Con el paso de los días, la presencia de Gemma en la vida de Lance y Oliver se hacía cada vez más evidente. Lance, profundamente involucrado en cuidar a la bebé, comenzó a notar sus habilidades mágicas, que parecían florecer con cada nuevo amanecer. Mientras tanto, Oliver seguía mostrando un interés creciente en cómo podía sacar provecho de esas habilidades, un aspecto que a menudo chocaba con la visión más pura y protectora de Lance.
Uno de los primeros días, Lance estaba en el jardín, cultivando algunas plantas mientras Gemma dormía en su cuna cerca. De repente, notó que una de las plantas, que había estado marchita, comenzó a florecer bajo una suave luz dorada que emanaba de la bebé. Lance observó, maravillado, cómo las flores se abrían y sus hojas se llenaban de vigor, como si la energía de Gemma las hubiera revitalizado.
—Esto es increíble —murmuró Lance, acariciando la cabeza de Gemma con ternura—. Parece que tienes un don para la naturaleza, pequeña.
Oliver, que se encontraba cerca, notó el fenómeno y se acercó con una expresión de interés calculador.
—¿Ves, Lance? —dijo Oliver, con un tono que intentaba ocultar su entusiasmo—. Esto podría ser útil. Imagina lo que podríamos hacer si pudiéramos controlar esto.
Lance levantó una ceja, mirando a su hermano con desconfianza.
—No se trata de controlar, Oliver. Gemma no es una herramienta para nuestros beneficios. Ella tiene habilidades naturales, y nuestro deber es respetarlas y cuidarlas, no explotarlas para nuestro provecho.
Oliver frunció el ceño, pero no dijo nada más, aunque su mente seguía funcionando a toda velocidad. Cada vez que presenciaba una nueva habilidad de Gemma, como el poder de hacer crecer plantas rápidamente o calmar las tormentas, su mente se llenaba de ideas sobre cómo esos dones podrían ser utilizados.
En otra ocasión, mientras Lance estaba ocupado en la cocina, preparando una comida, Oliver observaba a Gemma jugando con un pequeño charco de agua. La bebé parecía disfrutar manipulando el agua, haciéndola flotar en el aire y crear pequeñas figuras que se disolvían en un destello de luz.
—¿Ves eso, Lance? —preguntó Oliver, con un brillo en los ojos—. Si pudiéramos hacer que ella controle eso, podríamos usarlo para muchas cosas.
Lance, con un suspiro, se acercó a su hermano.
—Oliver, ella no está aquí para ser un medio para nuestros fines. Sus habilidades son parte de ella, no un recurso para explotar.
Oliver frunció el ceño y cruzó los brazos.
—Solo pienso en cómo podríamos mejorar nuestra situación. No sería más fácil si pudiéramos beneficiarnos de sus poderes, en lugar de solo admirarlos?
Lance lo miró con una mezcla de frustración y tristeza.
—Lo que estás proponiendo no solo es egoísta, sino peligroso. Gemma necesita un hogar donde se sienta segura y amada, no un lugar donde se le vea solo como un recurso.
A pesar de los constantes recordatorios de Lance, Oliver seguía buscando maneras de obtener algún tipo de beneficio de las habilidades de Gemma. Un día, mientras Lance y Oliver estaban en el bosque, Gemma comenzó a jugar con unas piedras, haciendo que flotaran en el aire y se movieran en patrones complejos.
—Mira eso —dijo Oliver, con un tono que no ocultaba su avidez—. ¡Podríamos usar esto para mover cosas pesadas sin esfuerzo!
Lance se volvió hacia su hermano, su rostro reflejando su descontento.
—Oliver, basta. No puedes seguir viendo a Gemma como una herramienta. Ella está aquí porque la necesitamos y la queremos, no porque tenga poderes mágicos que puedan ser explotados.
El silencio se hizo entre los dos hermanos. Oliver, a pesar de su fascinación y sus ambiciones, empezó a sentir una ligera remordimiento al ver la pasión y la dedicación de Lance hacia Gemma. Aunque no lo demostraba, comprendía que su hermano tenía razón: la bebé merecía amor y protección, no ser vista como una simple fuente de poder.
El sol se había puesto, y la tranquilidad de la noche envolvía la pequeña casa de Lance y Oliver. Gemma, envuelta en su manta de musgo, dormía plácidamente en la cuna improvisada que Oliver había construido con materiales del bosque. Aunque Lance se había ido a descansar temprano, preocupado por las tareas del día siguiente, Oliver se encontraba aún despierto, sumido en sus propios pensamientos.
Oliver había estado intrigado por la bebé desde el primer momento que la conoció. A pesar de las advertencias de Lance, su curiosidad por las habilidades de Gemma, o "Fer" como la llamaba él en secreto, había crecido día a día. Cada vez que la veía lanzar objetos con una fuerza inusual, su mente se llenaba de ideas sobre cómo podría usar esas habilidades a su favor. Y esa noche, había decidido que era el momento de averiguar más sobre el potencial de la bebé.
Mientras Lance dormía, Oliver se deslizó hacia la habitación de Gemma, su mente repleta de planes. Se acercó a la cuna y observó a la niña con detenimiento. Su piel brillaba suavemente a la luz de la luna que se filtraba a través de la ventana, y su respiración era un ritmo calmado que tranquilizaba el ambiente. Oliver tenía la intención de probar qué tan fuerte era la fuerza de Gemma.
—Hola, Fer —susurró, usando el apodo que le había dado. Sus dedos tentaban cerca de la cuna, y con una mezcla de cautela y emoción, levantó un pequeño juguete que había encontrado en el desván.
Al tocar el juguete, Gemma se despertó, sus ojos dorados abriéndose lentamente. Oliver sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si hubiera activado algo dentro de la bebé. La atmósfera en la habitación comenzó a cambiar; una energía palpable comenzó a emanar de la niña, creando un zumbido en el aire.
Oliver, fascinado y algo nervioso, observó cómo Gemma extendía sus pequeñas alas de cuervo. Una luz dorada comenzó a emanar de su cuerpo, envolviendo la habitación en un resplandor cálido y vibrante. A medida que la energía crecía, Oliver sintió una presión creciente alrededor de su cuerpo. Sin previo aviso, una onda expansiva de energía estalló desde la cuna, empujándolo contra la pared con una fuerza inesperada.