Escape de la bóveda

Atracó

El rugido del motor del camión y el traqueteo de las ruedas sobre el camino de tierra eran los únicos sonidos que llenaban el aire dentro del vehículo. Los niños se mantenían en silencio, tratando de no hacer ruido mientras se aferraban a las paredes del camión para no caer con los movimientos bruscos. El espacio estaba lleno de cajas apiladas, lo que dificultaba moverse libremente, pero también les ofrecía cierto refugio entre las sombras.

-¿A dónde crees que nos llevan? -preguntó Hiroshi, rompiendo el silencio con un bostezo mientras se acomodaba en una esquina, sin parecer demasiado preocupado.

Ryuho, sentado junto a él, frunció el ceño. Era evidente que estaba analizando cada posible escenario.

-No lo sé, pero no puede ser muy lejos si están transportando tantas cajas. Quizá sea algún lugar fuera del pueblo, más alejado -respondió en voz baja, con la mirada fija en la rendija de la puerta trasera, donde podía ver cómo el paisaje pasaba rápidamente.

Diaval, por su parte, no podía quedarse quieto. Estaba inquieto desde que habían subido al camión, y esa inquietud solo crecía con cada kilómetro que recorrían.

-No me gusta esto -murmuró, removiéndose entre las cajas-. Necesitamos saber qué hay en estas cajas. No podemos simplemente dejarnos llevar sin más.

Natter, que había permanecido en silencio, observando a su alrededor con cautela, asintió.

-Deberíamos echar un vistazo -sugirió-. Si descubrimos qué están transportando, tal vez podamos entender mejor qué planean hacer.

Diaval no necesitó más motivación. Rápidamente, comenzó a moverse entre las cajas, buscando una que pudiera abrir sin hacer demasiado ruido. Con su característico entusiasmo, encontró una en la que las tablas de madera parecían algo sueltas. Natter se acercó a ayudarlo, usando su magia para aflojar las tablas sin causar ningún estruendo.

-¿Qué crees que sea? -preguntó Diaval, ansioso por descubrir lo que ocultaban.

-No lo sé, pero si tienen tanto cuidado de que no se vea, debe ser algo importante -respondió Natter, concentrado en su tarea.

Finalmente, tras algunos minutos de esfuerzo, lograron abrir una de las cajas. Al principio, el contenido no era claro. Estaba cubierto por una lona gruesa que Diaval rápidamente apartó. Lo que vieron debajo hizo que ambos retrocedieran instintivamente.

-Son... ¿armas? -murmuró Diaval, con los ojos muy abiertos.

Natter asintió, sorprendido también.

Dentro de la caja había rifles, pistolas y varios tipos de municiones, todas perfectamente organizadas y envueltas como si fueran un cargamento comercial. Había también algunas granadas, y en el fondo, más cajas más pequeñas que probablemente contenían explosivos.

-No me lo puedo creer... -dijo Diaval, pasándose una mano por el cabello-. Esto es mucho peor de lo que pensábamos. No son solo comerciantes... están contrabandeando armas.

-Esto no es un simple envío -agregó Natter, con una mirada seria-. Están preparando algo grande.

Ryuho y Hiroshi se acercaron rápidamente al escuchar el tono de preocupación en sus voces. Al ver lo que había en la caja, Ryuho cerró los ojos un segundo, tratando de procesar la gravedad de la situación.

-No estamos ante simples ladrones -dijo Ryuho, su voz baja y controlada-. Esto parece una operación peligrosa... Si este cargamento llega a manos equivocadas, podrían causar mucho daño.

Hiroshi, aunque usualmente era el más despreocupado, parecía más alerta ahora.

-Debemos salir de aquí antes de que descubran que estamos en su camión -dijo-. No podemos enfrentarnos a algo así solos.

Diaval, sin embargo, no estaba dispuesto a dejarlo pasar.

-No podemos simplemente escapar -protestó-. Si están contrabandeando armas, puede que estén planeando algo peor. No sabemos a dónde van ni qué harán con esto, pero no podemos permitir que esas armas lleguen a su destino.

Ryuho asintió lentamente, aunque su expresión era de preocupación.

-Tienes razón... pero no podemos actuar sin un plan. Debemos encontrar la manera de salir de aquí y avisarle a alguien antes de que sea demasiado tarde.

Mientras el camión continuaba su camino, los niños intercambiaron miradas, conscientes de la magnitud de lo que acababan de descubrir. El cargamento de armas no era solo un problema para el pueblo, sino para todo lo que los rodeaba. Sabían que, de alguna manera, tendrían que detener ese transporte, pero el tiempo jugaba en su contra.

Diaval apretó los puños, sintiendo cómo la adrenalina corría por sus venas.

-Tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos quietos -dijo, decidido.

Natter, siempre calculador, asintió.

-Pero primero, salgamos vivos de aquí.-

A varios kilómetros del pueblo, el paisaje comenzó a cambiar. Las colinas verdes y los caminos de tierra fueron sustituidos por un terreno más árido y desolado. El sol golpeaba fuerte desde lo alto, proyectando largas sombras que se extendían por el terreno rocoso. Allí, en lo alto de una colina, una figura solitaria se movía con precisión calculada.

Dánae, la niña de cabello corto y anaranjado, se acomodaba detrás de una roca, ajustando su posición con cuidado. A pesar de su juventud, sus movimientos eran los de alguien que sabía exactamente lo que estaba haciendo. Frente a ella, sobre un trípode perfectamente colocado, descansaba un francotirador de largo alcance. El cañón del arma estaba alineado con precisión hacia el camino que serpenteaba a través del desierto.

Los binoculares colgaban de su cuello, y tras echar un último vistazo hacia el horizonte, se los colocó sobre los ojos, escaneando el camino. El camión que había estado siguiendo se acercaba, levantando polvo a su paso. Lo había observado en las sombras del pueblo, y ahora, tras horas de espera, su objetivo estaba al alcance.

-Allí estás... -murmuró Dánae para sí misma, mientras sus ojos afilados seguían cada movimiento del camión.

Sus dedos delgados se posaron con destreza sobre el gatillo, y el suave clic del seguro al quitarse resonó entre las rocas. Desde esa distancia, sabía que solo tenía una oportunidad. La mira de su rifle estaba perfectamente ajustada, y no había margen para errores. Suspiró, calmando su respiración, y luego activó el pequeño radio que llevaba consigo.




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