Escape de la bóveda

Invierno

En lo alto de la gran casa del árbol, el viento susurraba entre las hojas mientras la estructura se mantenía firme como un refugio en medio del bosque. Jagger, el espíritu de tigre, apareció entre las sombras. A diferencia de sus hermanos más pequeños, Jagger ya no era un niño; su cuerpo tenía la complexión de un adolescente alto y fuerte. Con un gruñido bajo, se estiró, su transformación de tigre a humano completa, dejando atrás el brillo felino en sus ojos.

Con un movimiento ágil, recogió la caza del día —varios conejos y un ciervo joven que había atrapado en su recorrido—, y se encaminó hacia la plataforma donde Gemma solía esperar, siempre atenta a su llegada. Jagger disfrutaba de estos momentos de paz, aunque su naturaleza de cazador aún vibraba bajo su piel. Subió por las escaleras improvisadas de madera y cuerda, sus pasos firmes pero silenciosos, como el depredador que era.

Al llegar a donde estaba Gemma, la vio a la distancia, con sus alas de cuervo parcialmente desplegadas, observando el horizonte.

—La caza de hoy está lista —dijo Jagger, dejando caer la presa a sus pies mientras se estiraba nuevamente, aún sintiendo la tensión de sus músculos tras la larga cacería.

Gemma se giró y lo observó con una ligera sonrisa, complacida por el éxito de su trabajo. Sabía que Jagger siempre traía lo mejor para el grupo, y eso les aseguraba provisiones para el duro invierno que se aproximaba.

Gemma desplegó suavemente sus alas mientras bajaba de la plataforma superior, donde Jagger había dejado la caza. Se movía con la ligereza de un espíritu, a pesar de la fortaleza que irradiaba su cuerpo híbrido. Al llegar al nivel más bajo, se inclinó para abrir la puerta de la casa del árbol, observando el paisaje sereno que los rodeaba. La vida en el bosque era tranquila, pero los tiempos cambiaban y el grupo estaba creciendo.

—Con los nuevos niños, voy a tener que pensar en cómo llevarlos —dijo Gemma, casi para sí misma, mientras abría la pesada puerta de madera.

Jagger, que se había quedado observando desde la altura, frunció el ceño y bajó los brazos de su estiramiento.

—Sería mejor que dejaras a Dánae y a esos dos hurones —dijo, su tono práctico. Sabía que mover a todo el grupo sería complicado, y mantener a salvo a los más pequeños requería estrategia.

Gemma dejó escapar un suspiro mientras sostenía la puerta abierta, con una mirada llena de pensamientos entrelazados.

—No creo que pueda dejarlos —respondió, volteando a ver a Jagger—. He pasado mucho tiempo con ellos, y si me voy al sur con Diaval, no estoy segura de que puedan manejar todo aquí solos.

Jagger bajó de un salto, aterrizando suavemente al lado de Gemma. Sus ojos se cruzaron, y él asintió con lentitud.

—Lo entiendo. Pero será difícil moverse con todos —dijo Jagger, colocando una mano en su hombro—. Especialmente con el invierno cerca.

Gemma lo miró con determinación, sus ojos brillando con la decisión ya tomada. El viento del bosque soplaba suavemente, revolviendo su cabello mientras cerraba la puerta de la casa del árbol.

—Los llevaré de todas formas —dijo con firmeza—. No puedo dejar a Dánae y a los hurones aquí, no ahora. Deberé encontrar la manera de transportarlos.

Jagger la observó en silencio, sabiendo que cuando Gemma tomaba una decisión, era difícil hacerla cambiar de opinión. Era una líder natural, siempre dispuesta a cargar con el peso de su grupo.

—¿Y cómo piensas hacerlo? —preguntó Jagger, cruzando los brazos, aunque sabiendo que Gemma ya tenía algo en mente.

Ella sonrió apenas, mirando el horizonte del bosque. Las hojas comenzaban a cambiar de color, anunciando la llegada del invierno, y el frío aire traía consigo nuevos desafíos.

—Si puedo cargar a Dánae, podré llevar a los otros —dijo, como si fuera una obviedad—. He llevado cargas más pesadas antes. Será cuestión de organizarme bien.

Jagger alzó una ceja, sorprendido.

—¿Cargar a Dánae? —repitió, con un leve toque de incredulidad—. Ella no es exactamente liviana en su forma de coyote, Gemma.

—Lo sé —admitió Gemma, sonriendo—. Pero si es necesario, lo haré. No los dejaré atrás.

Gemma suspiró, su mirada fija en el horizonte mientras las hojas susurraban a su alrededor, arrastradas por el viento otoñal. Bajó la cabeza, pensativa, y con un tono resignado, comentó:

—Esto es temporal… sólo mientras busco la forma de mudarnos. —Sus palabras flotaron en el aire, cargadas de preocupación.

Jagger se acercó a ella, con curiosidad evidente en su rostro.

—¿A dónde piensas ir? —preguntó, inclinando la cabeza.

Gemma lo miró por un momento antes de confesar en voz baja:

—Estaba pensando en Grecia. La guerra en Rusia se está extendiendo demasiado y siento que no podemos seguir aquí.

Jagger frunció el ceño un poco, analizando lo que acababa de decir.

—¿Grecia? —repitió, con un tono de aceptación—. No lo veo mal. Pero vivimos en Noruega, Gemma. No estamos tan cerca de Rusia.

Gemma lo miró, mordiéndose el labio. Su preocupación era palpable.

—Estamos más cerca de lo que piensas —replicó—. Incluso aquí, los ecos de la guerra se sienten. No quiero arriesgar a los niños… a ninguno de ellos. Es sólo cuestión de tiempo antes de que todo esto nos alcance, y cuando lo haga, no quiero estar desprevenida.

Jagger asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de la situación. Sabía que Gemma siempre pensaba en lo mejor para su familia, y si sentía que Grecia era más seguro, la apoyaría.

Horas después, los niños regresaron a la casa del árbol, el sol comenzaba a esconderse entre los árboles, llenando el ambiente de tonos dorados y naranjas. El interior de la casa estaba lleno de risas y movimiento.

Kira estaba, como de costumbre, pegado a Diaval, bromeando y jugando, mientras ambos reían y hablaban sin parar. Diaval intentaba mantener la compostura, pero las ocurrencias de Kira lograban sacarle una carcajada tras otra.




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