Escape de la bóveda

Cacería

Los niños corrían a toda velocidad por los pasillos oscuros de la bóveda, sus pequeñas formas animales convertidas de nuevo en niños, moviéndose con agilidad entre las sombras. Ryuho, aún adolorido por las heridas, iba al frente, murmurando enojado entre dientes.

—No puedo creer que el gran escape de Kira sea justo hasta la maldita puerta de la bóveda —gruñó Ryuho, con su usual tono sarcástico—. ¿No pudo haber planeado algo mejor? ¡Cómo demonios vamos a salir sin el código de afuera!

Hiroshi, corriendo a su lado, trataba de mantenerse tranquilo, pero la situación no ayudaba. Natter, por su parte, no podía dejar de observar las paredes como si en cualquier momento algo fuera a saltar de ellas, mientras Diaval volaba en círculos, vigilante desde arriba.

—Ya, Ryuho, deja de quejarte —dijo Hiroshi, intentando calmarlo—. Kira debe tener algo bajo la manga... espero.

Justo cuando llegaron a la imponente puerta metálica de la bóveda, una gran losa que requería un código desde el exterior, el silencio se hizo pesado. Los niños intercambiaron miradas preocupadas mientras Ryuho bufaba, listo para soltar otro comentario mordaz.

De repente, el sonido de mecanismos activándose resonó en el aire. Las cerraduras comenzaron a moverse con un chirrido metálico, y la enorme puerta empezó a abrirse lentamente. Los niños retrocedieron, preparados para lo peor.

Y ahí estaba él, de pie en el umbral con una sonrisa arrogante, iluminado por la luz del exterior: Kira. Su figura menuda y su cabello rubio ondeaban ligeramente con el viento. Cruzado de brazos, con una mirada de autosuficiencia, los observaba con aire de superioridad.

—¿Qué tal, chicos? —dijo Kira con una voz burlona—. Sé que me extrañaron.

Ryuho casi se atragantó con su propio enojo. Antes de que pudiera siquiera formular una réplica, Kira levantó una mano con fingida modestia.

—No hace falta que me lo digan —continuó, dándose una pequeña palmada en el pecho—. Sé que soy increíble. Pueden agradecerme ahora.

—¿¡Gracias!? —replicó Ryuho, furioso—. ¡¿Por abrir una maldita puerta que ni siquiera era parte del gran escape?!

Hiroshi soltó una risa nerviosa, mientras Diaval aterrizaba justo al lado de Kira con una mirada de desaprobación. Natter simplemente observaba con su habitual silencio, mientras todos trataban de procesar la situación.

Kira, disfrutando cada segundo del momento, dio un paso adelante con las manos detrás de la espalda, observando a sus compañeros como si les estuviera haciendo un gran favor.

—Bueno, bueno, no es necesario hacerme tantas reverencias —dijo Kira con una sonrisa de satisfacción—. Solo cumplí con mi deber. Ahora, ¿nos vamos o prefieren quedarse a discutir?

Ryuho solo pudo soltar un gruñido, pero a regañadientes, siguió a Kira hacia el exterior. Aunque no lo admitiría, estaban agradecidos de haber salido de la bóveda. Ahora, el verdadero desafío comenzaba.

Apenas habían dado un par de pasos hacia el exterior cuando un zumbido cortó el aire, tan rápido que apenas fue perceptible. Kira, en su pose arrogante, se detuvo en seco cuando sintió un ardor repentino en su mejilla.

—¡Aah! —gritó, llevándose la mano al rostro. Un delgado hilo de sangre se deslizaba por su piel, fruto de la bala que acababa de rozarlo.

—¡Me… me han cortado la cara! —gimió con horror, mirando la sangre en sus dedos como si hubiera perdido una extremidad—. ¡Mi rostro perfecto!

Antes de que pudiera comenzar su típica escena dramática, Lua apareció a su lado, con el ceño fruncido y sin paciencia para sus quejas. Sin decir una palabra, lo agarró del brazo con firmeza.

—¡Corre, Kira! —le ordenó, sin darle tiempo a más protestas.

Kira, aún en shock por el corte, trató de resistirse solo un segundo, pero Lua lo jaló con fuerza. Lo arrastraba mientras el resto del grupo también echaba a correr, los pasos resonando en el suelo con rapidez. Las balas continuaban sonando a sus espaldas, cada disparo retumbando en el eco del desierto.

Ryuho, Diaval, Hiroshi y Natter ya estaban corriendo a toda velocidad, esquivando como podían entre las rocas y manteniéndose bajos, sabiendo que cualquier bala podría atraparlos si se movían demasiado lento. El sonido del disparo aún resonaba en sus oídos, y la sensación de peligro los mantenía alerta.

—¡Vamos, Kira! —gritó Diaval, girando la cabeza para ver a su compañero siendo arrastrado por Lua—. ¡Deja de quejarte y muévete, o la próxima bala no será un simple rasguño!

Kira, aún con una mano en la mejilla, no pudo evitar fruncir el ceño mientras corría junto a los demás.

—¡Esto es inaceptable! —se quejaba, entre jadeos—. ¡Primero mi cabello, ahora mi cara! ¿Qué sigue? ¿Mi dignidad?

—¡La perderás si no te mueves! —gruñó Lua, apretando los dientes mientras lo empujaba a seguir adelante.

El grupo seguía corriendo, cada uno con la adrenalina bombeando por sus cuerpos. Sabían que no podían permitirse detenerse; Danae estaba en algún lugar tras ellos, y las balas seguían volando. Cada segundo que pasaban corriendo era otro segundo que tenían para ganar distancia y poner algo de terreno entre ellos y su perseguidora.

El aire caliente del desierto quemaba sus pulmones mientras continuaban corriendo, pero no podían darse el lujo de parar. Tenían que encontrar una manera de escapar de una vez por todas, antes de que la próxima bala los atrapara por completo.

Danae salió de la bóveda con paso firme, cargando una nueva arma que parecía más pesada y letal que cualquiera de las que había utilizado antes. El cañón largo y plateado brillaba bajo el sol, y el sonido metálico que hacía al ajustarla resonó en el aire, causando escalofríos en todos.

Kira, que todavía se estaba quejando del corte en su mejilla, giró la cabeza y vio el arma que Danae llevaba ahora. Sus ojos se abrieron como platos, y su cara pasó del dramatismo al horror en un segundo.

—¡No, no, no! —gritó, señalando el arma con un dedo tembloroso—. ¡Eso es un absoluto desastre! ¿Dónde tiene el gusto esa loca? ¡Esa arma ni siquiera combina con su atuendo!




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