Cuando era adolescente, Alex amaba las rutinas. Le daban orden a su vida, sabía perfectamente lo que debía hacer, cuándo y cómo.
Tenía una rutina a seguir cada día, un horario para desayunar, para ir a clases, a la hora que debía volver a casa, cada cosa estaba acomodada en su lugar.
Pero, veinte años después, la rutina en que se había convertido su vida era tan aburrida que lo tenía hastiado.
Su trabajo como oficinista era aburrido, el tránsito cada día era aburrido, volver a casa y estar dos horas sentado frente al televisor después de cenar era aburrido.
Pensó que esto cambiaría una vez que se casó con Clara, su novia de la universidad.
No fue así.
Clara le dio a su vida algo de color y risas, tal vez también le dio amor. Sin embargo luego de seis años de matrimonio, Alex estaba aburrido de ella también. Clara era una buena mujer, una buena esposa diría su madre, pero no tenía visión del futuro. Daba clases en una escuela infantil, tenía al igual que Alex una rutina que seguía cada día, habían programado tener un hijo el año entrante, nada de sorpresas, nada nuevo.
Alex se sentía culpable, había amado a su esposa en algún momento, por eso le había propuesto matrimonio después de todo, pero ya no lo sentía. No sabía la razón, no con exactitud, pero culpaba a las malditas rutinas tan arraigadas que seguían. Incluso cuando salían los fines de semana a pasear en auto por la carretera, eran los mismos recorridos, no se alejaban demasiado para no tener que pagar un motel en el camino, y no se quedaban en ninguna cafetería del camino tampoco.
¿Para qué? Solo quiero sentir la carretera pasar debajo de nosotros… Pero no te alejes mucho. Así es nuestra rutina.
Era la respuesta de Clara, siempre lo mismo, varían las palabras pero eran los mismos significados. “Así es nuestra rutina”. ¿No podían cambiarla? ¿Por qué no podían avanzar más? Dormir en un motel, hacer el amor de manera espontánea sin planearlo días antes, perderse el domingo y regresar el lunes en la madrugada, agotados pero felices porque hicieron algo diferente.
Algo diferente. Alex lo necesitaba, con desesperación. Estaba volviéndose loco, se reflejaba en su humor cada noche que regresaba a casa. Le molestaba ver las fotos perfectamente colgadas en los muros, los muebles con las mismas motas de polvo que la semana anterior, el mismo mantel que cada vez que Clara lo lavaba lo volvía a poner “porque estaba acostumbrada a su color”. El olor de la cena, siempre era carne y verduras, la cama hecha, los almohadones acomodados en la cabecera, las mismas sábanas, cortinas, alfombras. Estaba harto, odiaba ver exactamente lo mismo cada día, desde hacía un par de meses había comenzado a odiar su vida.
Respiró hondo, sintiendo un malestar en su pecho. Cerró los ojos y se recostó en la puerta del baño, el lugar era un caos a comparación del resto de la casa: la cañería del lavabo perdía, la cortina estaba sucia y enredada en una esquina, el espejo inclinado, había una mezcla de los diferentes perfumes que le gustaba probar a Clara, y de los propios que Alex usaba. Pronto se relajó, ese caos le había dado paz en unos segundos. Era tan diferente y anormal a lo que veía cada segundo, que era casi hilarante que podría darle tranquilidad. Pero lo hacía.
Se duchó, dejando al agua fría despejar su mente como cada noche. Cuando regresó a la habitación, sabía que Clara estaría en la cama con un libro en la mano, dispuesto a leerlo en voz alta aunque a Alex no le interesaba de lo que trataba.
Su esposa le sonrió, con la espalda recostada en la cabecera de la cama, en una cómoda y usual posición. Le enseñó la portada del libro, sonriéndole feliz.
—Hoy terminaremos el capítulo cinco —comentó la mujer, regresando la vista al libro.
—Genial —respondió Alex en un tono monótono, se quitó la toalla de la cintura y la dejó caer al suelo. Sabía que esto molestaba a Clara y no tardó en hablarle.
—Sabes dónde colgamos las toallas, cariño —le habló aún con la mirada en las hojas de su aburrido libro.
—Lo sé —respondió, pero no la levantó. En cambio, se subió el bóxer por las piernas y se dirigió a la cama, sentándose.
Se sentía extraño esa noche. Apenas había podido comer, el episodio del baño le dejó una sensación de agonía en el pecho que todavía no podía eliminar o al menos ignorarla. Suspiró y miró a su esposa, que ya había comenzado a leer en voz baja el dichoso capítulo. Tragó saliva y se acercó, dejándole un beso en su sonrosada mejilla, siempre las tenía así en invierno. Recibió una sonrisa a cambio, pero nada más.
Volvió a acercarse, esta vez bajando los besos hasta el cuello blanco y fino de la mujer, con cuidado porque sabía que no le gustaban las marcas. Un suspiro tembloroso interrumpió la lectura, y Alex sonrió, tal vez…
—Amor, no hemos programado nada para hoy… ¿Quieres hacerlo el sábado en la noche? Cuando regresemos de nuestro paseo.
—Quiero hacerlo ahora, ¿tú no? —se alejó para mirarla, frunciendo el ceño.
—No lo hemos hablado.
—Lo estamos hablando ahora, Clara. Somos adultos, estamos casados, ¿por qué simplemente no podemos tener sexo y ya?
—No lo digas de esa forma —frunció sus delgadas y perfectas cejas, mirándolo con desaprobación.