Escape de la bóveda

Investigación

El viento susurraba entre las ramas de la inmensa casa del árbol, haciendo que las hojas se agitaran suavemente. En el interior, Gemma caminaba de un lado a otro, inquieta. Su mirada se desviaba constantemente hacia la ventana, esperando ver las figuras familiares de Diaval, Ryuho, Hiroshi y Natter. Sabía que el viaje al pueblo no debía tomar más de un día, y ya habían pasado casi dos.

Sus pensamientos giraban en torno a todas las posibilidades. Los niños siempre volvían a tiempo, y aunque eran capaces de cuidarse solos, algo en su interior le decía que algo andaba mal.

—¿Dónde estarán...? —murmuró para sí misma, mordiéndose el labio mientras se asomaba una vez más por la ventana.

El crepitar del fuego en la cocina apenas la calmaba. Había adoptado a esos pequeños espíritus con tanto amor que no podía evitar preocuparse. Sabía que Diaval a veces se metía en problemas, que Ryuho intentaba mantener a todos en línea, que Hiroshi podía perderse en su propio cansancio, y que Natter era el más cauteloso. Pero ninguno de ellos sería capaz de calmar la inquietud que sentía ahora.

Se acercó a la mesa y apoyó las manos en la superficie de madera, respirando hondo para calmarse. Necesitaba tener paciencia, pero cada segundo que pasaba sin noticias de ellos aumentaba su preocupación.

—Por favor, estén bien... —susurró al aire, esperando que el viento llevara sus palabras hacia ellos.

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En otro lugar, a medida que la noche comenzaba a caer, los cuatro espíritus avanzaban por el sendero de vuelta al pueblo. Esta vez, no estaban allí para robar ni para hacer compras. Había algo más profundo que los empujaba a regresar: la necesidad de respuestas.

Diaval caminaba al frente, con una expresión de determinación en su rostro.

—Tenemos que averiguar qué es lo que está pasando —dijo, sin siquiera mirar atrás—. Esas cajas, esas figuras encapuchadas... no me voy a quedar con la duda.

Ryuho, siempre más cauteloso, suspiró mientras caminaba al lado de él.

—Ya lo sé, pero no podemos arriesgarnos demasiado. Si es peligroso, lo dejamos y nos vamos, ¿entendido?

Diaval rodó los ojos, pero no discutió. Sabía que Ryuho siempre tenía la última palabra cuando se trataba de su seguridad.

—Vale, vale. Pero no me digas que no te intriga un poco. Esto no es algo normal.

Natter, que caminaba en silencio detrás de ellos, asintió con la cabeza.

—Estoy de acuerdo. Es mejor investigar. Si hay algo peligroso en ese pueblo, más vale saberlo antes de que nos afecte a nosotros o a Gemma.

Hiroshi, que parecía estar más despierto esta vez, caminaba con las manos en los bolsillos.

—Solo espero que no tengamos que correr —murmuró con tono cansado—. No tengo energía para eso.

Diaval sonrió, aunque su mirada seguía fija en el camino que los llevaba de vuelta al pueblo. Sabía que estaban jugando con fuego, pero su curiosidad era demasiado fuerte para ignorarla. Las figuras encapuchadas que había visto no eran simples comerciantes, de eso estaba seguro. Y no pensaba marcharse sin averiguar qué escondían.

Cuando llegaron a las afueras del pueblo, el grupo se detuvo. El aire nocturno estaba frío, y las luces de las casas apenas iluminaban las calles vacías.

—Volvemos a transformarnos —dijo Natter—. Pasaremos desapercibidos como antes. Hagamos esto rápido y sin atraer atención.

Con un leve brillo en sus ojos, todos adoptaron nuevamente sus formas de niños pequeños, cada uno ajustando su ropa para parecer más inocente. Se mezclaron fácilmente con la tranquilidad del pueblo nocturno, moviéndose entre las sombras.

Mientras avanzaban, el silencio del lugar comenzaba a inquietarlos más. El pueblo estaba demasiado tranquilo, como si algo extraño estuviera por ocurrir.

Diaval miró a Ryuho, susurrando:

—Si lo que vi fue real, vamos a descubrirlo esta noche. Y espero que estemos preparados para lo que encontremos.

El grupo de niños avanzaba sigilosamente por las calles oscuras del pueblo, cuidando cada paso para no ser detectados. Diaval iba al frente, guiando a los demás hacia el lugar donde había visto las figuras encapuchadas la noche anterior. El aire estaba tenso, y el sonido de sus pisadas se mezclaba con el murmullo distante de algunas tabernas cerrando.

—Debe ser por aquí —susurró Diaval, señalando una calle lateral que apenas estaba iluminada por la luz de un farol parpadeante.

Cuando doblaron la esquina, los ojos de todos se fijaron en lo que había delante. Tal como Diaval había dicho, un grupo de figuras extrañamente vestidas estaba trabajando en silencio junto a un camión. Sus túnicas eran largas, blancas, y cubrían por completo sus cuerpos, dejando solo un pequeño espacio para los ojos. Movían cajas pesadas, colocándolas en el camión de forma meticulosa, con una coordinación que no parecía natural.

—Lo sabía... —susurró Diaval, su voz llena de una mezcla de emoción y preocupación—. ¿Lo ven? No es normal.

Natter observaba con cautela, sus ojos analizándolo todo.

—No parecen simples comerciantes. Están demasiado organizados. ¿Qué será lo que llevan en esas cajas? —preguntó en voz baja, casi para sí mismo.

Hiroshi, que a pesar de su habitual indiferencia ahora parecía alerta, frunció el ceño.

—Es raro... y no me gusta. ¿Por qué están vestidos así? Es como si quisieran ocultar más que sus caras.

Ryuho, siempre el más prudente, puso una mano en el hombro de Diaval, quien ya parecía listo para acercarse más.

—Cálmate —le advirtió—. No sabemos qué están haciendo ni qué tipo de gente es. Si los descubrimos, podríamos meternos en un gran problema.

Diaval apretó los dientes, sin apartar la vista de las figuras encapuchadas.

—Lo sé... pero no podemos quedarnos aquí sin hacer nada. Algo extraño está pasando, y no puedo evitar pensar que esas cajas tienen algo que ver.

Desde su posición oculta, los niños observaron cómo las figuras terminaban de cargar las últimas cajas. Los encapuchados trabajaban en silencio absoluto, como si estuvieran siguiendo una coreografía ensayada. Ni una palabra se intercambiaba entre ellos.




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