Escapándome del lobo

38

Después de desayunar decidimos cambiarnos, iríamos al bosque, en busca de ese misterioso lago. Decidí ponerme un pantalón azulon que se adhería a mi cuerpo, unas botas de algodón que llegaban casi a mis rodillas, una camisa de tirantes, luego otra camisa mangas largas y por último mi chaqueta. Peiné mi cabello, dejándolo suelto, para después ponerme mi gorro de lana. Es decir, me miro al espejo y parezco una niña.


 

Ni modo.


 

Salí al pasillo, ya que Thomas se había ido a cambiar a su cuarto y me detuve frente a su puerta ¿debería tocar? Quizás se está dando una ducha, o quizás se esta vistiendo justo ahora, o quizás no esta y yo estoy aquí de tonta. Tantas dudas me rondan en la cabeza, es decir, es Thomas, por Dios, no me tiene que dar vergüenza. Ya no es lo mismo que con Apolo.


 

Elevé mi mano y toque dos veces. Pasaron unos segundo hasta que abrió. Mi mirada pasó de su cabello mojado hasta su abdomen plano y desnudo, para detenerse en el inicio de la toalla que rodeaba la cintura.


 

Jo-der


 

Permítanme pensar esto: esta buenísimo.


 

Tragué grueso en el momento en que elevé mi vista a sus ojos rápidamente para evitar que mi mirada llegara más abajo. Thomas tenía una sonrisa cínica y satisfecha en su rostros.


 

—Y-yo... hmm... iba a... —me trabé. Genial. Concéntrate, Anne. Cerré los ojos y respiré profundo—. Thomas, quería ver si estabas listo pero veo que no así que te espero abajo —dije rápidamente para después girarme para irme, pero su mano tomó mi brazo, haciendo que lo mirara.


 

—Espera, pequeña, te puedes quedar —respondió—. Ya casi estoy listo.


 

Arrugue mi cara, escaneándolo. Era una proposición un tanto... tentadora.


 

—Estás en toalla —me limité a decir.


 

Se encogió de hombros restándole importancia.


 

—Ven, solo me cambiaré en el baño, si quieres —sonrió con suficiencia. Es un tarado, le encanta verme en situaciones que hacen que mi cara se torne de rosa. Agh. Si que sabe como hacerme sentir incomoda. Pero no, señor Thomas, no te daré el gusto.


 

—Bien —me zafé de su agarre y lo aparté de mi camino, entrando a su habitación. La habitación de Thomas era grande, tenía una enorme ventana que daba al bosque, era puro vidrio o lo que sea. Su cama era casi del tamaño que la mía, aunque creo que un poco más grande. Tenía una mesita de noche, frente a la cama había un enorme televisor.


 

—Me vestiré —me anúncio Thomas detrás de mi, quería girar pero no me atreví.


 

—Bien —fue lo que dije para después dirigirme cerca de la ventana, haciéndome la que observaba cada árbol. Ni siquiera pasaron ni dos minutos cuando él hablo:


 

—Ya puedes voltear.


 

Eso hice, pero fue un error. El condenado solamente llevaba unos bóxers ¡unos putos bóxers! Perdón por la mala palabra. Me cubrí la cara de inmediato.


 

—¡Thomas! ¡Estás en bóxer! —chille.


 

Escuché que se rió. Encima le divierto.


 

—Vamos, pequeña Anne, menos mal si no tuviera nada encima —respondió—Quita las manos.


 

No lo hice.


 

—No, gracias —negué.


 

—¿Sabes cuantas chicas matarían por tenerme aquí, justo ahora, en este estado? Y tú no lo aprovechas, pequeña. —dijo arrogante. Rodé los ojos.


 

—Lástima, no soy una de esas chicas —espete. Lo sentí caminar hacia mi, luego sus manos apartaron las mías con cuidado. Miré su rostros, tan impecable, como si fuera hecho con demasiado amor. Su nariz puntiaguda, sus labios no tan gruesos ni tan delgados, sus ojos azules. Sus cejas. Sus párpados. Todo de Thomas me gusta. Es que es tan guapo. Su cabello mojado está para atrás, cayéndole unos cuantos mechones en la frente.


 

—¿Terminaste de comerme con la mirada? —se burló.


 

Salí de mi trance.


 

—Pff ya quisieras —reí nerviosa.


 

Su mano acarició mi mejilla, enviando una corriente eléctrica por todo mi cuerpo. Olvide que estaba en bóxers a pocos centímetros de mi. Él se acercó para susurrarme algo al oído.


 

—¿Quieres que te bese? —su aliento chocó en mi piel, empecé a sentir un cosquilleo en esa zona que hizo que mis piernas se debilitaran.


 

Lo quería, si.


 

—Si —respondí en un susurro. Thomas dejó un beso mojado en esa zona, para después pasar por mi barbilla hasta llegar a mis labios. Pero ahí se detuvo.


 

Lo miré, sus ojos tenían una chispa de diversión y lujuria.


 

—Si te beso, pequeña Anne, no podré parar —susurró.


 

¿Y quien te esta diciendo que pares, joder?


 

—No me importa —renegué entre dientes—. Cállate y bésame.


 

Sonrió satisfecho. Se inclinó hacia mi, rozando sus labios con los míos, me está torturando lo sé. Quería acortar la distancia pero no quería parecer una urgida. Mis ojos estaban cerrados, esperando por el beso. Sentí la punta de su lengua rozar mi labio inferior. Una oleada de calor me invadió todo mi cuerpo ¡bésame! ¡Solo bésame!


 

—Thomas —murmuré para que se diera prisa.


 

Y entonces pasó: me besó. Sus labios hicieron contacto con los míos, me sentí completa en ese momento, como si hubiera llegado a mi lugar. Mi boca tembló un poco pero la estabilicé, la mano de Thomas pasó a mi cintura, atrayéndome más a él. En cuanto nos pegamos así, sentí eso en mi abdomen. Lleve mis manos alrededor de su cuello, atrayéndolo más a mi. El beso al principio fue lento, excitante, suave; pero después se fue intensificando mas hasta convertirse en un beso urgido y salvaje.


 

Mis labios hacían sincronía con los suyos. Thomas chupó mi labio inferior y se me escapó un gemido. La mano de Thomas bajó a mis glúteos, apretándome una nalga. Me estremecí.




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