Los niños corrían por el desierto, sus pasos apresurados levantaban polvo a su alrededor mientras trataban de alejarse lo más posible del camión. El sol comenzaba a caer en el horizonte, tiñendo el cielo de un anaranjado intenso, pero la calma del paisaje contrastaba con la tensión en sus corazones. Ryuho estaba herido, y la gravedad de la situación les pesaba a todos.
—¡Tenemos que detenernos! —exclamó Natter, jadeando mientras intentaba mantener el ritmo de los demás.
Diaval, quien llevaba a Ryuho sobre sus hombros, asintió sin dejar de correr.
—No podemos seguir así. Ryuho necesita atención —dijo Hiroshi, quien corría justo detrás de ellos, mirando a su hermano con preocupación.
Finalmente, encontraron un pequeño afloramiento rocoso que les ofrecía un mínimo refugio. Diaval, agotado, bajó con cuidado a Ryuho y lo recostó contra una roca. El hermano herido aún estaba consciente, pero su respiración era pesada y el dolor era evidente en su rostro.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Natter mientras se arrodillaba a su lado, inspeccionando sus heridas.
—Me duele... pero puedo soportarlo —respondió Ryuho con la voz entrecortada. Sus ojos estaban entrecerrados, claramente debilitado.
Diaval tomó una profunda bocanada de aire, limpiándose el sudor de la frente. Aún no podía creer lo que había sucedido en el camión. El ataque había sido rápido y brutal, y la niña... Esa niña no era lo que parecía.
—Esa chica... —dijo finalmente Diaval, rompiendo el silencio incómodo que los envolvía—. No era una niña normal. Cuando se transformó en ese coyote... nos tomó por sorpresa.
Hiroshi asintió, aún con la respiración acelerada por el esfuerzo. Se sentó en una roca cercana, mirando hacia el horizonte, como si esperara ver aparecer alguna señal de peligro.
—Era un espíritu —afirmó, recordando cómo Dánae había cambiado de forma con tanta facilidad—. No nos lo esperábamos. Pensamos que solo era una niña más, pero nos superó en todo.
Natter se mordió el labio, pensando en lo que eso significaba.
—Si es un espíritu... eso significa que no estamos solos en esto —dijo con gravedad—. Hay otros, como nosotros. Y no sabemos quiénes son o qué quieren. No podemos bajar la guardia.
Diaval se levantó, caminando de un lado a otro, claramente inquieto.
—Nos ha superado esta vez, pero eso no significa que no podamos enfrentarnos a ella. Si hay más como ella, tenemos que estar preparados. No podemos seguir siendo tomados por sorpresa de esta manera.
Ryuho, aunque débil, hizo un esfuerzo por hablar.
—Nos descuidamos... No la vimos venir —dijo entre jadeos—. Pero no podemos rendirnos. Tenemos que regresar con Gemma... Ella sabrá qué hacer.
Los niños intercambiaron miradas. Sabían que volver con Gemma sería su mejor opción, pero también sabían que no podían enfrentarse a un espíritu como Dánae sin un plan.
—Primero lo primero —intervino Hiroshi—, tenemos que curar a Ryuho. No podemos hacer nada si él sigue en este estado.
Diaval asintió, sabiendo que tenían que actuar rápido, pero también conscientes de que su situación era más peligrosa de lo que habían anticipado.
—Nos recuperamos, volvemos con Gemma y descubrimos quién es realmente esa chica —dijo Diaval con determinación—. No vamos a dejar que nos tomen por sorpresa de nuevo.
El viento del desierto comenzó a soplar con fuerza, como si la naturaleza misma estuviera advirtiendo del peligro que aún los acechaba. Pero en ese momento, los niños sabían que, aunque habían escapado, la verdadera batalla apenas estaba comenzando.
De repente, un estruendo rompió el aire, seguido por un violento impacto que sacudió el suelo bajo sus pies.
—¿Qué...? —comenzó a decir Natter, pero su voz fue interrumpida cuando un arpón de metal atravesó la roca junto a ellos con una velocidad asombrosa, provocando una lluvia de escombros y polvo.
El arpón quedó incrustado en la roca, vibrando por la fuerza del impacto. Era enorme, con una cadena gruesa y oxidada que se extendía hacia algún lugar en la distancia. Por un instante, todo el grupo quedó congelado, mirando con incredulidad el objeto que acababa de perforar su único refugio.
—¡¿Qué demonios fue eso?! —gritó Hiroshi, dando un paso atrás, sus ojos llenos de sorpresa y miedo.
Diaval, el primero en reaccionar, se levantó de un salto y corrió hacia Ryuho, cubriéndolo con su cuerpo mientras miraba a su alrededor en busca del origen del ataque.
—¡Tenemos que movernos! ¡Ahora! —exclamó Diaval, su voz cargada de urgencia.
Natter, con los ojos aún fijos en el arpón, intentó recuperar el aliento. Sabía que ese ataque no era un error. Los estaban cazando.
—¡Nos encontraron! —dijo Natter, su tono lleno de pánico.
Diaval asintió, ya consciente de la gravedad de la situación.
—No hay tiempo para pensar —añadió mientras trataba de levantar a Ryuho, que se quejaba por el dolor—. Tenemos que salir de aquí antes de que disparen de nuevo.
A lo lejos, se escuchó el sonido metálico de la cadena tirándose lentamente hacia atrás, como si estuvieran preparándose para lanzar otro ataque. Los niños intercambiaron miradas de terror.
—¡Viene otro! —gritó Hiroshi, señalando hacia donde la cadena se tensaba de nuevo.
Sin más advertencias, el grupo comenzó a moverse. Diaval cargó a Ryuho, mientras Hiroshi y Natter corrían adelante, buscando desesperadamente una salida. El viento y el polvo les dificultaban la visión, pero no podían permitirse detenerse.
El sonido del metal deslizándose por la cadena retumbaba detrás de ellos, seguido de otro impacto violento mientras un segundo arpón se estrellaba contra el suelo, justo donde habían estado segundos antes. El estruendo hizo que sus corazones latieran aún más rápido, sabiendo que un solo error podría ser fatal.
—¡Corre! —gritó Natter, volteando brevemente para ver cómo el nuevo arpón sacaba tierra y piedras al ser retirado de nuevo.