Escape de la bóveda

Tranquilidad

En la quietud de la noche, el grupo estaba reunido alrededor de una fogata que crepitaba suavemente, lanzando chispas al aire. Después de toda la locura, finalmente habían logrado escapar de la base, y ahora, por primera vez en mucho tiempo, podían relajarse. La risa se mezclaba con el chisporroteo del fuego, y las historias de lo sucedido empezaron a fluir, cada uno contando su versión de los eventos de ese día.

Kira, por supuesto, era el más entusiasta. Con una sonrisa maliciosa, usaba a Julián, quien estaba paralizado por el veneno de Ryuho, como un maniquí improvisado. Julián, incapaz de moverse, solo hacía quejidos débiles, sus ojos llenos de frustración y rabia mientras Kira lo colocaba en poses ridículas.

—¡Y luego esto fue lo que hizo Julián cuando intentó detenernos! —exclamó Kira, manipulando los brazos de Julián como si estuviera en medio de una escena dramática. Los demás no pudieron evitar soltar carcajadas, a pesar de todo lo que habían pasado.

Diaval, con una sonrisa medio escondida, se apoyó contra un árbol mientras miraba a su hermano. Ryuho, aunque todavía dolido por la supuesta pérdida de Diaval, había comenzado a relajarse un poco. La aparición de su hermano sano y salvo había aliviado una parte de su corazón que no sabía que estaba tan herida.

—Nunca pensé que diría esto, pero creo que Kira es más útil de lo que parece —comentó Diaval, haciendo que todos estallaran en risas de nuevo. Lua, sentada cerca del fuego, se quitó la bufanda quemada de Kira y se la arrojó.

—Agradece que sigas vivo, bufón. —Le sonrió, aunque era evidente que estaba agradecida de que todo hubiese terminado, al menos por ahora.

Ryuho, con los brazos cruzados, miraba a la fogata, en silencio. Todavía había cierta tensión en sus ojos, pero por ahora, se permitió disfrutar de la calma. A pesar de todo lo que había sucedido, habían salido con vida, aunque con más cicatrices de las que podían contar.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Hiroshi, mirando a los demás.

Kira, sin dejar de usar a Julián como maniquí, se encogió de hombros.

—Lo primero es decidir si dejamos a nuestro querido líder paralizado aquí como decoración permanente o si le encontramos un nuevo hogar.

—No sería tan malo dejarlo aquí —murmuró Ryuho, aunque sus palabras tenían un tono más ligero de lo que había usado en los últimos días.

—Aún tenemos que decidir qué hacer con él —añadió Lua, observando cómo Kira seguía jugando con Julián, quien no dejaba de emitir quejidos lastimeros.

—Supongo que podría ser útil —dijo Natter, aunque con un tono claramente sarcástico.

La noche continuaba con la conversación ligera, las risas y la sensación de alivio. Estaban cansados, pero por primera vez en mucho tiempo, había una chispa de esperanza. Mientras el fuego seguía ardiendo, los amigos compartían ese momento, sabiendo que, aunque el peligro no había terminado, al menos por ahora, podían reír.

Dánae apareció entre las sombras, sosteniendo varios trozos de carne que había cazado, colgando de un par de palos improvisados. Al llegar al círculo de la fogata, dejó la carne con un golpe suave sobre una roca plana.

—Aquí tienen, coman —dijo, mientras sacudía un poco sus manos y se sentaba junto al fuego.

El grupo se giró para mirarla, algo sorprendidos por la calma en su tono. Parecía más serena, más resuelta. Todos empezaron a acercarse a la carne, y el aroma les hizo recordar cuánto tiempo hacía que no comían algo decente.

—He estado pensando —comenzó Dánae, mirando a Julián, que seguía inmóvil a un lado, sus quejidos aún persistentes aunque ahora ignorados por completo—. Julián ha estado robando cargamentos ilegales y legales que iban hacia Egipto. Creo que ya es hora de que enviemos al responsable de esos robos. Si queremos salir de esto, necesitamos limpiar la basura, empezando por él.

Los demás la miraron en silencio durante unos segundos, procesando lo que había dicho. De repente, Kira y Diaval rompieron el momento con sus habituales comentarios absurdos.

—¡Lo metemos en una caja y lo enviamos de vuelta a Egipto con una etiqueta gigante que diga "fraude" en la frente! —propuso Kira, agitando los brazos con entusiasmo.

—¡O mejor, lo disfrazamos de faraón y lo enviamos con todos los tesoros robados! —añadió Diaval, riendo mientras hacía una mala imitación de alguien vestido de antiguo faraón.

El grupo entero los miró en un silencio momentáneo, hasta que Kira y Diaval empezaron a reír a carcajadas por sus propias ideas. Ryuho, sin poder evitarlo, dejó escapar un suspiro pesado y exasperado.

—Has pasado demasiado tiempo con Kira —murmuró Ryuho, mientras observaba a su hermano con una mezcla de resignación y ligera preocupación. Era evidente que la influencia de Kira en Diaval estaba empezando a notarse más de lo que él esperaba.

Hiroshi y Lua intentaron no reír, aunque era difícil no dejarse llevar por el ánimo alegre que había en el aire, a pesar de la situación. Dánae, sin embargo, no perdió el foco.

—En serio —insistió, mirando a todos—. Sabemos demasiado de lo que ha hecho. Podríamos usarlo a nuestro favor para conseguir una vía de escape definitiva. Tal vez incluso obtener alguna recompensa por atraparlo.

Kira, todavía sonriendo de su propia broma, asintió, pero no pudo evitar añadir:

—O lo vendemos en partes. Seguro que en algún mercado negro pagarían por él.

—¡Kira! —exclamó Lua, dándole un pequeño golpe en el brazo, aunque con una sonrisa divertida.

Mientras todos seguían comiendo y compartiendo ideas disparatadas, Ryuho, aunque aún algo preocupado, comenzó a relajarse un poco. Sabía que tenían un largo camino por delante, pero si Diaval había sobrevivido a todo esto, tal vez podrían encontrar una forma de salir de este desastre juntos.

El fuego seguía ardiendo, iluminando los rostros de los niños y la figura de Julián, inmóvil y ajeno al destino que ahora estaba en manos de aquellos que una vez había cazado.




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