisor, él estaba en medio de la carretera, con una sonrisa en la cara y las manos en el corazón.

  Sonreí.

  Definitivamente, otra vez, me tengo que alejar de él.

  ***

  El auto de papá estaba estacionado frente a la casa. Bajé del auto, con las manos temblorosas, y me dispuse a entrar. Tenía que ser fuerte al escuchar todo lo que me tiene que decir, poner mi escudo para esquivar sus palabras hirientes.

  Abrí la puerta.

  —¿Papá? Ya estoy en casa. —cerré la puerta al estar dentro.

  Silencio.

  Un ruido en la cocina me hizo pegar un brinco del susto.

  Caminé a paso rápido, ahí estaba él, con una cerveza en la boca. Y una rota en el suelo. El ruido que había escuchado era el de una botella de cerveza romperse y ahora estaban los trozos de vidrio y el líquido esparcidos en el piso.

  Él, al verme, dejó la botella a un lado.

  —¿Dónde estabas? —preguntó, con voz grave.

  Su voz hace que mi sangre se hele... De miedo.

  —E-staba c-con Carolina. —respondí, siempre con mi voz miedosa.

  La odio.

  Rió negando con la cabeza, para después pasar sus manos por la cara. Él estaba sentado en el comedor, con una caja de cervezas a la par. No sé desde a qué hora estará tomando, pero algo me dice que desde hace mucho.

  —Como siempre, ¿no? —me miró—. Nunca aprenderás a hablar bien ¡deja de tartamudear! ¡lo odio! —golpeó la mesa con su puño.

  Pegué un brinco.

  Los ojos se me estaban humedeciendo, pero me dije a mí misma que no iba a llorar frente a él. La respiración se me entrecortaba y me costaba inhalar, era como si de pronto me hubiera olvidado cómo se respira y tenía que hacerlo yo.

  Odio cuando papá está en casa.

  —No habrás estado con un chico, ¿cierto? —dio un trago a su cerveza—. Porque sea quién sea le doy mi más sentido pésame.

  Sentí un dolor en el corazón. Que tu propio padre te diga éstas cosas duele, lo puedo soportar de Kara o de sus otras amigas pero de él, nunca.

  —N-no estoy con... Nadie. —murmuré, bajando la cabeza, no quería que me viera los ojos rojos, me atacaría diciendo que tengo que ser más fuerte y no llorar.

  —Como sea, solo quiero que sepas, Anne, que no pierdas el tiempo con los chicos; ellos solo te usarán y te dejarán votada. Saben que no vales la pena.

  Apreté los puños, haciendome daño con mis uñas.

  —Siempre será así... —me miró de pies a cabeza—. Eres tan simple.

  Tragué grueso.

  —Voy a mi cuarto. —le dije por último, dando media vuelta.

  —Alto. —habló. Me volteé—. Recoge eso —señaló los vidrios.

  Asentí, mientras me agachaba y empezaba a recoger, con cuidado, los vidrios. Los iba poniendo en mi mano, procurando no cortarme.

  —Me recuerdas a tu madre: siempre de inútil.

  Apreté los dientes e igual las manos, sin pensar que tenía los vidrios en ella. Sentí un pequeño dolor y luego la sangre caer.

  Creí que me desmayaba porque empecé a ver puntitos negros que me nublaban la vista. Nunca me ha gustado la sangre.

  —¡Ves, te dije que eras una inútil! —me reprendió.

  Fui rápidamente a lavarme la sangre. No era nada, solo un pequeño corte, de todos modos, tendría que ponerme una venda.

  Ignoré los comentarios de mi papá, de igual modo, era solo otro día normal para mí.

  ***

  Estaba de brazos cruzados, junto con Carolina, mirando ensayar a las animadoras. Nos tocaba educación física y, obviamente, siempre teníamos que tomar ésta clase con los del otro salón. Donde estaba Apolo, quién me ha dado miradas rápidas en todo los veinte minutos que llevamos aquí, y Thomas, quién estaba con otro chico mirando a las animadoras. Yo no sé qué les ven. Digo, sé que son bonitas, piernas largas, bailan super bien y son atrevidas.

  Y pensar que le había dicho a Thomas que no asistiría ésta semana a clases.

  Estábamos sentadas en las gradas, observando nada más. Carolina solo las criticaba y a veces me reía de su sarcasmo. Pero no me sentía... En ese lugar, mi mente vagaba por otro.

  Hasta que la maestra hizo sonar su silvato.

  —Muy bien, todas las chicas vengan acá. —ordenó.

  Nos pusimos de pié y nos dirigimos donde ellas.

  El uniforme de ésta clase constaba de un short corto —pantalón para quienes no les gusta enseñar sus piernas, osea a mí—Y una camiseta color blanca, con una P en medio. Que signifaca Portland.




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