Escape de la bóveda

Manos a la obra

Ryuho estaba sentado en el suelo de la celda, mirando fijamente el zapato quemado de Diaval. El dolor en su pecho era abrumador, un peso que parecía aplastarlo. La pérdida de su hermano Diaval lo carcomía por dentro. No podía aceptarlo, pero la prueba estaba ahí: el zapato de Diaval, la bufanda quemada de Kira... Ambos habían perecido, o eso creían.

Hiroshi y Natter se acercaron a Ryuho, sus rostros también llenos de tristeza. Sin decir una palabra, se sentaron a su lado, rodeándolo con sus brazos. El silencio entre ellos era pesado, lleno de una tristeza compartida que ninguno podía poner en palabras. Ryuho no dijo nada, pero la presión del abrazo conjunto era lo único que lo mantenía aferrado a la realidad en ese momento.

Natter, el más pequeño, no pudo contener las lágrimas y escondió su rostro en el hombro de Ryuho, sollozando en silencio. Hiroshi, normalmente calmado y sereno, tenía los ojos llenos de lágrimas no derramadas mientras trataba de mantener la compostura, pero el dolor era evidente en su expresión.

—Diaval... —murmuró Ryuho en voz baja, su cuerpo temblando de rabia y tristeza contenida—. No debiste habernos dejado...

Al otro lado de la celda, Lua estaba de pie, alejándose un poco del grupo, intentando mantener su propio dolor bajo control. Sabía que tenía que ser fuerte para los demás, pero el nudo en su garganta le dificultaba siquiera respirar. Sostenía la bufanda de Kira con una mano temblorosa, apretándola contra su pecho. No podía dejar de pensar en todas las veces que lo había visto arreglar esa bufanda con tanto cuidado, como si fuera parte de él. Ahora, ese pedazo de tela quemada era lo único que quedaba de Kira.

Cerró los ojos con fuerza, tratando de no llorar. No podía permitirse ese lujo ahora. Tenía que mantenerse firme, aunque por dentro su corazón se partiera en mil pedazos. Pero la imagen de Kira, siempre con esa sonrisa despreocupada, la perseguía. Apretó más fuerte la bufanda, como si eso la acercara a él, aunque solo aumentara el dolor.

—Maldito seas, Kira... —susurró para sí misma, incapaz de contener un sollozo que se escapó de su garganta—. No podías sobrevivir... no esta vez.

El ambiente en la celda estaba cargado de tristeza y desesperanza. Todos los niños sentían la pérdida como si una parte de ellos se hubiera ido con Diaval y Kira. Y mientras el dolor los envolvía, el eco de lo que habían perdido resonaba en el aire, silencioso pero insoportable.

Dánae se mantenía en silencio, observando desde la esquina de la celda mientras los niños lloraban la pérdida de Diaval y Kira. La culpa se le acumulaba en el pecho, pero no tenía el valor para decir algo. Sentía que, en parte, todo lo que había ocurrido era su culpa. Las palabras de Ryuho, los gritos, el dolor de los demás, todo se había mezclado en su mente. ¿Cómo podía siquiera disculparse cuando sabía que fue ella quien los llevó a ese punto?

Finalmente, se acercó con pasos vacilantes, su mirada fija en el suelo, mientras se paraba frente al grupo. Su voz, normalmente firme, salió en un susurro cargado de remordimiento.

—Yo... —comenzó, pero tuvo que detenerse, tragándose las emociones—. Lo siento.

Ryuho la miró de reojo, su cuerpo todavía tenso por el dolor y la ira, pero no dijo nada. Los demás también levantaron la vista hacia ella, escuchando en silencio. Dánae respiró hondo antes de continuar.

—Fue mi culpa... —admitió, su voz temblando ligeramente—. Estaba tan enfocada en cazarlos, tan dispuesta a cumplir con las órdenes de Julián, que no me di cuenta de lo que estaba haciendo. Cuando los encontré en las tuberías... disparé sin pensarlo. Mi objetivo era Diaval, pero... —se detuvo un momento, con la mirada perdida en el suelo—. La bala golpeó una de las tuberías de gas. Eso fue lo que causó la explosión. Si no fuera por ellos, ahora estaría muerta.

Las palabras resonaron en el aire, y el silencio que siguió fue pesado. Nadie la interrumpió, pero la tensión en la celda era palpable. Dánae levantó la cabeza, mirando a los demás a los ojos, sabiendo que no podía borrar el daño que había causado.

—Lamento lo de Kira y Diaval... —murmuró, bajando la mirada una vez más—. Por mi culpa, ahora ustedes están aquí y ellos... ya no están.

Lua la miró con una mezcla de dolor y rabia contenida, aún sosteniendo la bufanda de Kira. Natter apretó los puños, luchando por contener su frustración, mientras Ryuho cerraba los ojos con fuerza, tratando de procesar las palabras de Dánae. Hiroshi no dijo nada, pero el dolor en su mirada era claro.

Dánae, sintiendo el peso de la culpa como una carga imposible de soportar, solo pudo murmurar en un tono apenas audible:

—Lo siento...—

Ryuho se levantó con una furia contenida que comenzó a emanar de su cuerpo como un aura oscura. Sus ojos se dilataron, transformándose en los ojos fríos y despiadados de una serpiente. Sus colmillos se alargaron, afilados como navajas, mientras su lengua se deslizaba entre ellos, siseando con rabia. No podía soportarlo más, la pérdida, el dolor, la traición.

—¡Por tus malditos caprichos de cachorro! —espetó, su voz goteando veneno—. Estamos atrapados aquí. ¡Perdí a mi hermano por tu culpa!

Dánae dio un paso atrás, pero el espacio reducido de la celda no le ofrecía ninguna salida. Ryuho avanzó, con los ojos fijos en ella como un depredador acechando a su presa. Su mirada estaba llena de una mezcla de dolor y rabia descontrolada.

—Diaval... —prosiguió, su voz temblando, casi quebrándose—. Estábamos tan cerca de casa. Solo queríamos volver, estar seguros. Pero... —hizo una pausa, respirando con dificultad—. Nos quedamos en ese maldito camión por Diaval. Y ahora, tú, ¡tú nos lo arrebataste!

Cada palabra era un latigazo, golpeando a Dánae con una intensidad que la hacía encogerse más y más. Ryuho se inclinó hacia ella, sus colmillos expuestos, su furia palpable.

—¡No tenías ningún derecho! —rugió, apretando los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos—. Por tus malditas órdenes, por querer demostrarle algo a ese malnacido de Julián, ¡mataste a Diaval! ¡Y ahora no sé qué vamos a hacer!




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