El crepitar del fuego llenaba el aire mientras Diaval, Ryuho, Hiroshi, y Natter se acomodaban alrededor del pequeño campamento que habían montado en el bosque, a una distancia segura del pueblo. El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban con intensidad, pero Diaval no dejaba de mirar hacia las sombras entre los árboles, su mente aún atrapada en lo que había visto.
Ryuho sacaba algunas de las provisiones que había comprado, y Hiroshi ya estaba medio dormido, acurrucado cerca del fuego. Natter, como siempre, observaba con calma, pero sus ojos se fijaron en Diaval cuando lo vio más callado de lo usual.
—¿Qué pasa contigo? —preguntó Natter, levantando una ceja—. Desde que salimos del pueblo estás actuando raro.
Diaval no respondió de inmediato. Pasó una mano por su cabello oscuro y finalmente se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—Vi algo extraño en el pueblo —dijo en voz baja, lo suficiente para captar la atención de Ryuho, que dejó de comer por un momento, y de Natter, que ahora lo miraba más intensamente.
—¿Qué viste? —preguntó Ryuho con curiosidad, aunque su tono era más relajado.
—Un grupo de personas —comenzó Diaval, su voz apenas un susurro—. Estaban cubiertas de pies a cabeza con ropas blancas, túnicas grandes. Parecían estar cargando cajas enormes, demasiado grandes para lo que una persona normal podría llevar con facilidad. Y lo más raro de todo fue cómo se movían... —Hizo una pausa, recordando—. Eran demasiado coordinados, como si supieran exactamente lo que estaban haciendo, pero todo en silencio. No hicieron ni un ruido.
Natter entrecerró los ojos, analizando la información.
—¿Dónde los viste? —preguntó.
—En una esquina, alejados del centro del pueblo —continuó Diaval—. Casi en las sombras, como si quisieran pasar desapercibidos. Pero no parecían simples comerciantes. Había algo... raro en ellos.
Ryuho lo miró con escepticismo, tomando un trozo de pan de la bolsa.
—¿Y por qué no los seguiste? —preguntó—. No es como si alguna vez hubieras dejado pasar una oportunidad para meterte en problemas.
Diaval lo miró con una mezcla de frustración y fastidio.
—Iba a hacerlo, pero tú me llamaste. Pensé que era más importante volver con ustedes.
Hiroshi, medio dormido, murmuró algo incoherente, pero no estaba lo suficientemente despierto para participar en la conversación.
Natter cruzó los brazos y observó el fuego por unos segundos antes de hablar.
—¿Crees que transportaban algo peligroso? —preguntó con seriedad—. Algo que no debería estar en el pueblo.
Diaval se encogió de hombros, pero sus ojos se llenaron de intriga.
—No lo sé, pero no me pareció algo normal. Y el hecho de que se movieran con tanta prisa y sin hacer ruido... es como si no quisieran que nadie los viera.
Ryuho suspiró, dejando a un lado el pan.
—Lo más probable es que fueran comerciantes o mercaderes nocturnos. Ya sabes cómo son algunos pueblos, hacen sus transacciones cuando nadie más está mirando. Pero... —Lo miró fijamente—. Si de verdad crees que hay algo raro en ellos, entonces tal vez deberíamos volver y ver qué pasa. Aunque no estoy muy seguro de que sea buena idea meternos en eso sin saber más.
Natter asintió lentamente, aunque no apartó la vista del fuego.
—Podemos investigar. Pero sin llamar la atención —dijo en su tono siempre calmado—. No quiero que terminemos en un problema mayor por pura curiosidad.
Diaval sonrió de medio lado.
—Eso me suena bien. Podemos volver mañana, justo antes de que anochezca. Quiero saber qué estaban transportando.
Ryuho, aunque un poco reticente, terminó por asentir.
—Está bien. Pero, si las cosas se ponen feas, nos retiramos. No quiero arriesgarnos demasiado por algo que ni siquiera entendemos.
Con eso acordado, el grupo se sumió en el silencio una vez más, pero en la mente de Diaval, la intriga seguía creciendo. Algo en esas figuras encapuchadas lo inquietaba profundamente, y estaba decidido a descubrir qué ocultaban esas misteriosas cajas.
En otro rincón del pueblo, la luna iluminaba tenuemente los tejados de las casas. Entre las sombras, una figura pequeña y ágil se movía con precisión, manteniéndose fuera de la vista. Dánae, una niña de cabello corto y naranja que parecía brillar incluso en la oscuridad, se encontraba sentada en el borde de un tejado, con las piernas colgando. Desde esa posición elevada, observaba cuidadosamente un camión aparcado en una calle oscura, donde las figuras encapuchadas cargaban las enormes cajas que Diaval había notado antes.
Sus ojos, afilados y llenos de curiosidad, seguían cada movimiento con atención. Sabía que lo que estaban transportando no era algo común. Lo había estado vigilando durante días y, después de ver cómo las cajas desaparecían entre las sombras, no tenía ninguna duda: era el momento perfecto para ejecutar su plan.
Dánae sacó un pequeño radio de su bolsillo, asegurándose de que nadie la veía antes de encenderlo. El dispositivo emitió un leve chisporroteo antes de conectarse.
—Aquí Dánae —dijo en voz baja, manteniendo la mirada fija en el camión mientras las últimas cajas eran subidas—. El cargamento ya está dentro. Están listos para salir del pueblo mañana por la tarde.
Hubo una pausa en el otro extremo del radio, seguida por una respuesta distorsionada por la estática.
—¿Todo como esperábamos?
Dánae asintió para sí misma, sin apartar la vista.
—Sí. Todo según lo previsto. No hay guardias adicionales y están actuando de noche para evitar miradas curiosas. Mañana ejecutamos el plan de atraco. —Hizo una pausa y esbozó una sonrisa confiada—. Será rápido, limpio y perfecto.
El radio volvió a crepitar con una confirmación rápida.
—Entendido. Prepárate para mañana.
Dánae guardó el radio con agilidad y se levantó, estirando los brazos hacia el cielo mientras daba una última mirada al camión. Sabía que era una oportunidad única, y no la iba a desaprovechar.