Escapándome del lobo

24

En cuanto me puse de pie con la camisa de Thomas, él salió del baño, secándose el cabello con una toalla; la otra la traía al rededor de su cintura. Se detuvo en seco al verme.


 

—¿Qué es esto? —le pregunté a lo bajo.


 

Miró a la camisa y luego a mi.


 

—No soy bueno en química. —respondió seguro, dando un paso hacia el aramario para buscar ropa.


 

¿Química? Pero parece sangre.


 

—Es sangre, ¿no?


 

Rió.


 

—¿Porqué habría sangre, Anne? —descolgó una camisa.


 

Dejé caer la camisa, confundida. Creo que me estoy volviendo paranoíca, eso de no conocer lo suficiente a Thomas me pone mal. Primero me dice que su pasado puede ser aterrador, luego esta con los vampiros, es súper misterioso y, la verdad, ya no sé qué creer.


 

—Olvídalo, me voy.


 

Salí de la habitación a paso rápido, bajé las escaleras, salí de la casa y me dispuse a caminar, pero luego me detuve en seco al no reconocer esta calle. ¿Donde estoy? Nunca antes había venido por aquí, miré para todos lados algo perdida, hasta que escuché el motor de un auto proveniente de la cochera de la casa de Thomas.


 

Sip, era él.


 

Y que rápido se vistió.


 

El auto se detuvo frente a mi.


 

—Lo siento, es una colonia algo peligrosa.


 

Rodé los ojos, abrí la puerta del copiloto y entré. Él arranco en cuanto estuve adentro.


 

—¿Como vas con él? —me preguntó.


 

Lo miré, llevaba una camisa con las mangas arrolladas hasta los codos, unos vaqueros negros y su cabello, aún mojado, estaba al aire libre para que se secase.


 

Pareciera uno de esos modelos de revistas.


 

—¿Q-quién? —pregunté ajena a la conversación.


 

Me miró por una milésima de segundo.


 

—Tu ex.


 

Parpadeé volviendo a la realidad. Era cierto, no había sabido nada de Apolo en días, tampoco había hablado con mamá, tampoco sabía qué hacer. No sé qué hacer ni qué sentir, estoy súper confundida... Y Thomas no ayuda mucho que digamos. Estoy aterrada de lo que pueda llegar a sentir por Thomas, no lo conozco bien, sin embargo tengo la extraña sensación de cómo si nos conociéramos por años. Como si fuéramos algo más. Thomas me hace sentir... Bien. Segura. Viva.


 

—Apolo y yo no hemos hablado, no he hablado ni con mamá. —respondí mirando por la ventanilla.


 

—Cualquier cosa me dices, ¿no? Lo que necesites. —dijo. Lo miré—. Ahora estoy aquí para protegerte. Nada te va a pasar mientras yo viva.


 

Wow.


 

¿Acaso dijo eso? Porque no me lo puedo creer, ósea a veces me trata distante, otras me anima a no dejarme a de las demás y ahora me dice estas cosas que hacen que mi corazón se comprima.


 

—¿Porqué me dices eso? —cuestioné en un susurro.


 

Detuvo el auto y me miró.


 

—Porque, Anne Stevens, eres mía.


 

Mi pecho se comprimió, los ojos de Thomas no se apartaban de los míos, pude ver tanta sinceridad en sus ojos que me sorprendió, pero a la vez no quería creerle, a mi cerebro se le había metido la loca idea de que él solo me quería para otra cosa, y también tiene que ver Clark y Elleon, pero en este momento solo quiero pensar cosas buenas de él. Quiero hacerlo porque también quiero creerle.


 

¿Esto es amor?


 

Porque con Thomas me siento genial, como dije, siento que lo conozco de años y me gusta ese sentimiento. Siento que ya no puedo, ni quiero estar separada de él nunca más.


 

—Thomas, —murmuré.


 

—No digas nada. —arrancó— Sé que estas enamorada de Apolo, así es esto, a veces se gana y a veces se pierde. —dijo, y pensé que se estaba dando por vencido—. Pero no sé perder, así que, pequeña Anne, te advierto que lucharé.


 

Noté que estábamos entrando a mi colonia, la casa estaba cerca.


 

También quería decirle que ya no tenía porqué luchar con Apolo.


 

Minutos después se estacionó frente a mi casa, desabroché mi cinturón, noté que Thomas se bajó primero, rodeó el auto y abrió mi puerta. Lo miré extraña, mientras bajaba. Quedé frente a él.


 

Abrí la boca para decir algo pero de ella no salía nada, y me odié por eso.


 

—Thomas, solo quería decirte algo —susurré—. No tienes porqué luchar.


 

No sé si me entendió o no, le quise dar a entender que mi amor ya lo tenía. Hasta ahora que me doy cuenta. Sin embargo no lo dejé responder, me apresuré a caminar hacia mi casa y meterme. Tenía una sonrisa  de boba en la cara, sonrisa que se desvaneció al ver a las cuatro personas que estaban de pie frente a mi. En la sala de mi casa.


 

Apolo. El papá de Apolo. Mi mamá. Y mi papá.


 

—Anne —susurró mamá, caminando hacia mí y abrazándome. Me tomó por sorpresa. Al separarse me miró, sonriendo de lado, sin embargo no me pasó por desapercibida su mirada, era una mirada de culpabilidad.


 

—Hasta que llegas, Anne. —me dijo mi padre.


 

—Cállate. —le espetó ella—. Ven, siéntate aquí con nosotros. Tenemos mucho de qué hablar. —me encaminó hacia el sofá, nos sentamos. Apolo y los demás se sentaron frente a nosotros. Apolo estaba como ido, se le miraba enojado. Y el padre estaba como aburrido, insistente.


 

—Supongo que sí. —respondí.


 

—No sé qué hago aquí, no tengo nada que ver —espetó mi padre de brazos cruzados.


 

Mi madre le dio una mirada fulminante.


 

—Hija, quizás te guardamos un secreto muy delicado, pero no pensé que tú significaras algo en la vida de Apolo, ¿entiendes? Simplemente no lo pensamos, no lo creímos. Pero como ahora sé que fue tu novio pues, se me vio necesario decirte. —empezó a decir ella. Ni siquiera lo decía con delicadeza, Apolo es su hijo y ni si siquiera lo vuelve a ver.




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