En la oscura y austera oficina, la única luz provenía de una lámpara de escritorio que Julián acababa de encender con un brusco movimiento. La tenue iluminación apenas alcanzaba a revelar los papeles desordenados, los mapas estratégicos clavados en las paredes, y las fotografías de misiones pasadas. Julián, con el ceño fruncido y una expresión de furia contenida, maldecía en voz baja mientras pasaba una mano por su cabello, claramente agitado.
La situación se estaba escapando de su control, algo que él no podía permitir. Los prisioneros habían escapado, y el apagón repentino había sido la gota que colmó el vaso. Se levantó de su silla con un gruñido frustrado y caminó de un lado a otro, su mente trabajando rápidamente para encontrar una solución. Las cosas no debían haber llegado a este punto. ¿Cómo fue que una simple misión de captura se había vuelto un desastre?
—¡Maldita sea! —masculló entre dientes, golpeando con su puño el escritorio de madera, que tembló ligeramente bajo la fuerza de su golpe.
El sonido del golpe resonó en la habitación, pero no trajo alivio. Julián sentía que todo se desmoronaba. El escape de los prisioneros, la traición latente de Dánae, y ahora el apagón que afectaba la seguridad de la base… Todo estaba yendo mal. Las órdenes no se estaban cumpliendo como deberían, y eso lo enfurecía. Para él, la obediencia era la clave de todo, y Dánae, su arma más leal, estaba empezando a fallarle.
Volvió a su silla y se dejó caer en ella con un suspiro de exasperación, apoyando la frente en sus manos mientras trataba de aclarar su mente. No podía permitirse perder el control en ese momento, no mientras sus planes aún estaban en marcha. Necesitaba actuar con frialdad, calcular el siguiente paso.
El sonido del radio a su lado lo sacó de sus pensamientos. Lo miró por un segundo antes de alargar la mano y tomarlo. La voz de Dánae, mecánica y precisa, llegó a sus oídos:
—Los prisioneros han escapado de la celda.
Julián cerró los ojos por un momento, apretando el radio con fuerza. Por supuesto que habían escapado. Por supuesto que todo iba de mal en peor.
—Entendido —respondió con voz grave, tratando de mantener la calma—. Quédate ahí, Dánae. Nos encargaremos de esto.
Colgó el radio y se quedó en silencio, su mente calculando. No podía permitirse perder más tiempo. No ahora.
En la habitación de suministro de agua, el sonido de las gotas resonaba de manera rítmica, mezclándose con el eco de los pasos ligeros de Kira mientras se movía entre las enormes válvulas metálicas. Kira, con una sonrisa traviesa en su rostro, jugueteaba con una de las válvulas, girándola de un lado a otro, disfrutando del suave chirrido que emitía. Mientras tanto, Diaval, con los brazos cruzados, observaba el panel de control y las tuberías, deteniéndose frente a las grandes válvulas etiquetadas como "Agua Caliente".
—Oye, Kira —preguntó Diaval, inclinándose hacia las válvulas—, ¿y estas? ¿Para qué crees que sirven?
Kira se detuvo por un momento, dejando de lado la válvula con la que estaba jugando, y caminó hacia Diaval con curiosidad. Se agachó junto a él, observando las letras descoloridas y las marcas oxidadas en los tubos.
—Hmm... —murmuró Kira, llevándose un dedo a la barbilla como si estuviera pensando profundamente—. Agua caliente, ¿eh?
Sus ojos brillaron de repente, y una sonrisa traviesa se formó en su rostro.
—Bueno, si la etiqueta no miente, debe ser agua caliente... muy caliente. —Soltó una risita—. Imagínate, podríamos convertir esta cueva en un sauna improvisado para esos idiotas allá arriba.
Diaval levantó una ceja, claramente intrigado pero también un poco confundido.
—¿En serio crees que esto funcione? —preguntó, mientras señalaba las tuberías—. No sé si inundar este lugar con agua hirviendo sea la mejor idea.
Kira lo miró con una expresión de falsa inocencia, levantando las manos en un gesto de "yo no fui".
—Oye, yo solo estoy aquí para explorar. Si algo pasa, no es culpa mía, ¿verdad? —rió, y luego añadió en tono más serio—. Pero no te preocupes. No voy a hacer nada tan loco. Solo estaba viendo si tal vez podríamos usar esto a nuestro favor. Quizá hacerles creer que las tuberías están fallando o causar una distracción más... controlada.
Diaval asintió lentamente, viendo a Kira analizar las válvulas con más interés.
—Supongo que podríamos usar eso para algo. Pero mejor no toques nada hasta que sepamos exactamente qué hará.
Kira le guiñó un ojo y volvió a su exploración. Ambos sabían que cualquier ventaja que pudieran sacar de ese cuarto era crucial para su plan de escape y de rescate de los demás.
Diaval, confiado en que Kira no iba a tocar nada, se giró para inspeccionar el resto de la habitación. Estaba concentrado observando las conexiones eléctricas y el caos que habían causado al cortar la corriente. Sin embargo, justo cuando comenzaba a relajarse, el sonido suave de una válvula girando capturó su atención. Se volteó rápidamente, pero Kira ya estaba alejándose de la válvula, silbando como si no hubiera hecho nada.
—¡Kira! —exclamó Diaval, sus ojos entrecerrándose al ver la expresión inocente de su compañero.
Kira se dio la vuelta con una sonrisa despreocupada.
—¿Qué? —dijo con voz juguetona, alzando las manos como si fuera completamente inocente—. No hice nada... solo me aseguré de que estuviera bien cerrada. No queremos que se desborde, ¿verdad?
Diaval suspiró, claramente sospechando, pero sin tener la energía para discutir. Sabía que con Kira nunca se podía estar completamente seguro de qué había hecho o qué travesura había iniciado.
—Vamos —dijo Kira rápidamente, cambiando el tema antes de que Diaval pudiera presionarlo más—. Hay otro lugar al que tenemos que ir. No tenemos todo el tiempo del mundo, y si quieres recuperar a los demás, debemos movernos.
Diaval lo observó por un momento más, notando esa chispa traviesa en los ojos de Kira que siempre presagiaba caos. Pero en ese momento, rescatar a los demás era más importante que descubrir qué desastre podría haber causado. Con un leve asentimiento, decidió seguir a Kira.