Escape de la bóveda

Hogar

Gemma se encontraba de pie sobre una elevación rocosa, mirando el vasto paisaje desértico que se extendía ante ella. El calor del sol caía sobre su piel, pero su mente estaba centrada en una sola cosa: encontrar a los niños. Había estado buscándolos por horas, y el desierto parecía no tener fin.

Desde lo alto de la montaña, su mirada escudriñó el horizonte, buscando cualquier señal de vida. A lo lejos, entre las dunas y las formaciones rocosas, algo captó su atención. Entrecerró los ojos, enfocándose más, y entonces lo vio: a kilómetros de distancia, divisó un pequeño grupo de figuras que avanzaban lentamente.

Sus ojos se llenaron de alivio al reconocerlos. Era Diaval, con su paso relajado, Ryuho liderando con esa postura decidida que siempre tenía, Hiroshi caminando a su lado y Natter cerrando el grupo. Estaban juntos, sanos y salvos.

Una suave sonrisa se dibujó en su rostro, y el peso que había estado cargando en su pecho comenzó a disiparse. Habían pasado por tanto, pero estaban vivos. Gemma no podía estar más aliviada. Observó al grupo durante unos minutos más, viendo cómo se movían con cuidado en el terreno, y supo que pronto estarían a salvo.

"Por fin... están bien", pensó, sintiendo una calidez recorrer su interior. Sabía que aún quedaba mucho por hacer, pero en ese momento, solo importaba que los había encontrado.

Los niños caminaban en silencio, disfrutando de la tranquilidad que finalmente los rodeaba. Ryuho encabezaba el grupo, su mente aún ocupada en todo lo que había pasado, mientras Hiroshi y Natter lo seguían de cerca, intercambiando miradas de alivio. Diaval caminaba un poco más atrás, su mirada siempre alerta, pero con una calma que hacía tiempo no sentían.

De repente, Kira apareció corriendo desde un lado del camino y, con su energía habitual, se lanzó sobre Diaval y Natter, abrazándolos a ambos por los hombros. Su sonrisa desbordaba entusiasmo.

—¿A dónde vamos? —preguntó Kira, con su tono despreocupado y juguetón.

Natter soltó una risa ligera mientras intentaba ajustarse al abrazo de Kira, que casi lo hacía perder el equilibrio.

—A casa, Kira —respondió Natter con una sonrisa—. Vamos a casa.

Diaval, con una sonrisa cansada pero genuina, asintió, apoyando una mano sobre el brazo de Kira.

—Sí, es hora de volver —dijo Diaval, mirando hacia el horizonte—. Después de todo lo que hemos pasado, ya es hora.

Kira dejó escapar una carcajada, liberando a ambos de su abrazo mientras daba un pequeño salto adelante, girándose para caminar de espaldas mientras los miraba.

—¡Perfecto! Porque tengo grandes planes para cuando lleguemos. ¡Y nadie va a impedir que me divierta!

Los demás sonrieron ante su energía inagotable. Aunque habían atravesado peligros y perdido tanto, en ese momento, la idea de regresar a casa juntos era todo lo que necesitaban para seguir avanzando.

Ryuho se detuvo de repente, mirando a Kira con seriedad. Los demás también frenaron, sorprendidos por el repentino cambio de tono.

—Tú no —dijo Ryuho en voz baja, pero firme, señalando a Kira con los ojos entrecerrados—. Ni siquiera sabes dónde vivimos. Apenas nos conocemos.

Kira, acostumbrado a las bromas y el sarcasmo, sonrió al principio, pero al ver que Ryuho hablaba en serio, su sonrisa se desvaneció. Justo cuando parecía que Kira iba a responder con su habitual actitud despreocupada, una voz femenina rompió el incómodo silencio.

—No tenemos hogar —dijo Lua, apareciendo detrás de ellos. Su tono era suave, pero cargado de realidad.

Todos se giraron hacia ella. Lua caminaba con calma, pero sus palabras pesaban como una verdad que nadie había querido enfrentar.

—Desde que empezamos a huir, desde que nos capturaron... —continuó Lua, mirando a Ryuho y luego a los demás—. No hemos tenido un lugar al que realmente podamos llamar "hogar". Solo estamos juntos, y eso ha sido suficiente hasta ahora.

Ryuho frunció el ceño, sus palabras quedaron atrapadas en su garganta. Sabía que Lua tenía razón, pero aún se sentía incómodo. Por dentro, el peso de las pérdidas, las traiciones y el caos lo mantenían en un estado de constante alerta.

Kira miró a Lua, luego a Ryuho, y finalmente bajó la vista. No era frecuente que Kira se quedara sin palabras, pero en ese momento, supo que no había nada que pudiera decir.

Ryuho abrió la boca para protestar, dispuesto a no ceder en su posición. Pero antes de que pudiera decir una palabra, una fuerza inesperada lo abrazó con tal intensidad que lo dejó sin aliento. Todos los presentes se quedaron paralizados, sorprendidos por la repentina interrupción.

Diaval, el primero en reaccionar, sonrió de inmediato al reconocer la presencia.

—¡Gemma! —gritó emocionado mientras corría hacia ella, abrazándola fuerte. Hiroshi y Natter no tardaron en unirse al abrazo, llenos de alivio y felicidad.

—¡Están vivos! —dijo Gemma con una risa alegre mientras los envolvía a todos con sus brazos. Su mirada pasaba de uno a otro, sus ojos brillaban de alegría al ver que sus hijos adoptivos estaban sanos y salvos.

Ryuho, por su parte, permaneció inmóvil, sintiendo la calidez del abrazo y la felicidad del reencuentro, pero aún confundido por la repentina aparición. Sin embargo, al ver a sus hermanos rodeando a Gemma, sintió una mezcla de alivio y gratitud que relajó su postura.

—No puedo creer que estén bien —susurró Gemma, con la voz quebrada por la emoción—. Estaba tan preocupada…

Los abrazó aún más fuerte, y ellos la rodearon con cariño, aliviados de estar juntos de nuevo.

Gemma levantó la mirada después de abrazar a Diaval, Hiroshi y Natter, y entonces vio a Kira y Lua a lo lejos. Ambos se habían quedado un poco apartados, observando la escena con nerviosismo. Kira evitaba el contacto visual, jugueteando con la bufanda chamuscada que aún llevaba, mientras Lua, aunque más tranquila, también parecía dubitativa sobre cómo actuar.

Gemma, percibiendo la incomodidad en sus rostros, les dedicó una sonrisa cálida y levantó una mano, haciéndoles una seña suave para que se acercaran.




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