Escapándome del lobo

23

Mis ojos estaban cerrados y los suaves labios de Thomas tocaban los míos, estaban juntos. No puede ser. Se me instalaron en el estómago esas condenadas mariposas que se sienten. Creo que eso es porque estoy sintiendo un cosquilleo. Me imagino este momento como en cámara lenta, las luces de todos colores entre nosotros, las otras personas desaparecen y el momento es nuestro. La mano de Thomas me acaricia la mejilla mientras nuestros labios se mueven a un ritmo lento y suave. Tímido. Delicado.


 

Mi respiración se agita y es ahí cuando nos separamos. Abrí los ojos para mirarlo, aún miraba que todo daba vueltas. No podía creer que había besado a Thomas. Joder. Joder. Él me mira confundido pero a la vez satisfecho.


 

¿Porqué hice esto?


 

—Ah... —balbuceé.


 

—No digas nada, sé que lo hiciste porque estás borracha. —dijo. —Ven, te llevo a casa.


 

Resoplé, apartando su mano. Empecé a caminar hacia la salida, Carolina se había quedado con Kayler así que ella estará bien.


 

Caminé, con torpeza, entre las personas con Thomas siguiéndome los pasos. Dios. Ahora no puedo ni mirarlo a la cara. Salí afuera, en busca de mi coche y es ahí donde recuerdo que no traje mi coche porque está chocado. Había venido con Carolina.


 

—Mierrdaa... —exclamé sosteniéndome en una pared.


 

—A ver, pequeña Anne, yo te llevo a casa. —Thomas se acercó a mí con una sonrisa y me cogió de la cintura.


 

—Thomas, no...


 

—No digas nada, de todas formas te irás conmigo. —me encaminó hacia el auto. De alguna manera me hizo reír.


 

—Thomas, siemprre tan bueno con —hipo—... migo.


 

Soltó una risita.


 

—Mañana no te acordarás de nada de esto, lo sé.


 

Nos detuvimos cerca de su auto. Miré el cielo. Bueno, en realidad miré que las estrellas se movían pero solo era producto de la borrachera. Pero él quizás tenía razón. Mañana no recordaría nada.


 

—Ez la primera vez que me emborrasho, ¿sabes? —inquirí.


 

Se cruzó de brazos divertido.


 

—Me doy cuenta.


 

Achiqué los ojos.


 

—Te preguntarás qué hace... un lugar como yo... en una jovencita como este —cuestioné.


 

Rió . Cómo si hubiera dicho algo gracioso.


 

—Sí, creo que eso me pregunto.


 

—Pues verás, señor Thomas, que me dieron ganas de venir, además, a mi nadie me dice nada. Todo me sale mal. —ahora creo que iba a llorar—. Primero, Apolo me dejó y ahora resulta que somos hermanos, luego tú vienes y pones mi mundo de cabeza, Kenzie está con... —me detuve en seco al darme cuenta de que iba a soltar la lengua y eso no podía ser.


 

Él frunció el ceño.


 

—¿Está con...? —se acercó un poco más.


 

Piensa, Anne, piensa.


 

—Está con... Gripe y por eso no pudo venir. —puse los labios en una sola línea.


 

No pareció muy convencido de mi respuesta pero no siguió diciendo nada. De repente me sentí muy, pero muy mareada como si de repente me diera mucho sueño.


 

—Wow... —escuché la voz de Thomas a lo lejos, pero yo solo cerré los ojos y me dejé caer. Después de eso todo se tornó negro.


 


 


 

***


 


 

Abrí los ojos con pesadez, agradeciendo que no haya luz del sol atravesando por mi ventana. Algo que me pareció raro porque en mi ventana siempre llegaba la luz aunque las cortinas color rosa estuvieran puestas. Estaba oscuro. Me removí en la cama, sintiéndola un poco más suave de lo normal e inconscientemente llevé mi mano a la cabeza. Mierda. Dolía. Luego unas ganas de vomitar se instalaron en mi estómago.


 

Qué asco.


 

Odio sentir ganas de vomitar.


 

Pero al estar más despierta el corazón se me empezó a acelerar. No estaba en mi habitación. No estaba en mi casa. Me fijé en mi ropa: traía una camisa de hombre nada más, como pijama. Tenía puesto mi brazier y mi calzón. No sé si sentir alivio o qué.


 

Pero mierda, ¿qué pasó anoche?


 

Salí de la cama y me llevé la mano a mi cabello, haciéndolo para atrás.


 

Mi papá va a matarme si no me ve.


 

Pero, ¿de quién es este cuarto? ¿Acaso yo...? No, no, no, yo sigo siendo virgen. No. Sigo siéndolo. En ese momento la puerta se abrió, dejando ver a Thomas con una vaso de agua en la mano. Al verme se detuvo en seco.


 

—¿Qué tal amaneces ? —sonrió divertido.


 

—Thomas, ¿qué hago aquí? —miré para todos lados—. ¿Y porque está tan oscuro?


 

—Anoche digamos que estabas muy borracha y te desmayaste. —explicó—. Así que te traje a mi casa. Quizás a tu padre no le hubiera gustado verte en ese estado.


 

¿Dijo su casa? Ostias, estoy en su casa. Pero había otra cosa que me inquietaba.


 

—¿Tú y yo... ?—señalé la cama y luego a nosotros dos. No podía ni decirlo. Él frunció su ceño y luego se puso a reír, dejando el vaso en la mesita de noche y sentándose en la cama.


 

—Claro que no, ¿qué clase de hombre crees que soy? —me guiñó un ojo—. Aunque es cierto que soy irresistible, pero no me aprovecho de la gente borracha.


 

Respiré con tranquilidad.


 

—¿Y tú donde dormiste?


 

—En el sofá.


 

Asentí poniendo mis labios en una sola línea. Pude notar que en ese momento él me escaneó con la mirada de pies  a cabeza, y su mirada empezó a tener ese brillo típico de él. Carraspeé haciendo que saliera de su trance.


 

—Eh, te traje agua para que tomes una pastilla. Supongo que la cabeza te va a explotar, ¿no? —se puso de pie, abrió una cajón en la mesa, de ella sacó un sobre de pastillas y los dejó junto al vaso de agua. —. Estaré abajo por si te vas a vestir y bajas a desayunar.




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