Escape de la bóveda

Tres perspectivas

Danae abrió lentamente los ojos, sintiendo un dolor punzante en todo su cuerpo. Apenas podía mover los brazos sin que una sensación de quemazón recorriera sus extremidades. El lugar donde estaba resultaba desconocido para ella: un almacén apenas iluminado, con cajas apiladas y estanterías polvorientas. Las paredes eran frías y había un aire húmedo que hacía que sus heridas dolieran aún más.

Al intentar incorporarse, notó que sus heridas y quemaduras estaban vendadas con lo que parecían tiras de ropa improvisadas. Sentía un alivio leve al notar que alguien se había encargado de atenderla, aunque la incomodidad seguía presente en cada movimiento. Se apoyó contra una de las cajas, respirando con dificultad mientras miraba a su alrededor.

A unos metros de ella, vio a Ryuho y Hiroshi profundamente dormidos en el suelo, sus cuerpos temblando un poco por el frío del almacén. Parecían haberse acomodado lo mejor posible en ese espacio, a pesar de las circunstancias, descansando tras la agotadora huida y las tensiones vividas.

Danae giró su cabeza y notó a Lua despierta, de pie en un rincón del almacén. Estaba guardando lo que parecían ser provisiones en una mochila: trozos de comida, algunas vendas y pequeñas herramientas que había encontrado por el lugar. Sus movimientos eran rápidos y precisos, y aunque parecía concentrada en su tarea, también mantenía un ojo alerta en Danae, como si estuviera esperando a que despertara.

Lua la miró por un segundo, sus ojos oscuros centelleando con una mezcla de curiosidad y cautela. Luego volvió a sus asuntos, pero no sin antes dirigirse a Danae en voz baja, casi susurrando:

—Te despertaste... Parece que aguantaste bien después de todo.—

Danae no respondió de inmediato. Aún estaba procesando lo que había pasado, las explosiones, la persecución, y cómo había terminado allí. Recordaba haber sido alcanzada por la explosión, luego todo se había vuelto confuso. Ahora estaba allí, siendo cuidada por los mismos a los que había estado cazando.

Intentó decir algo, pero su voz salió débil, casi inaudible. Apenas pudo susurrar:

—¿Por qué me salvaron?—

Lua guardó una última cosa en la mochila y se detuvo, mirando a Danae con seriedad. Luego, en voz baja, respondió:

—Tal vez, porque no somos como tú.—

Danae comenzó a moverse lentamente, sus manos tanteando el suelo del almacén, como si estuviera buscando algo entre las sombras y las cajas apiladas. A pesar del dolor que recorría su cuerpo, la necesidad de encontrar lo que buscaba era mayor. Su respiración se hacía más pesada mientras rebuscaba entre los vendajes, sus ojos escaneando el área con ansiedad creciente.

Lua, quien había estado observándola en silencio, frunció el ceño al notar los movimientos de Danae. Sin decir una palabra, se enderezó y sacó un arma de entre sus ropas, la misma que le había quitado a Danae tras la explosión. Apuntó hacia ella sin dudar, con la mirada fija y firme.

—¿Buscas esto? —preguntó Lua con frialdad, su voz resonando en el almacén casi vacío. El arma brillaba levemente bajo la poca luz que entraba por las rendijas de las cajas.

Danae detuvo sus movimientos al instante, su mirada se dirigió hacia el arma en manos de Lua. La tensión en el aire se palpaba, una mezcla de frustración, miedo y resentimiento. Danae tragó saliva, todavía sin responder, pero su mirada lo decía todo. Claro que estaba buscando el arma. Sabía que sin ella, su poder y su control sobre la situación eran limitados. Era lo único que le daba una ventaja sobre ellos.

Lua se mantuvo impasible, pero su mirada era dura. No bajó el arma ni un centímetro, manteniéndola firme en su mano.

—No vamos a dejar que vuelvas a cazarnos —añadió Lua, sus ojos brillando con determinación—. Si intentas algo, te aseguro que no dudaré en usar esto.—

Danae entrecerró los ojos, la furia ardiendo en su interior. Se incorporó un poco, a pesar del dolor que sentía en su cuerpo, y fijó su mirada en Lua con una expresión desafiante.

—No te atreverías —escupió con desprecio, su voz fría y calculadora—. No tienes las agallas para dispararme.—

Lua no reaccionó de inmediato, manteniendo el arma firmemente sujeta en su mano. Por un momento, el silencio llenó el almacén, tenso y pesado. Luego, un leve suspiro escapó de sus labios, y, sin apartar la mirada de Danae, guardó el arma en su cinturón.

—No me provoques —dijo Lua con una calma calculada—. No soy como tú.—

Danae frunció el ceño, notando el control que Lua mantenía sobre la situación. Era claro que no se dejaría intimidar. Entonces, Lua continuó, con la misma tranquilidad, pero sus palabras eran afiladas como cuchillas.

—Yo no soy un arma asesina como tú, Danae. No sigo órdenes ciegamente, ni cazo a otros solo porque me lo digan. Tú te has convertido en eso… un arma, sin más propósito que cumplir con lo que te manden.—

Las palabras de Lua golpearon fuerte, y aunque Danae no lo mostró, algo en su interior pareció retorcerse. Las palabras de Hiroshi, sobre familia y esperanza, resonaron de nuevo en su mente, mezclándose con la verdad hiriente que acababa de decir Lua.

Danae apretó los dientes, su mirada seguía siendo desafiante, pero en el fondo, una pequeña chispa de duda se encendía. Lua, por su parte, se quedó en silencio, observándola, como si ya no esperara una respuesta, solo quería dejar claro lo que pensaba.

de un largo silencio, Danae bajó la mirada, observando las vendas improvisadas que cubrían sus heridas. Las quemaduras y cortes habían sido atendidos de manera básica, pero efectiva. El dolor seguía allí, pero era soportable. Respiró hondo, dejando que el orgullo se disipara un poco, y por primera vez en mucho tiempo, murmuró con sinceridad:

—Gracias.—

Lua, que seguía organizando algunas cosas en el almacén apenas iluminado, levantó la vista, sorprendida por el tono inusual de Danae. Sin embargo, su expresión no cambió. Guardó en silencio una pequeña caja y luego, con un gesto tranquilo, señaló a los dos niños dormidos, Ryuho y Hiroshi, acurrucados en una esquina.




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