Escapándome del lobo

43

—Sigo creyendo que es mala idea —le dije mientras íbamos a medio camino, por el bosque tan oscuro, ademas eran pasados las diez. Intente bajar más el vestido rosa pegado al cuerpo que me había prestado Carolina.


 

—Anne, ahora ya estáis aquí así que no te puedes echar para atrás —me dijo—. Solo espero que el auto de mamá no nos traicione —murmuro, acariciando el volante. Habíamos venido en el auto de la madre.


 

—Y yo espero que nada malo pase.


 

—Hay, Anne, te hace falta salir —resoplo.


 

—¿Que tal si alguien nos ve? —quise saber, ya que ella me había dicho de que Hannah vivía sola y que le gustaba hacer reuniones pequeñas invitando a chicas del colegio. Y quizás esas chicas sean conocidas.


 

—No nos verán, estará oscuro y así —respondió—. Ahora, si hoy no hizo nada de esas "reuniones" ya sabemos lo que diremos: una chica nos había dicho que hoy habría una por eso fuimos. Y ahí pues hacemos algo provocativo para que nos deje entrar.


 

—¿Porqué tengo que ser yo la que se quede con ella? Bien podrías quedarte tu —ataque haciendo puchero, ya que me había dicho que yo la tenía que entretener mientras ella usaba el baño de mentiras, pero lo que haría sería buscar en las habitaciones para ver si una era de Augusto.


 

—Está bien, Anne, yo me quedo con ella y tu buscas ¿está bien? Pero promete que buscarás hasta en el más mínimo rincón.


 

Saqué el aire que tenía contenido.


 

—Lo prometo.


 

El resto del camino la pasamos hablando sobre lo que haríamos, es decir, repitiendo más bien, hasta que el auto se detuvo frente a una casa de dos pisos, no tenía vecinos cercas, sino como a los metros, lo suficiente como para que nadie se queje si hacen una fiesta desenfrenada. La casa tenía poca iluminación, por la ventana se alcanzaba a ver una luz neón en color violeta, también no se escuchaba música así que estaba segura de que hoy no haría nada de reuniones.


 

—¿Lista? —cuestionó mirándome.


 

No.


 

—Eso creo —respondí, abriendo mi puerta y bajándome. Lo primero que hice fue ver a los alrededores en busca de alguien conocido, la calle estaba desierta. Mi vestido me llegaba casi a las nalgas y el escote mostraba mucho. Los tacones me estorbaban y los ojos estaban llorosos debido al lápiz delineador. No estaba acostumbrada a estas cosas. Rodee el auto y me puse a la par de Carolina.


 

—Ya lo sabes, actúa natural.


 

Carolina llevaba un vestido un poco más corto que el mío en color blanco, no tenía tirantes, dejando ver mucho de sus pechos, sus tacones eran igual de altos que los míos, ella también iba bastante maquillada. Que de algo sirva el maquillaje y que no nos reconozca nadie.


 

Empezamos a caminar hacia las escaleras de la entrada, subiéndolas a pasos nerviosos. Al llegar a la enorme puerta roja nos miramos entre sí, Carolina tocó el timbre de inmediato. Respiré profundo para calmar el nerviosismo, decidí actuar normal y no ponerme nerviosa. Hasta que me calme.


 

Nadie abrió, Carolina volvió a tocar pero nada.


 

—¿Será que no están? —quiso saber. Me encogí de hombros, toco una ultima vez y nada—. Ven, vamos por detrás —Con estos tacones casi no podía correr bien, la casa solo tenía esa luz de neón en la sala, pero a parte de eso no había ni una luz más. Llegamos a un espécie de ventana en donde se podía observar la sala —. Parece que no hay nadie.


 

—Venimos otro día entonces —sugerí.


 

—No, Anne, es nuestra oportunidad —abrió la ventana, y es que parece que estaba solo de empujar.


 

—Carolina, no, nos podemos meter en problemas —intente convencerla pero esta ya había metido un pie en la sala—. ¿Que tal si se quedó dormida y por eso no abre?


 

—Relajate, Anne, de seguro se fue a un bar por ahí —me dijo, ahora se había metido. —Ven, te ayudo.


 

Resople.


 

—Anne, entre más dilates mas tarde se nos hace.


 

Gruñí, acercandome a la ventana, pasando un pie y luego el otro hasta que estábamos en la sala.


 

—Mas vale que sea rápido —dije. La sala tenía dos sofás, una pequeña mesita y un televisor más o menos grande. Nos dirigimos rápidamente a las escaleras, subiéndolas con mucho cuidado, al llegar al segundo piso abrimos la primera puerta. Estaba vacía, pero al parecer era la habitación de Hannah porque estaba pintada en rosa. Cerramos la puerta con cuidado, la segunda puerta que abrimos era el baño, así que no perdimos tiempo allí.


 

—Hay personas que meten a la carcel a gente que entraron sin permiso a sus casas —murmuré.


 

—Tranquila, Anne, solo nos hacen falta dos puertas —intento calmarme, abriendo la otra puerta. Y esta estaba en color azul. Típico de un adolescente. Pasamos, encendiendo la luz en el proceso. Pero la apague rápidamente.


 

—Mejor usemos las linternas —opine, sacando mi celular y alumbrando con el. Definitivamente era el cuarto de Augusto. Habían fotos de él, tenía figuras de acción, libros de cómics, un estante de libros. Y ni siquiera era feo. Estoy segura de que si no hubiera conocido ni a Thomas ni  a Apolo, Augusto sería perfecto para mi. Pero ahora el ya no está. Y nunca volverá.


 

—No pareciera tener nada de nosotras —murmuró Carolina—. Quizás un diario o algo así. —abrió cajones, pero nada, excepto uno quien parecía tener llave. —Alúmbrame aquí, Anne.


 

Me acerqué a ella, quien se quitó una traba del cabello y la desdobló, hizo una especie de maniobra con la traba y la cerradura hasta que al final abrió.


 

La miré boquiabierta.


 

—¿Como hiciste eso?


 

—Mi papá me enseñó —abrió el cajon—. No sabes cuando tienes que abrir unas casas sin que se den cuenta.




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