En la oscuridad de la jaula, los niños decidieron que lo mejor sería descansar, aunque sus mentes seguían inquietas por todo lo que habían visto y oído. Lentamente, uno por uno, comenzaron a transformarse en sus formas animales, buscando comodidad y seguridad en sus verdaderos cuerpos.
Diaval se convirtió en un cuervo de plumas negras, su mirada aguda aún vigilante incluso mientras intentaba relajarse. Hiroshi, con un destello de luz, tomó la forma de lagarto celeste, su cuerpo brillante camino ala esquina de la jaula en busca de un lugar donde sentirse a salvo. Ryuho, aún adolorido, se transformó en una serpiente morada que se enroscó en un rincón, su cuerpo escamoso resplandeciendo con un tenue brillo bajo la luz parpadeante. Sin embargo, Natter, en lugar de buscar un rincón, se convirtió en una piraña y quedó sobre una pequeña cubeta de agua que usaban para mantenerse fresco. A pesar de estar fuera de su elemento, Natter mantuvo su feroz mirada, nadando en círculos dentro de la pequeña cubeta.
El silencio envolvía la sala hasta que, de repente, un suave crujido rompió la quietud. Algo se movía en la penumbra, y, antes de que pudieran darse cuenta, el hurón albino, Kira, estaba dentro de su jaula, observándolos con una sonrisa maliciosa.
—¡Ah, qué tranquilos se ven! —dijo Kira con su característica voz burlona, moviéndose ágilmente entre ellos—. No es tan difícil salir de esa cosa, ya saben.
Los niños, sorprendidos, lo miraron desconcertados. Hiroshi, aún en su forma de lagarto celeste, dejó de trepar por la pared y lo observó con incredulidad. Diaval graznó en señal de alarma y Ryuho, aún adolorido, levantó la cabeza desde su rincón.
—¿Cómo... cómo saliste de tu jaula? —preguntó Diaval en voz baja, claramente alarmado.
Kira simplemente se encogió de hombros, moviendo su esponjosa cola.
—Digamos que tengo mis trucos —respondió con un guiño—. No soy de los que se quedan encerrados mucho tiempo. Pero no se preocupen, no vine a causar problemas... todavía.
Ryuho siseó desde su rincón, su lengua bifurcada asomándose.
—¿Qué quieres? —preguntó, su desconfianza evidente.
Kira los observó a todos con ojos astutos, como si estuviera evaluando sus opciones. Luego, sonrió de nuevo.
—Quiero ayudarlos. Ustedes tienen problemas, yo tengo problemas. Si nos unimos, podríamos salir de esto... vivos.
Natter, desde su cubeta, lo miró con sus ojos brillantes y feroces, pero no dijo nada. Aunque estaba atrapado en su pequeño espacio, su presencia aún emanaba peligro.
—¿Ayudarnos? —repitió Diaval, todavía sin bajar la guardia.
Kira asintió, saltando ágilmente de un lado a otro.
—Sí, exactamente. Verán, estos tipos que nos tienen aquí no son personas con las que quieran enfrentarse solos. Necesitan a alguien que conozca los caminos, que sepa cómo moverse en las sombras. Y yo, mis queridos amigos, soy ese alguien.
Hiroshi, que hasta ahora había permanecido en silencio, dejó escapar un bufido.
—¿Y por qué deberíamos confiar en ti? —preguntó desde su posición elevada en la pared—. No parece que seas el tipo de hurón que hace las cosas sin un motivo oculto.
Kira rió entre dientes, moviendo sus bigotes.
—Ah, muchacho, estás en lo correcto. Siempre tengo motivos. Pero esta vez, mi motivo es simple: quiero salir de aquí tanto como ustedes. Así que, ¿qué dicen? —dijo mientras los miraba a todos—. ¿Nos ayudamos mutuamente?
Los niños se miraron entre sí, dudosos. Sabían que Kira era astuto y no confiaban plenamente en él, pero también sabían que, en su situación actual, cualquier ayuda podría marcar la diferencia.
Mientras los niños intentaban procesar la propuesta de Kira, una voz suave y con un matiz cansado se escuchó desde el rincón de la jaula donde Lua estaba dormida. La hurona de pelaje oscuro despertó y se estiró antes de hablar, su voz clara y serena contrastando con la tensión del momento.
—Kira no es exactamente alguien en quien deban confiar —dijo Lua, su mirada fija en el albino con una mezcla de desdén y preocupación—. En acción, siempre le salen las cosas mal. Es un desastre en el campo de batalla, aunque a veces, de alguna manera, las cosas le salen bien.
Kira, sorprendido por la repentina intervención, giró su cabeza hacia Lua con una expresión de desdén.
—Vaya, gracias por la cálida bienvenida, Lua. No necesito tus críticas en este momento —respondió con un tono agrio, pero sin perder su sonrisa burlona—. La situación es lo suficientemente difícil sin que agregues tus comentarios.
Lua se encogió de hombros, sin mostrar mucho interés en la reacción de Kira.
—Solo quiero que sepan con quién están tratando —añadió, volviendo a acomodarse en su rincón.
En ese momento, Kira sacó de la nada una pecera pequeña con agua cristalina, una habilidad que parecía tener para materializar objetos de forma mágica. La pecera aterrizó en el suelo de la jaula con un suave sonido de agua.
—Ah, sí, se me olvidaba. Necesito un lugar para que Natter esté cómodo —dijo Kira mientras miraba a Natter, quien estaba nadando inquieto en su pequeña cubeta—. Esta pecera debería servir. No es la más lujosa, pero al menos tiene agua fresca.
Natter, sorprendido por la repentina aparición de la pecera, paró de nadar y miró a Kira con una mezcla de confusión y desconfianza. La piraña, con sus escamas relucientes bajo la luz débil, se movió hacia la nueva pecera con cautela.
—¿Qué estás planeando, Kira? —preguntó Natter con un tono serio, mientras se acercaba a la pecera.
Kira hizo un gesto con la cabeza hacia la pecera, señalando a Natter que entrara.
—Solo asegúrate de que te sientas cómodo. No quiero que te quejes más —dijo Kira, tratando de sonar amistoso a pesar de su tono habitual.
Los niños miraban la escena con escepticismo, sus expresiones reflejando una mezcla de confusión y curiosidad. La situación seguía siendo tensa, pero la peculiaridad de Kira y su habilidad para aparecer cosas de la nada mantenía a todos en vilo.