Danae avanzaba con determinación, cargando a Natter y Ryuho sobre sus hombros. Ambos estaban inconscientes y heridos, y aunque pesaban más de lo que cualquiera hubiera imaginado, ella los sostenía con la misma frialdad y fuerza que la caracterizaba. A su lado, Lua y Hiroshi la seguían de cerca, sus pasos apresurados resonando en el estrecho túnel. Los escombros de la explosión y las alarmas lejanas llenaban el ambiente de tensión.
—¿Cómo vamos a salir de aquí? —preguntó Lua, su voz llena de preocupación mientras miraba de reojo a Danae, tratando de descifrar sus intenciones.
Danae no dejó de avanzar ni giró la cabeza. Su mirada seguía fija en el camino, calculando cada movimiento.
—Tengo una ruta —respondió con frialdad—. Es la que uso cuando salgo en misiones de robo.
Hiroshi arqueó una ceja, intrigado. No podía imaginar a Danae haciendo algo tan mundano como robar. Todo en ella gritaba disciplina y obediencia, pero las palabras "misiones de robo" lo desconcertaron.
—¿Robo? —repitió, incrédulo—. ¿Qué es lo que robas exactamente?
Danae dejó escapar un leve suspiro, como si la pregunta fuera irrelevante o demasiado obvia para su gusto, pero respondió de todos modos, sin detenerse.
—Armamento, generalmente —dijo con indiferencia—. Armas que están en tránsito hacia Egipto. A veces cargamento tecnológico, piezas avanzadas que las familias reales egipcias usan para sus propios fines.
Lua y Hiroshi intercambiaron miradas. La mención de Egipto y familias reales añadió un peso inesperado a la situación. No era un simple contrabando o saqueo menor, sino una operación organizada y meticulosa. Robar armamento y tecnología para Egipto... las implicaciones eran mayores de lo que imaginaban.
—¿Egipto? —repitió Hiroshi, incrédulo—. ¿Tienes conexiones con ellos?
Danae giró ligeramente la cabeza, su mirada fija y seria.
—No es algo que ustedes necesiten saber —respondió con desdén—. Solo es un trabajo, y uno que he hecho muchas veces. Si me siguen, saldremos de aquí antes de que los refuerzos lleguen.
El grupo quedó en silencio por un momento, procesando la información. A pesar de la urgencia de la situación, las revelaciones sobre Danae seguían generando más preguntas que respuestas. Sin embargo, Lua y Hiroshi sabían que no había tiempo para indagar más.
—¿Y estás segura de que esa ruta no está vigilada? —preguntó Lua, con un tono de duda.
Danae esbozó una sonrisa apenas perceptible, casi burlona.
—Es mi ruta. Nadie sabe de ella. Excepto yo.
Con esa respuesta, el grupo siguió adelante, confiando en que, aunque Danae no siempre era la más confiable en cuanto a emociones, en lo que respectaba a las misiones, no cometía errores.
—¿Familias egipcias? —preguntó, su voz entre la duda y la sorpresa—. Pensé que la realeza en Egipto ya no existía. Es decir, oficialmente.
Danae soltó una ligera risa, pero no de humor, sino más bien de incredulidad ante la ingenuidad de la pregunta.
—No, eso es lo que creen muchos —respondió Danae, sin apartar la vista del camino—. Pero siguen reinando. De manera más discreta, claro, pero no han desaparecido. La verdad es que son más poderosos de lo que podrías imaginar.
Lua frunció el ceño, su mente intentando captar el alcance de lo que Danae estaba diciendo.
—¿Poderosos? —intervino Hiroshi, con una mezcla de interés y precaución—. ¿Qué tan poderosos estamos hablando? ¿Tienen ejércitos? Porque si ya tienes armas de última tecnología, no necesitas mucho más.
Danae negó con la cabeza, casi divertida por la simplicidad de la pregunta.
—No, las armas no son para ellos —aclaró—. Ellos no las necesitan. Tienen su propio poder, y créeme, está muy por encima de lo que cualquiera de nosotros podría manejar.
Hiroshi intercambió una mirada con Lua, ambos sintiendo que algo importante estaba a punto de revelarse.
—¿Qué significa eso? —preguntó Hiroshi, su voz baja pero tensa. Sabía que había mucho más en la historia de lo que Danae estaba dispuesta a decir abiertamente.
Danae se detuvo por un momento y giró ligeramente hacia ellos, su rostro serio y enigmático.
—Ellos gobiernan porque son los representantes de los dioses de esa nación. El faraón Sebak es su líder. Y no es solo un título simbólico —explicó con calma—. Tiene un poder real, tangible, un vínculo directo con las deidades egipcias. Sebak y los suyos no son simples humanos. Son descendientes de los mismos dioses.
Hiroshi y Lua se quedaron en silencio, procesando lo que acababan de escuchar. La idea de que las antiguas divinidades de Egipto aún tuvieran representantes en el mundo moderno era tan increíble como aterradora.
—Así que, básicamente, ¿son dioses caminando entre nosotros? —preguntó Lua, todavía incrédula.
Danae asintió, aunque sin emoción. Para ella, aquello era simplemente un hecho.
—Exactamente. Y su poder... —Danae hizo una pausa, mirando hacia el camino que les esperaba—. No tiene nada que ver con el nuestro. Es algo que está más allá de lo que cualquier arma o habilidad humana podría enfrentar.
Hiroshi se cruzó de brazos, frunciendo el ceño.
—Entonces, ¿por qué robarles armas si ellos no las necesitan?
Danae sonrió, pero sin alegría.
—Porque esas armas no son para ellos. Son para aquellos traficantes, delincuentes por parte de la competencia—
El grupo continuó en silencio por un rato, asimilando la información. Lo que hasta ahora había sido una simple fuga se estaba volviendo mucho más complejo.
Hiroshi caminaba con la mente agitada, intentando procesar lo que Danae acababa de contarles. Sabía de la existencia de espíritus naturales, como ellos mismos, vinculados a la tierra, al aire y a las fuerzas naturales. Pero dioses… eso era algo que nunca había creído posible. Todo esto parecía fuera de lugar, incluso para alguien que había crecido en un mundo tan fuera de lo normal como el suyo.
—¿Dioses caminando entre nosotros? —murmuró, más para sí mismo que para los demás—. Puedo aceptar la idea de los espíritus, porque nosotros mismos somos una prueba de ello. Pero dioses... Es difícil de creer.