Escape de la bóveda

Acto final

Estoy harto. No puedo dejar de apretar los dientes mientras nos arrastran hacia la entrada, esposados como animales. El frío del metal en mis muñecas y tobillos me recuerda lo mal que estamos. Otra vez. Otra vez atrapados, otra vez en manos de Julián y sus malditos soldados. Todo porque confiamos en la persona equivocada, porque alguien que creímos que tenía honor decidió obedecer como un perro bien entrenado.

Pero más allá de la rabia, siento algo peor... preocupación. Mis hermanos. Hiroshi está aquí, puedo verlo a mi lado, caminando con la cabeza baja, intentando mantener la calma, pero lo conozco. Sé que está tan asustado como yo. Natter está detrás, sin decir palabra, con esa mirada que tiene cuando se siente impotente, cuando no puede hacer nada más que seguir caminando. Y luego está Diaval... por un momento pensé que lo había perdido. Sentí que lo había perdido. No puedo soportar la idea de que pueda volver a pasar.

Diaval apenas se recupera, lo veo tambalearse ligeramente. Cada paso que damos me duele, no por mí, sino por ellos. No puedo dejar de pensar que los fallé. Siempre he sido el que debía protegerlos, el que debía sacarlos de cualquier lío. Y aquí estamos, de nuevo atrapados y siendo llevados a la ejecución.

El sonido de las botas de los soldados resuena en el suelo, un eco que martillea en mi cabeza. Miro de reojo a Hiroshi, buscando algún tipo de plan en sus ojos, pero todo lo que veo es la misma mezcla de miedo y desesperación que yo siento. Natter no se queja, pero puedo sentir su frustración en cada paso.

Diaval... me duele verlo así. Hace unos momentos lo estaba abrazando, agradeciendo a los cielos que estuviera vivo, y ahora lo están arrastrando hacia la muerte junto a mí. No puedo perderlo. No puedo perder a ninguno de ellos.

Siento mi cuerpo tensarse, la rabia arder en mi pecho, pero las esposas me detienen, me mantienen atado, impotente. No puedo hacer nada mientras nos llevan hacia lo que parece nuestro final. Mi cabeza da vueltas buscando una salida, cualquier cosa que pueda hacer para salvarnos, pero todo parece desmoronarse.

No dejaré que termine así. No puedo dejar que termine así.

—Has sido obediente, Dánae. A pesar de las fallas, al final cumpliste —la voz de Julián resonaba con esa mezcla de calma y autoridad que me ponía los pelos de punta.

Nos detuvieron frente a la gran entrada, con los soldados alineados a nuestro alrededor. El frío metálico de las esposas se sentía más pesado ahora que estábamos tan cerca del final. Julián se giró hacia Dánae, sosteniendo una pistola negra en su mano.

—Te has ganado el honor de ejecutar a quien más te desafió —dijo, ofreciéndole el arma como si fuera un trofeo.

Mi cuerpo se tensó. Sabía a quién se refería, sabía lo que venía.

—Acaba con el niño que te gritó, que te faltó al respeto —continuó Julián, mirando a Dánae con una sonrisa complaciente—. Acaba con ese maldito reptil, con Ryuho.

Vi cómo Dánae alzó la vista hacia mí, con una mezcla de emociones en su rostro. Se le notaba el conflicto interno, pero sus manos temblaban cuando agarró el arma.

—No… —murmuré, apenas audible, mientras el sudor frío corría por mi espalda. No podía creer que lo haría, que después de todo lo que habíamos pasado, ella fuera a apretar el gatillo.

—Hazlo —insistió Julián, su voz más dura ahora—. No dudes, Dánae. Acaba con él, y demuestra tu lealtad.

Vi el miedo y la culpa en los ojos de Dánae, pero también vi la obediencia. Ella lo iba a hacer.

Dánae tomó el arma con manos temblorosas, pero a medida que la apretaba, parecía ganar seguridad. Julián, con una sonrisa de satisfacción, la observaba como si estuviera a punto de recibir el más alto honor. Los ojos de Ryuho se encontraron con los de ella, llenos de furia y algo más... decepción.

—Hazlo —insistió Julián, su tono firme—. Cumple con tu deber.

Dánae inhaló profundamente, mirando directamente a Ryuho. El dedo en el gatillo comenzó a presionar lentamente, pero algo cambió en su rostro. Una chispa de decisión diferente, algo oscuro y sarcástico. Una sonrisa extraña se formó en sus labios.

—¿Sabes qué, Julián? —dijo en un tono bajo, casi divertido—. Ya no me importa cumplir tus malditas órdenes.

Antes de que Julián pudiera reaccionar, Dánae se giró repentinamente, apuntando el arma hacia uno de los sensores de la puerta de la base. Con una precisión que sorprendió a todos, disparó directo al panel de control de la entrada. El sonido del disparo resonó en la bóveda, y de inmediato las alarmas empezaron a sonar. Las luces rojas parpadearon en todo el lugar mientras las puertas metálicas empezaban a cerrarse con un estruendo, sellando la entrada de la base.

—¡¿Qué has hecho?! —gritó Julián, furioso, mientras sus hombres intentaban reaccionar.

Dánae retrocedió, mirando a los soldados que la rodeaban con una sonrisa burlona.

—Se acabó, Julián. No seguiré siendo tu arma —escupió, mientras observaba las puertas cerrarse una tras otra, bloqueando las salidas y dejando a todos atrapados dentro.

Los soldados corrieron en todas direcciones, intentando encontrar una forma de detener el cierre, pero era demasiado tarde. Las compuertas sellaron la base con un eco ensordecedor.

El eco del disparo que cerró las puertas aún resonaba en la base, mientras todos, sorprendidos y desconcertados, miraban a Dánae. Ryuho, Hiroshi, Natter y Diaval la observaban, incapaces de procesar lo que acababa de ocurrir. Incluso Lua, con la bufanda chamuscada de Kira en sus manos, no podía creer lo que veían sus ojos.

Julián, enfurecido por la traición de Dánae, no tardó en sacar su propia arma. Con ojos llenos de rabia, apuntó directamente a Ryuho y los demás.

—¡Esto termina ahora! —rugió, con el dedo en el gatillo, listo para disparar.

El sonido metálico del arma preparándose para disparar llenó el aire, congelando a todos en su lugar. Sin embargo, antes de que pudiera apretar el gatillo, Dánae dio un paso adelante, corriendo hacia él.




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